Margaret Montgomery no esperó a que la anunciaran. Entró como si el mármol bajo sus pies le perteneciera. Paso firme. Perfume caro. Odio frío en la mirada.George Crawford alzó los ojos desde su copa, sin molestarse en disimular el fastidio.—Margaret. Qué honor… o qué problema tienes ahora.—Lo segundo —respondió ella, sentándose sin pedir permiso—. Y esta vez, uno que nos conviene resolver juntos.George se acomodó en su sillón, lentamente.—¿Se trata de Megan?—Sí. Y de April Collins.Ese nombre bastó. George dejó la copa sobre la mesa con un leve clic. Su expresión se endureció.—Continúa.—Está demasiado cerca de Logan. Y ahora también de Nathan Callahan. Están trabajando en el mismo proyecto. Si no la frenamos ahora, tu hija va a sufrir y las consecuencias van a ser fatales.George se inclinó hacia adelante, los dedos entrelazados, la mirada afilada.—¿Y qué propones?—Lo que mejor sabemos hacer —respondió Margaret, sin titubear—. Destruir sin tocar. Vamos a destrozar su reputac
Logan apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Su respiración se aceleró y sintió el golpe cruel de la realidad.—La dejé sola, Axel. Abandoné a la mujer que amaba y a mis hijos antes de que nacieran. Nunca miré atrás. Nunca pregunté. ¡Nunca me importó saber qué había sido de ella!—No lo sabías, Logan —intentó suavizar Axel, dando un paso hacia él.Pero Logan no lo dejó avanzar.—¡Eso no es excusa! —rugió con furia—. Mi culpa sigue ahí. Fui yo quien firmó esos malditos papeles. Fui yo quien la sacó de mi vida como si fuera una desconocida. ¡Le rompí el corazón, y ni siquiera me importó!Su voz se quebró al final, consumido por la culpa y el arrepentimiento que lo atravesaban.—Ella tuvo que enfrentar sola la llegada de esos niños —continuó, la voz baja, desgarrada—. ¿Te imaginas lo que tuvo que vivir, Axel? ¿Te imaginas su miedo, su soledad, su dolor…?Axel no respondió. ¿Qué podía decir? Logan tenía razón, y nada podría aliviar ese tormento.—Tengo qu
Nathan llegó hasta la puerta del apartamento y tocó suavemente. April abrió enseguida, recibiéndolo con una sonrisa cálida, aunque cansada.—¿Cómo sigue Dylan? —preguntó él inmediatamente, entrando con naturalidad.—Mucho mejor, gracias —respondió April con un suspiro tranquilo—. Se quedó dormido hace un rato, ya no tiene fiebre.Nathan asintió, aliviado, mientras avanzaban hacia la sala. Ethan y Sienna estaban en el sofá, mirando televisión. Los niños alzaron la vista, saludándolo con entusiasmo.—¡Hola, Nathan! —dijo Ethan, sonriendo ampliamente.—Buenas noches, niños —respondió Nathan, acercándose a acariciar suavemente la cabeza de Ethan y luego la de Sienna—. ¿Todo bien en la escuela hoy?Ambos niños se miraron rápidamente, compartiendo una sonrisa cómplice.—Sí, todo perfecto —respondió Sienna rápidamente, evitando la mirada de su madre.April frunció el ceño, pero no dijo nada más. Algo sospechaba, pero ya se ocuparía de eso después.—Bien, niños, es hora de dormir —les recordó
Logan levantó la vista, su mandíbula tensa.—¿Otra vez con eso?—¡Claro que sí, Logan! —explotó ella, su voz temblando de rabia—. Porque siempre haces lo mismo. Tomas decisiones, desapareces, y luego vuelves como si nada hubiera pasado.—¿Y tú qué? —disparó él, acercándose—. ¿Tú no escondes cosas?—¿Qué se supone que escondo?Logan respiró hondo, se contuvo. No podía decirlo. No aún.—Nada. Solo pareces muy hábil para reescribir la historia.April se rió, sarcástica. Había dolor en esa risa. Mucho.—Tienes razón. Yo soy la villana, ¿no? La que fingió no sentir nada cuando la dejaste por otra. La que tenías escondida en un apartamento, a la que llevabas a los eventos como tu asistente personal y no como tu esposa.Logan la miró fijamente.—Eso no fue así.—¿No? —susurró ella, con la voz rota—. Porque así lo recuerdo yo. Te casaste con otra, Logan. Ni una explicación. Ni una mirada atrás. ¿Y ahora vienes a hablarme de lealtad? ¿De transparencia?Él dio un paso al frente.—No te dejé por
April llegó a la empresa como un torbellino, había empujado a Logan y salido de ahí sin mirar atrás, pero la huella de los labios de él sobre los suyos, aún ardían en su boca. Inhaló profundo entró a la oficina y dejó la carpeta sobre el escritorio de Nathan y dio un paso atrás, esperando su reacción.—Aquí tienes el informe del recorrido. Todo está en marcha según lo solicitado.Nathan asintió sin levantar la vista del monitor.—Gracias, justo estaba revisando la propuesta de ajuste en la fachada norte.El celular vibró en el escritorio. Él lo miró. Respondió con naturalidad, sin imaginar nada extraño.—¿Megan? Hola.April, de pie frente a la ventana, no prestaba atención. Hasta que oyó el cambio de tono en la voz de Nathan.—¿Una cena?Pausa.—¿Mañana?Otra pausa.—Sí, claro. Qué detalle. Por supuesto… —Se rio levemente, bajando la voz—. ¿April también? No veo por qué no. Hemos trabajado bastante estos días.Al colgar, Nathan dejó el teléfono sobre el escritorio y miró a April con
El aula de preescolar estaba llena de alboroto. Los niños se removían en sus sillas de colores, algunos con los delantales puestos al revés, otros con restos de plastilina en las manos, y varios murmuraban con la emoción desbordada por la noticia que acababan de darles.La maestra Clara, una mujer dulce y enérgica, levantó la voz sobre el caos.—Niños, escuchen. ¡Escuchen! Hoy haremos algo especial —anunció, agitando un pequeño frasco lleno de papelitos doblados—. Haremos un sorteo. Cinco de ustedes irán con la profesora de ciencias al huerto escolar para observar las plantas, regarlas y aprender sobre los insectos que ayudan a que crezcan.Un murmullo de emoción recorrió el salón como una ola.—¿Vamos todos? —preguntó Sienna, con su tono dulce pero firme, mientras se acomodaba la diadema de flores que insistía en llevar cada día.—No, mi amor —respondió la maestra con una sonrisa—. Solo cinco niños. Será al azar, como una pequeña rifa. Mañana tocará a otros. Hoy les toca a los afortu
El silencio del otro lado fue cortante. Casi podía escucharse cómo se aceleraba su respiración.—¿Qué...? ¿Qué hace allí? —soltó Megan con voz temblorosa—. ¿Está con ella? ¿La encontró?—No. Está con Axel. Llevaron odontólogos. Están en el aula de preescolar.—¡No puede ser! —gritó ella—. ¡Maldita sea! ¡Ya lo sabe! ¡Lo sabía!Se puso de pie de golpe, derribando el vaso de té helado que tenía sobre la mesita.—Está viendo a los niños… Está con ellos —se lamentó, caminando de un lado a otro, fuera de sí—. Lo sabía, Hank. ¡Sabía que esa mujer no se lo iba a guardar para siempre!—No lo sabemos aún. Tal vez es una coincidencia. Tal vez no lo sospecha. Parece uno de los eventos que participa su familia. —¿Coincidencia? ¿Una escuela con mil colegios en la ciudad y va justo a ese? ¡No me tomes por estúpida!Su respiración era entrecortada, cargada de ansiedad y furia contenida.—No lo pierdas de vista —ordenó con tono gélido—. Quiero saber a dónde va, con quién habla, cuánto tiempo se queda
El vestido de Megan Crawford era un espectáculo. Azul zafiro, de seda francesa, con una caída impecable que se deslizaba sobre su figura como una segunda piel. Cada detalle de su maquillaje estaba diseñado para impactar. Brillos sutiles, labios carmesí y ese toque exacto de sombra que intensificaba su mirada.Se contempló en el espejo largo del vestidor, girando sobre sí misma, mientras el eco de sus propias palabras aún flotaba en el aire del dormitorio.—Esos resultados no pueden salir positivos, Hank. ¡NO PUEDEN SALIR POSITIVOS!Había gritado tan fuerte que se había quedado sin aire, pero ahora estaba lista. Compuesta. Perfecta.Esta noche no se trataba de Logan. Se trataba de April. Y de romperle el corazón.La casa estaba impecable. El salón principal había sido decorado con arreglos minimalistas y flores blancas. Luz cálida, música suave, copas de cristal tallado, velas estratégicas. Y, por supuesto, fotos enmarcadas por todas partes: Megan y Logan en galas, Megan y Logan en la