Ya es bastante tarde cuando Adelaide decide ir a hablar con Benedict. Ya tiene una respuesta para él y no quiere esperar más tiempo para decirle. A pesar de que fue un día agotador, camina a pasos firmes por el pasillo para ir hasta la habitación que él está ocupando ahora. Sabe que ya está en casa porque una de las sirvientas le dijo que había vuelto hace unas horas de la oficina. Se sorprende que no haya guardias en su puerta, pero como la encuentra semiabierta, la empuja suavemente y entra. Oye su voz hacia el balcón, pero son solamente susurros y no logra comprender la conversación. Camina a pasos suaves hasta allí, pero grande es su asombro al ver a Nora conversando con Benedict. —Deja de negarte a lo que te corresponde por derecho, hijo —dice Nora, Adelaide queda descolocada con tal afirmación. Da un paso atrás y pega su espalda contra la pared para que ellos no la vean—. Luchamos mucho por esto, para que al fin puedas disponer de lo que es tuyo por derecho. Y todavía fa
POV Benedict Me encuentro frente al espejo, mirando mi reflejo desde hace varios minutos, mientras miles de recuerdos pasan por mi mente. Sinceramente no me reconozco. Y no me refiero al traje elegante que llevo puesto para mi boda con Adelaide que será dentro de una hora, sino a la persona en la que me he convertido de un tiempo a este punto. Cuando vine a la hacienda Arrabal tenía muy claro lo que quería y no era poder ni dinero, solo buscaba ese vínculo entre Egil y yo que no tuve nunca con mi padre y el mismo vínculo que se había roto con mi madre cuando me hizo ver sus intenciones. Sé que ella sufrió mucho cuando mi padre se casó con esa mujer y quedó sola y embarazada. Tuvo que huir de su propia familia para no ser asesinada, cambiar su identidad, pasar precariedades, apañárselas sola cuando nací, pero su deseo de recuperar su lugar en el clan es algo que me asustó de sobremanera, por eso, alejarme fue mi mejor opción. Con el tiempo me di cuenta de que por más que quisi
POV BenedictUna vez en la capilla, la tía Irene me recibe, me da un beso y un abrazo antes de caminar juntos hasta el altar para esperar a Adelaide. La mayoría de los presentes son los sobrevivientes del clan, también algunos socios y otros pocos empleados de la hacienda. Me siento extrañamente nervioso, como nunca antes lo había estado, mis manos sudan y mi respiración se vuelve casi agónica. Miro a todos los presentes e intento sonreír, pero una ola de escalofríos me recorre cuando un sonido estruendoso proveniente de afuera hace temblar toda la capilla al punto que los cristales de las ventanas explotan en el aire. No se oyen más que gritos alrededor, todos están corriendo despavoridos. Mi mente me pide avanzar, pero no puedo, estoy paralizado, temblando de pies a cabeza, me zumban los oídos y mi cabeza no piensa en otra cosa que no sea Adelaide y los niños.El llanto de la tía Irene a mis pies me hace reaccionar luego de un momento. Camino a grandes zancadas hasta la puerta y
Emma Carusso, recorre lentamente su habitación mientras unas lágrimas corren por su mejilla. Es capaz de sentir el aroma de Egil en este sitio a pesar del tiempo que ya ha pasado desde su muerte y desde la última vez que él estuvo aquí. Los muebles, la cama, las cortinas, todo parece haber sido elegido pensando en ella, sobre todo los retratos de ellos dos y de Eleonor encima del buró, que son el recordatorio perfecto de que cada parte de él está impregnado en esta casa aunque él ya se haya ido. Pasa sus dedos lentamente por un retrato en específico en el que están ellos dos abrazados en la capilla luego de dar el sí en su segunda boda. A pesar de la tragedia de esa noche, allí se veían felices y enamorados.Camina hasta el balcón y su corazón se oprime al ver el hermoso jardín de rosas cuya vista es perfecta desde su posición, es idéntica a la de la hacienda, hasta eso se encargó de hacer para ella. No le cabe duda de que Egil quería que ella estuviera aquí, planeó todo para que p
Dentro del gran salón de la hacienda de Zimbron, Fidel Alonso permanece inmóvil luego de que le llegaran noticias sobre el atentado de la hacienda Arrabal, donde murieron Adelaide Valencia y sus hijos, y que Benedict le hiciera llegar sus intenciones de acabar con él y toda su familia.De fondo se oye a sus abogados discutir acaloradamente sobre las posibilidades de que Benedict Arrabal se levante más fuerte después de esto y tome venganza, así como advirtió. Esa posibilidad lo pone de un humor aún peor. —Eso no va a pasar, ¿verdad, hermano? —Cesar saca a su hermano Fidel de su ensoñación—. Ese bastardo no tiene cómo destruirnos, ¿o sí? Eso es imposible. El tío Martín dijo que esa familia estaba destruida, que no tenían recursos para sostenerse, menos para una guerra.Fidel no contesta nada. Desde que se destruyeron las demás haciendas pertenecientes al clan Arrabal, sus problemas se han multiplicado por cuatro. Solamente recibe quejas y más quejas durante todo el día por parte de lo
Benedict se encuentra en la habitación, sentado en el sillón, mirando un retrato de Adelaide y Gaspar. La luz tenue y la calidez de la chimenea crean un ambiente sereno y acogedor en la habitación, pero en el corazón de Benedict no hay más que pesadumbre, odio y miles de ganas de acabar con el mundo. Se lleva la mano a la cara e intenta dispersarse de esos pensamientos que lo aturden desde ese día que ocurrió todo. Dormir es algo que no consigue hacer sin soñar con ella y su hijo. Todavía no puede creer lo que pasó.En ese momento, unos toques resuenan en la puerta. Es su tía Irene.—¿Cómo te sientes? —pregunta ella, inclinándose para dejar un beso en su mejilla.—De la única forma en que puedo sentirme —responde él con cierta amargura en la voz—. Muriendo lentamente. —Sufrir es inevitable, pero depende de cada uno sobrellevarlo —dice Irene para reconfortarlo—. Debes reconsiderar la forma en que quieres enfrentar esto, Benedict. ¿No crees que ya son suficientes pérdidas?—No, esto
—Admiro tu valor y audacia para llegar hasta aquí —Fidel camina hasta su sillón y toma asiento—. Supongo que ahora tendré que matar a todos aquellos que te ayudaron a llegar a mi habitación. Aunque admito que muchas veces la necesidad nos lleva a tomar decisiones desesperadas. Imagino que tu única opción ante tan terrible crisis es venir a pedir clemencia. Benedict sonríe un poco ante lo dicho por Fidel. No le sorprende su arrogancia, toda su vida ha oído cosas sobre este hombre y ninguna de ellas han sido buenas. Aunado a que rechazó a su propia hermana embarazada para quedarse como jefe. ¿Qué puede esperar de alguien de esa reputación?—Lamento decepcionar tus expectativas, Alonso —Benedict se coloca a solo dos pasos de él para mirarlo de frente a frente—, pero no vengo a pedir clemencia ni suplicar tu ayuda. No te necesito, tampoco a tu fortuna.—¿Acaso ya te rendiste y vas a huir? —Se burla el hombre. Intenta reír, pero solo le sale una tos seca, demostración de su nerviosismo—.
Continuación en Roma…En Roma, Emma Carusso avanza con confianza hacia la sala de juntas, donde la reunión con el abogado Lenotti ya debía estar en marcha. La breve, pero inusual interacción con ese apuesto desconocido, la ha dejado un tanto desconcertada.Da unos toques a la puerta antes de entrar. Gustavo se levanta de su asiento y va a recibirla personalmente. Hay varias personas reunidas en una gran mesa de vidrio, quienes se levantan también para saludarla.—Señora Carusso, es un placer recibirla. Gracias por venir.—Disculpa por el retraso, me costó un poco encontrar la sala —se excusa ella con su habitual sonrisa afable. —No se preocupe, señora, todavía no se inicia la reunión —Gustavo la guía con la mano hacia la mesa y le indica la silla que va a ocupar.La sala de juntas es espaciosa y elegante, y tiene una imponente vista de la ciudad a través de las ventanas, es incluso más hermosa que la oficina principal de la hacienda. Su lugar está al lado mismo de la cabecera, el úni