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Andrei acentuó su ceja arqueada al oírla.

Sí, había llamado a una mujer para complacerlo, porque de alguna manera necesitaba distracción y también necesitaba sacar de su mente la idea de que ese lugar debía ser de Elisa.

Pero, ¿cómo conseguirlo si estaba en esa casa las veinticuatro horas del día, disponible para él?

—¿Por qué quieres saber? —no podía dejar aquella sonrisa de lado—. ¿Crees que solamente prostitutas aceptarían pasar unas horas conmigo?

Eso comenzaba a parecer un interrogatorio lleno de celos y a él le causaba una adorable gracia.

Elisa, por su lado, guardó silencio ante esas preguntas, de pronto entendió que ese cuestionario era estúpido y que esa mujer no tenía por qué ser una prostituta. Ella no lo era y estaba dispuesta a ser tocada de todas las maneras por él, entonces tenía sentido.

Se sonrojó.

—Anda, vamos —le ofreció su brazo y ella lo miró dubitativa, mientras él mantenía una sonrisa victoriosa en sus labios al verla así.

—¿Por qué estás siendo tan gentil?

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