La muerte me encontró en una gélida noche de invierno.

En aquella cueva montañosa donde estaba, la oscuridad me ahogaba, y no había rastro de luz de luna. Me aferré a la esperanza de resistir hasta el alba, cuando mi gente vendría a buscarme.

Pero los designios de Ryan eran otros.

Sin mediar palabra, atravesó mi pecho con una daga de plata, haciéndome brotar un río de sangre.

Pero aún no había saciado su sed de venganza.

Con un movimiento brutal, hundió la fría daga en mi corazón.

El dolor me desgarró por dentro. La muerte me llamaba, pero reuní mis últimas fuerzas para preguntarle.

"¿Por qué?"

Nuestra historia juntos venía desde la infancia, éramos el uno para el otro. La alianza entre nuestras familias se remontaba a varias generaciones. El destino nos había marcado como pareja, y mi familia fue fundamental para su ascenso como Rey Alfa.

Mi padre no dudó en usar su poder para despejar su camino al trono cuando más vulnerable estaba. Incluso después de su coronación como Rey Alfa, mi familia y yo nunca ambicionamos poder ni privilegios. Nos bastaba con cuidar nuestro territorio y vivir en armonía.

A pesar de todo, encerró a mi padre, además manchó nuestro nombre con un montón de calumnias y de escándalos. Redujo a cenizas todo lo que la Manada Colmillo de Nieve representaba.

"¿Qué te hicimos, Ryan?" Me aferré a él con desesperación.

Sus ojos destilaban un odio puro hacia mí, como si yo fuera la traidora, cuando era él quien me arrebataba la vida.

Se acercó a mí, y sus palabras fueron más cortantes que el frío.

"Esto es el precio que deben pagar por lo que le hicieron a Saya."

¿Saya?

¿Esa chica que no podía hablar?

Ese nombre parecía perdido en el tiempo, tuve que hurgar en mis recuerdos más profundos, hasta que sus ojos temerosos y tímidos emergieron en mi memoria.

Una risa amarga escapó de mis labios.

Ya habían pasado ocho años.

Y él seguía atrapado en ese recuerdo.

"Ryan, eres un... necio, estúpido..."

Lunático.

No pude terminar de hablar. Con una salvaje furia, enterró más la daga plateada, despedazando mi corazón. Mi sangre teñía todo de rojo mientras mi vista se desvanecía.

El sufrimiento era indescriptible.

Al despertar, contemplé una luna llena majestuosa que bañaba el mundo con su luz plateada.

"La Diosa Luna te da la bienvenida nuevamente, Princesa de la Manada Colmillo de Nieve."

Esa voz conocida me sobresaltó, haciéndome despertar de golpe.

Ya no estaba en aquella cueva helada azotada por el viento.

Me rodeaba el brillo cegador de un candelabro de cristal que me mareaba. El ambiente era cálido, lleno de risas y el tintineo de copas celebrando.

A través de la ventana, las luces de la ciudad parpadeaban. Las calles estaban llenas de vida y un río interminable de vehículos fluía en la noche.

Desde el balcón del hotel, observaba aquella gran urbe.

La voz discreta de una sirvienta me trajo al presente. "Su Alteza, ¿está sufriendo otra migraña?"

Contemplé mis manos. Eran muy delicadas, inmaculadas y perfumadas, con una fragancia de lujo.

Era mi fiesta de cumpleaños 18, el día que me convertía en una mujer adulta.

Había vuelto a la vida.