La tarde cae sobre la mansión Corleone con un aire pesado, cargado de una tensión invisible que se filtra por los pasillos. Renatto se encuentra en su despacho, revisando unos informes y decidiendo si debe abrir nuevos mercados en América, cuando su jefe de seguridad golpea la puerta y entra con expresión preocupada.
—Señor, lamento interrumpirlo con cosas sin importancia, pero…
—¡Habla de una vez!
—Isabella… no quiere comer.
Renatto levanta la mirada de inmediato. Un latido de molestia y preocupación golpea su pecho, aunque su expresión sigue siendo dura e impenetrable.
—¿Desde cuándo? —su voz carga de molestia, sus dientes apretados.
—Desde que la encerró, Clara dice que no ha probado bocado. Tampoco ha pedido nada. Solo se queda ahí, en silencio.
Renatto se pone de pie de golpe. Sus paso
Cuando se separan, Renatto la observa con seriedad, su mano apoyada en la pequeña de Isabella, sintiendo la tensión en su cuerpo. Ella está débil, y aunque sigue manteniendo su orgullo intacto, su resistencia no le hará ningún bien.—Voy a llevarte a la mansión —declara con firmeza.—No es buena idea —responde Isabella, apartando la mirada—. Ya tengo suficientes problemas con tu gente. Si me ven entrar contigo a tu casa, solo les daré más razones para despreciarme, para que hablen esas cosas de mí… y de ti.Renatto suspira con impaciencia. No es alguien que explique demasiado sus decisiones, pero sabe que Isabella necesita escuchar las razones.—No me importa lo que piensen los demás. Defendiste a mi hijo, para mí, eso es una deuda de honor, más allá de cualquier otra cosa.Isabella lo mira fijam
La noche envuelve la mansión Corleone en un silencio inquietante. Isabella intenta dormir, pero su descanso es tan frágil como una hoja al viento. Una sensación de incomodidad la mantiene inquieta incluso en sus sueños, como si un par de ojos invisibles la observaran desde algún rincón oscuro en la habitación. Se revuelve entre las sábanas, su cuerpo tenso, su mente luchando contra un presentimiento que no logra identificar.Finalmente, se sienta de golpe en la cama, su respiración agitada. Con un movimiento firme, enciende la lámpara de la mesilla de noche. La luz débil revela los muebles familiares, pero no encuentra nada fuera de lugar que le pudiera indicar que estaba acompañada mientras dormía. Sin embargo, la sensación de ser observada persiste.—Esto es ridículo —se dice en voz baja, intentando convencerse de que todo está en
El hombre se mantiene sobre Isabella con la clara intención de someterla, pero su instinto de supervivencia se activa de inmediato. Aunque su cuerpo aún está resentido por las heridas y el cansancio acumulado, su mente trabaja rápido.Gira un poco la cabeza y nota algo que le podría ayudar a defenderse. A ciegas, su mano tantea el suelo hasta dar con un madero grueso que yace bajo uno de los muebles viejos de la bodega.Con un movimiento preciso, lo aferra con fuerza y, sin dudar, lo estrella contra la cabeza del hombre. El impacto resuena en la pequeña bodega y el agresor suelta un gruñido ahogado antes de tambalearse y caer sobre una de las sillas rotas. Isabella aprovecha la oportunidad, lo empuja con el pie, alejándolo de su cuerpo, y se levanta de inmediato, arreglándose la ropa con movimientos rápidos y eficientes.Lo observa con desprecio mientras el hombre intenta recuper
La sensación de extrañeza la invade en cuanto abre los ojos. Isabella se despierta en una cama diferente, una que no es la de la bodega ni la del cuarto de las empleadas. Parpadea varias veces, tratando de reconocer el lugar y en cuanto ve la habitación amplia, con cortinas gruesas que dejan filtrar solo un poco de luz, sabe que está en la mansión.Se incorpora rápidamente, sintiendo su cuerpo aún adolorido por los acontecimientos recientes, pero su mente está alerta. Pronto llega a ella el recuerdo de que se quedó dormida viendo películas junto a Alonzo y Renatto en la sala de la mansión, seguramente el hombre fue quien la trajo hasta el mismo cuarto que usó la noche anterior.Se pone de pie con rapidez, no está dispuesta a quedarse en ese cuarto un minuto más de lo necesario. Sale en silencio, atravesando los pasillos hasta llegar a la salida que da al pati
Tras aquella declaración de Renatto y el resto de los acontecimientos, Isabella comenzó una nueva etapa en su vida dentro de la organización de Renatto. Las mujeres, aunque celosas, sus ojos cargados de furia por su nueva posición, no tenían más que aceptar sus órdenes.Incluso su apariencia cambió, no por decisión propia, sino por la exigencia de Renatto, quien estaba empeñado en que la vieran con los mismos ojos que lo veían a él o a Riccardo, como una persona importante dentro de la organización.Pero hay cosas que no cambian, por lo que, pasado otro mes, Isabella se acerca a Renatto en su despacho. El hombre, inmerso en sus asuntos, levanta la mirada lo suficiente para ver a una Isabella hermosa, vistiendo un traje de pantalón y saco que le dan un aire sofisticado.—Disculpe, señor Corleone…—Maldición, Isabe
Renatto no es un hombre que disfrute de los viajes innecesarios, pero esta vez no tiene opción. Roma requiere su presencia.Hay problemas con una de las familias aliadas que han comenzado a actuar fuera de los acuerdos establecidos. Negociaciones turbias, movimientos sospechosos, traiciones en el aire. No es algo que pueda delegar, necesita manejarlo él mismo.El avión privado aterriza en la pista reservada de un pequeño aeródromo en las afueras de la ciudad. Apenas baja, su teléfono vibra en su bolsillo. Sabe que no serán buenas noticias.Se voltea para ver a Isabella, la que va bajando de la mano con Alonzo mientras hablan cosas que aprendió su hijo en clases. A medida que sus pasos lo llevan hacia el auto blindado que lo espera, responde la llamada con voz seca.—¿Qué pasó?“El jefe de la familia Bernardini se está moviendo por su cuenta
La oscuridad es absoluta.Isabella abre los ojos, pero es como si aún estuviera atrapada en la negrura del sueño al cual fue sometida. Su piel se eriza con el frío y la humedad del suelo bajo su cuerpo. Un fuerte olor a moho y metal oxidado le llena los pulmones. Intenta moverse y descubre que está descalza, sin ninguna de sus pertenencias. No tiene forma de defenderse.Respira hondo, intentando controlar el pánico que amenaza con instalarse en su pecho. «Piensa, Isabella, no puedes permitirte el miedo», se dice con firmeza, su corazón latiendo más de lo que puede soportar.Estar en esa situación otra vez en lugar de llenarla de miedo, solo la molesta más. tantos años tratando de huir de ese mundo, y ahora está metida en medio de las balas.Se incorpora lentamente, tanteando con las manos el suelo rugoso. No hay ventanas, ni ninguna fuente de luz. Se obl
La humedad en aquel lugar perdido de la mano de Dios cala hasta los huesos. Isabella está temblando, pero no es solo por el frío, sino por el agotamiento extremo. Ha perdido la cuenta de cuánto tiempo lleva en ese lugar oscuro, encerrada entre paredes que rezuman desesperación, en donde sus gritos son lo único que le queda para saber que está viva.Sus muñecas están marcadas por las ataduras, y su cuerpo dolorido por los golpes. El hedor a sangre seca y humedad se mezcla con el sabor metálico en su boca, le produce náuseas, peo no tiene nada que eliminar de su cuerpo más que sangre y sudor. A pesar de eso, no cederá. No importa cuánto duela.Los pasos se acercan de nuevo. Isabella cierra los ojos un instante, preparándose. La puerta se abre y el hombre entra con la misma sonrisa burlona de siempre.—¿Lista para hablar? —pregunta con