MÍA Basil camina de un lado a otro, no deja de hablar por teléfono en ruso, mientras el doctor con su asistente, me terminan de tomar la presión, la cabeza me duele, no puedo creer que apenas hayamos pisado la nueva casa, y ya esté hecha cenizas, lo poco que alcancé a escuchar al despertar, fue que al parecer fueron los Calabria, una organización secreta en la que estaba Portia. Pensar en ella solo hace que mi estado se desmejore, Basil no lo vio, pero yo si, la manera en la que ella lo veía, con cierto triunfo, me miraba como si estuviera segura de que el destino de Basil y el mío, sea no estar juntos, y bueno, puede que no esté tan errada como creemos, a estas alturas, pienso lo mismo. Tengo que recordarme que estoy aquí por mi bebé, y porque regresar a Italia cuando mi padre se ha comportado de un modo estratégico y gélido conmigo, no es una opción. —Todo está bien, señora Sokolov. La voz del doctor me saca de mi ensimismamiento. —¿Por qué me he desmayado? Basil mencionó
MÍALas cosas no siempre funcionan como pensaba, eso lo supe desde qué era una niña. Toda mi vida, nunca he tenido algo a lo que llamar como mío, hasta ahora, que estoy embarazada, desciendo mi mirada hacia mi vientre aún plano, saber que en este espacio tan pequeño, está siendo ocupado por alguien, parece demasiado irreal. Miro a mi alrededor, no me gustan los hospitales, después de que Portia volviera a dar su vida por salvar la de Basil, vinimos hasta aquí, a uno de los mejores hospitales privados en Rusia, aun recuerdo que hace dos horas llegó acelerado, con los ojos casi desorbitados y el miedo palpable en su sistema, exudando rabia y hablando con desesperación para que atendieran a Portia. Todo el tiempo la cargó en brazos, no hubo un solo momento en el que se acordara de mí, más que solo para decirle a Akin, que estuviera pendiente de mí, que no se despegara de mí en un solo momento y que lo siguiéramos, fue todo.Ni una sola mirada, una palabra, nada, ni porque estoy esperan
MÍAEl dolor que siento en el pecho, no me deja respirar, camino a prisa, no le presto atención a las palabras que dice Akin a mis espaldas, llego hasta el ascensor, entro y al ver que los Voyevikis comienzan a correr hacia mi dirección, presionó como loca el botón para que las puertas se cierren.—¡Mía! Me congelo, levanto la mirada y me encuentro con Basil, quien camina a prisa en mi dirección, mientras sus hombres se abren paso. Las puertas se cierran, alcanzando a escuchar una última maldición por su parte, respiro con tranquilidad, sé que no puedo escapar, todo está rodeado por sus hombres, solo quiero un momento a solas. Llego hasta la última planta, subo las escaleras llegando a la terraza del hospital, ahí, me recibe una ráfaga de viento que me eriza la piel, pero eso no se compara con lo que siento dentro. Me asomo hacia abajo, desde las alturas, las personas de abajo parecen pequeñas hormigas. El sonido de la puerta a mis espaldas, termina con tranquilidad, empujo el ácid
MÍA—Hablemos mientras llegamos al aeropuerto. La voz de Basil parece un frío eco que solo me provoca escalofríos, mis emociones todavía se encuentran a flor de piel, en cuanto me alejé, él no hizo nada por detenerme, de hecho, hubiera preferido que se quedara en el hospital, no decirme nada y poder estar tranquila. —Lo que sientes no es real y solo le haces daño a nuestro hijo. Eso me hace mirarlo con odio. —Jamás haría algo que pudiera dañar a mi hijo. —Nuestro —me corrige. Sello mis labios. —Eso lo hubieras pensado antes —murmuro, apartando mi mirada de él. —Mía. —Ni siquiera sé por qué estás aquí, tus hombres bien pudieron haberme traído, además, llegando, los cuervos de mi padre me van a proteger. —Prefiero que uno de mis hombres vaya contigo, Akin. —No lo necesito —replico sin apartar mi mirada de enfrente. —Mía, hago todo esto por ti, para que estés a salvo, no puedo quedarme de brazos cruzados cuando soy el Boss.—Aja, ya entendí —respondo con indiferencia. —Mónta
BASILTermino de hacer las llamadas correspondientes, sintiendo aún el resquemor al haber tomado la decisión de dejar ir a Mía, su regreso a Italia es lo peor que pude haberle empujado a hacer, sin embargo, si eso la mantendrá con vida, a ella y a mi hijo, lo haría de nuevo, no confío en Lucian Bennett, pero si Mía permanece en Rusia, no tendré cabeza para planear los ataques de la guerra que se acerca.—Sabes que has tomado la mejor decisión.La voz de mi madre hace que levante la mirada, ella y mi tío están delante de mí, hemos pasado toda la maldita noche planificando, investigando, al parecer, los Calabrin, el grupo ruso opositor, son quienes se han encargado de esparcir la pólvora entre algunas organizaciones de la pirámide.—Eso no es lo importante —interrumpe mi tío con molestia—. Sé que la alianza con Italia era necesaria, yo mismo la apoyé desde el principio, solo que, con la chica equivocada, Mía Bennett, no es mujer de la Bratva, tampoco de la mafia, ella no pertenece a est
MÍACuando despierto, detallo mi entorno buscando una explicación clara, al darme cuenta de que se trata de un avión, el miedo invade mi sistema, me incorporo, tengo el cinturón puesto, por lo que por acto reflejo de supervivencia, me lo quito. —No lo hagas, es mejor si te lo dejas puesto. Alguien camina a mis espaldas para sentarse delante de mí. —Franco —digo en medio de un susurro vergonzoso. —El que te acuerdes de mi nombre, hace que me sienta halagado, Mía —sisea con ojos de halcón. Frunzo el ceño, la cabeza me estalla, se da cuenta y enseguida le pide en un perfecto italiano, a una azafata que se acerca con un contoneo vulgar de caderas, una sonrisa falsa que solo encara sus intenciones con él, y un escote promiscuo, algo. —Te traerán agua. Muevo los engranajes de mi cabeza, reuniendo en menos de un minuto, las piezas que faltan en mi rompecabezas, mi padre, el hombre que se supone debía protegerme, me inyectó algo, me ha engañado y ahora estoy en un avión. —¿En dónde es
MÍAMe toma dos segundos comprender que no tengo por qué sentir miedo de que Basil llegue a ver la foto del beso, después de todo, no estamos en buenos términos y él está cuidando de su amada Portia. —Así que esto es parte del plan de mi padre —me recompongo de la impresión del beso y mantengo la calma—. ¿Fue tu idea? Franco Smirnov me sostiene la mirada, como si quisiera descifrar algo que no entiende de mí. —Fue idea de tu padre —asegura en tono hosco—. Como te dije, yo solo sigo las órdenes del capo. —Así que mi padre me va a tener encerrada aquí hasta que nazca mi hijo, con la excusa de que nadie me encuentre y nadie de ninguna otra organización, me pueda dañar —doy un paso adelante—. Cuando en realidad quiere usarme para hacerle daño a Basil Sokolov. Veo que la mirada de Franco se oscurece y que sus pupilas se dilatan. —¿Me equivoco? —frunzo el ceño. Sintiendo la mirada inquisidora de Akin, sobre mí. —Eres más inteligente de lo que pensé, Mía Bennett. —Sokolov —irrumpe A
MÍAMe congelo con las palabras que dice el italiano que parece agitado, no, no puede, se supone que mi padre se ha encargado de que no me encuentre, ¿cómo es que siempre sabe en donde estoy? Retrocedo un paso sin darme cuenta de que incluso he perdido toda capacidad de poder respirar por mi cuenta. Franco parece darse cuenta de mi estado, frunce el ceño y se acerca a mí, tomando mi mano y colocando dos de sus dedos en la muñeca para revisar mi pulso. —Los latidos de tu corazón están acelerados —anuncia como si fuera un experto en medicina. ¿Por qué no me deja en paz? Ya tiene a la mujer que ama a su lado, decidió que los italianos debían protegerme antes que él mismo, el propio padre de mi bebé, no, me niego a caer de nuevo en ese círculo vicioso. —No quiero —logro articular, aunque con cierta dificultad. —¿Qué quieres decir con eso? —Franco parece ponerme más atención que la debida. —No quiero verlo, no quiero que me encuentre, yo… solo no quiero ver a Basil. Hay cierto brill