Faltaban cuatro días para la boda, pero el maestro y los demás aún no llegaban, lo que tenía a Isabella muy preocupada.Fue a preguntarle al mayordomo.—¿El maestro ha enviado alguna carta? ¿Sabe cuándo llegarán?Su tio Melquiades que sostenía un pequeño punzón mientras tallaba en la madera, pareció recordarlo de repente y dijo:—Casi que lo olvidaba, señorita. El maestro envió una carta diciendo que no vendrá a tu boda. Prefiere que, una vez casados, tú y el príncipe vayan a visitarlo al cerro de los cerezos.—¿No vendrá? —Isabella se sintió profundamente decepcionada.—¿Por qué? ¿No habían dicho antes que vendrían?Melquiades sonrió:—Sabes cómo es el maestro. En los últimos años no le gusta salir. Si puede quedarse tumbado, no se sienta; si puede quedarse sentado, no se pone de pie. Y en este clima tan frío, mucho menos. Prefiere quedarse tranquilo sin ser molestado.—Si el maestro no viene, ¿qué hay de los demás? Ellos sí podrían venir, ¿no? —preguntó con esperanza.Melquiades la c
Llegados los últimos días del año su maestro se marchó.Isabella sostuvo su manga mientras lo acompañaba hasta la puerta. El viento helado rugía y el cielo nublado indicaba que el clima seguiría frio por un buen rato más.Suspiró al pensar que su maestro también la dejaría. Solo esperaba que el día de su boda no llovería y que los caminos estuvieran transitables. No le pedía al destino nada más.Su maestro sonrió:—Te mandé hacer unas bonitas joyas, envía por favor a alguien a recogerlas. Ya he pagado; el recibo está con el mayordomo Eduardo.—Entonces enviaré a Eduardo —respondió ella, observando cómo las doncellas terminaban de empacar sus cosas. No pudo evitar sentirse melancólica.—¿Es acaso tan urgente que usted se marche maestro? ¿No puede esperar un par de días más?—No puedo, es un asunto importante el que requiero atender —dijo él, revolviéndole la cabeza con cariño.—Nos veremos pronto... No olvides visitar el pronto el cerro de los cerezos.—¡Sí! —respondió con tristeza. Ent
Isabella no había explicado todo con claridad aquel día, principalmente porque notó que la señorita Dolores parecía estar satisfecha con Theobald.Si ella hubiera dicho directamente que Theobald quería quedarse con su dote, solo habría provocado el resentimiento y las sospechas de la señorita Dolores, quien habría pensado que Isabella estaba difamándolo intencionadamente.—Pero mi ingenua hija, cuando la esposa de Ignacio le preguntó, aceptó sin pensar demasiado. Además, este compromiso no pudimos rechazarlo. Las razones detrás de esto, supongo que la señorita las entiende —dijo doña Pacífico con una expresión resignada.Isabella asintió:—Pues más o menos.Todo se reducía a que Guillermo León había asumido el mando de los Halcones de Hierro, y el deseo del Rey era que Theobald se casara con la hija de Guillermo León, fortaleciendo así los lazos entre ambas familias y asegurando que Guillermo promoviera a Theobald.Si la familia del Conde no aceptaba, probablemente otro comandante toma
Al salir, Isabella no pudo evitar reírse de la indignación.—¿Qué tipo de pensamiento? ¿En serio se comió todo el cuento que le dijo Manuela?Isabella entendía perfectamente por qué Manuela había dicho eso. Después de todo, ya sabía lo que había ocurrido en la fiesta de la Reina Leonor.Manuela estaba interesada en el Rey Benito y quería convertirse en su concubina. Decir esas cosas frente a todos tenía un propósito: provocar un escándalo. Si confrontaban a Isabella y Benito o llegaban otros a escuchar, era posible que creyera en esas mentiras, y comenzara a despreciarla o incluso a distanciarse de ella.Manuela probablemente pensaba que así lograría su objetivo.Por otro lado, ella tenía un carácter directo, que podía describirse amablemente como honesto, pero que en realidad era impulsivo y fácil de manipular.Parecía que encontrar a alguien verdaderamente apto para liderar la casa de los Vogel no sería después de todo tarea fácil.Además, con los temperamentos de Manuela y Desislava
En la casa de Isabella, los preparativos para el banquete de bodas ya estaban en marcha. Dado que no había suficiente personal, Eduardo pidió ayuda a otros miembros de la familia, quienes acudieron con sus criados.En la tradición noble, los banquetes de boda no se celebraban solo el día del matrimonio. Un día antes se ofrecía una comida a los miembros de la familia, y durante tres días se organizaban banquetes para que el pueblo pudiera participar de la alegría.Como era su segundo matrimonio, Isabella decidió no contratar a una mujer de buena fortuna para peinarla, dejando esta tarea en manos de una experta.Quizás debido a que su maestro y los demás no asistirían, Isabella no mostraba interés por los rituales previos al matrimonio. No es que no valorara casarse con el Rey Benito; estaba decidida a cumplir con las responsabilidades de una buena esposa y encargarse de los asuntos domésticos para que él pudiera concentrarse en sus propias tareas. Sin embargo, la ausencia de su familia
Isabella acompañó a los miembros lejanos de la familia Díaz de Vivar y a un grupo de amigas a ver una obra de marionetas. Raulito también quiso ir. En sus días como mendigo, solía colarse en los teatros para pedir limosna. A veces lograba disfrutar de las actuaciones hasta que alguien lo descubría, lo golpeaba y lo echaba a patadas. Esta vez, sin embargo, podía sentarse con total legitimidad en un asiento, sin temor a ser expulsado. Los días de sufrimiento le habían enseñado a valorar lo que ahora tenía.Cuando comenzó la música, el ambiente se llenó de alegría. Isabella pudo sentir la emoción, lo que mejoró un poco su estado de ánimo. Al fin y al cabo, la vida tenía que seguir adelante, y sin importar qué, siempre tendría a Raulito a su lado.Al revisar el programa de las obras, Isabella, que nunca había sido aficionada al teatro ni mucho menos a las marionetas, decidió dejar la elección en manos de la esposa de Melquiades, quien sí disfrutaba de las actuaciones y sabía cuáles eran ap
Modesto, con cara impasible de poker, dio una orden directa a los guardias:—Traigan al príncipe de vuelta para atender a los invitados. Hasta mañana por la tarde, cuando sea el momento de recoger a la novia, no se le permite salir. Si alguien desobedece, todos los guardias perderán tres meses de sueldo.Con esta amenaza, los guardias no le quitaron los ojos de encima a los pies del Rey Benito, empujándolo poco a poco hacia atrás, paso a paso, hasta que retrocedió completamente.Rey Benito rodó los ojos, irritado:—¿Qué pretenden ustedes? Solo salí porque me pasé con las copas mientras atendía a los invitados. Quería salir a tomar un poco de aire y despejarme.Modesto replicó con frialdad:—¡Traigan un balde de sopa para el resacón!Un balde… El mayordomo Rodrigo miró a Modesto con furia, pero sabía que Modesto no iba a ceder. Era una roca inamovible.En ese momento, el mayordomo Rodrigo, mayordomo principal de la casa de Benito, llegó corriendo. A pesar del frío, estaba sudando de tan
En Casa Alta, la lámpara frente al pasillo reflejaba las finas figuras de papel en el enrejado de la ventana y los proyectaba por todas las paredes de la mansión como bestias gigantes. Isabella Díaz de Vivar se sentó de manos cruzadas en la amplia silla de respaldo redondo de roble, la sencilla ropa que llevaba envolvía su esbelto y atractivo cuerpo.Levantó la mirada y observó al caballero frente a ella, su esposo con quien se había casado hace poco, pero a quien había tenido que esperar durante un largo y tortuoso año. La armadura a medio usar de Theobald Vogel aun yacía majestuosa en sus hombros, con firmeza, pero con una pizca de disculpa en su hermoso rostro dijo.—La voluntad de matrimonio ya ha sido otorgada y sellada, y Desislava Maiquez de cualquier manera será mi esposa.Isabella se volvió a cruzar de brazos, sus ojos estaban oscuros y solo le preguntó con gran sospecha.—La reina una vez dijo que, la general Desislava era un modelo a seguir para otras mujeres, ¿pero acaso se