Joseph miró el monitor de su computador y suspiró cansado. Durante la última semana se la había pasado trabajando, buscando dónde estaba la maldita fisura de la empresa. Había un hueco y ni él ni sus administradores podían descubrir dónde estaba aquella fuga.Inspiró profundo y se llevó las manos a la cabeza y se revolvió el cabello.Para colmo de males, su madre aún se encontraba hospitalizada y, cada vez que iba a visitarla, no hacía más que hablar pestes de su nuera, alabando a la maldita Patsy que se la pasaba día y noche, turnándose con sus hermanas, Beatrice y Stella, para cuidarla.No le gustaba para nada la idea, pero sentía que, si no lograba que Eileen fuera a verla, le haría la vida a imposible. Ya demasiado tenía con soportar sus propios pensamientos sobre su esposa como para que su madre introdujera más ideas y sospechas en su mente.Suspiró, apagó el ordenador, tomó la chaqueta de su traje, que había colgado de la silla y salió de la oficina.Tenía que hablar con Eileen
A la mañana siguiente, bien temprano, Eileen y Joseph salieron de la mansión, camino a la clínica en la que, aún, después de diez días, Lydia, la madre de Joseph, seguía hospitalizada tras haber sufrido un infarto.Ambos se mantuvieron en silencio durante todo el camino hasta allí, después de todo, no tenían nada de qué hablar y, tanto Eileen como Joseph, estaban nerviosos por lo que pudiera suceder una vez que llegaran al nosocomio.Cuando Joseph aparcó en el estacionamiento subterráneo de la clínica, Eileen se desabrochó el cinturón de seguridad con parsimonia y se bajó del coche, sintiendo cómo su cuerpo temblaba de pies a cabeza.—Tranquila, todo saldrá bien —le aseguró Joseph, quien la tomó del brazo y la guio hasta el ascensor.Eileen ni siquiera se percató de aquel gesto. Se sentía tan aterrada por lo que podría suceder una vez que llegaran a la habitación que su cerebro no podía dejar de darle vueltas al asunto sin, prácticamente, percatarse de nada más.Una vez que se montaro
Cuando los médicos por fin salieron de la habitación, todos lo hicieron con el agotamiento grabado en el rostro. Joseph, al ver salir al médico encargado de su madre, se acercó inmediatamente a él y le preguntó: —Doctor, ¿cómo está mi madre? El médico se secó el sudor de la frente y se humedeció los labios. Aparentemente, a pesar de sus notorios años de experiencia, aún le incomodaba tener que dar malas noticias. —Lo siento… —¡Nooooo! —gritó Joseph mientras se dejaba caer de rodillas al piso y se llevaba las manos a la cabeza. Beatrice, Stella y Patsy entraron en shock y comenzaron a montar un alboroto típico en ellas. Comenzaron a gritar por los pasillos, rezándole a Dios que aquello no fuese cierto. Todos estaban fuera de sí, incluso, Eileen. Sin embargo, como era la más compuesta de los cinco presentes en el pasillo frente a la habitación de Lydia, el médico se dirigió a ella. —Lo siento mucho, señorita… —Soy la esposa del señor Anderson, la nuera de la señora Lydia Anders
UN MES DESPUÉS.Tras la muerte de Lydia y de que se montara una escena surrealista durante el funeral de la mujer, en el que ninguna de las hermanas de Joseph, ni ninguno de los presentes, le permitió la entrada, a pesar de su insistencia y de haber llevado refuerzos para que no le impidieran el paso, Joseph se sumó en una profunda depresión.Apenas hablaba. Se había convertido en una sombra que pululaba por la mansión, como un alma en pena. Lo único en lo que se enfocaba, a duras penas, era en el trabajo; el cual, según sus propias palabras, era su cable a tierra.Aquella apatía por la vida, incluso, para discutir con ella, algo que se le había dado más que bien desde su regreso de la luna de miel, comenzaron a preocupar a Eileen.—En serio, Mary —dijo mientras se sentaba en una de las butacas de la cocina para tomar un té de manzanillas. Sus pies, poco a poco, habían comenzado a hincharse y no podía estar demasiado tiempo en tacones—, me preocupa la actitud de Joseph. ¿Alguna vez lo
—Por cierto —dijo Joseph, luego de un par de minutos de silencio—, necesito que me ayudes con algo más.Eileen alzó la vista y lo miró a los ojos mientras ladeaba la cabeza.—Dime, ¿en qué más te puedo ayudar?No estaba muy seguro de por qué la había escogido a ella, a pesar de que la consideraba una mentirosa, para confiar de esa manera, pero algo en su interior le decía que, si se iba a arriesgar, lo mejor era hacerlo con alguien a quien tuviera atada.Ya que, en el primer contrato que habían firmado, Joseph le había pedido a su abogado que agregara una cláusula extra, la de la confidencialidad.Es decir, que nada de lo que ellos hicieran, nada de lo que ellos hablaran o de lo que sucediera entre ambos, podía salir de la vivienda, bajo ningún concepto, salvo en una situación riesgosa para una de las dos partes involucradas en el contrato.De lo contrario, la parte que incumpliera el trato debería resarcir, del modo que se creyera conveniente en el momento, a la parte afectada.Josep
DOS MESES MÁS TARDE.Durante el tiempo trascurrido durante esos últimos dos meses, tanto Joseph como Eileen se habían abocado a trabajar codo a codo, más juntos que nunca, tanto en la empresa como en la investigación privada que estaban llevando a cabo.Sin embargo, durante el último mes, Eileen se había visto obligada a permanecer prácticamente encerrada en la mansión, bajo la excusa de que estaba enferma para ocultar su ya notorio embarazo.Joseph se encargaba de prácticamente todo lo que se refería a la empresa, no había contratado a nadie más (realmente, no quería más problemas en su matrimonio) y le llevaba a Eileen el trabajo en el que tenía que ayudarlo.Sí, lo hacía en persona. Durante el último tiempo, desde que se había casado con Eileen, y, sobre todo, desde que había muerto su madre, ya no se fiaba ni de su propia sombra. En la única en la que podía confiar era en Eileen, quien lo ayudaba sin quejarse ni una sola vez.Él, por su parte, atraído por la intriga de ver una eco
Cuando llegaron a la clínica, los paramédicos, quienes habían estado controlando los signos vitales de Eileen, la bajaron rápidamente en la camilla y se la llevaron a través del pasillo, hasta que Joseph los perdió de vista.Una parte de él le suplicaba que los siguiera, sin embargo, la parte más consciente le pedía que, por favor, se mantuviera en calma y dejara que los médicos se hicieran cargo de la situación.No obstante, su corazón latía desbocado y la ansiedad había hecho que un nudo se le instalara en la garganta. Se sentía desfallecer. No podía siquiera imaginar que le pasara algo a Eileen o a los niños.Si bien su consciencia pedía a gritos que por favor dejara de hacerse ilusiones con aquella muchacha y esos niños que podía que no fueran de él, no podía dejar de sentir cierta culpa por lo que había sucedido.Si no hubiese estado tan metido en sus pensamientos, mientras conducía, podría haber evitado aquel accidente.«O quizás no», dijo una voz en su cabeza.Realmente, había
El médico lo guio rápidamente hasta una salita, en donde una joven enfermera, de no más de treinta años, lo recibió con una sonrisa suave.—Susan, ¿podrías acompañar al señor Anderson hasta terapia intensiva de neonatología y enseñarle los procedimientos que debe seguir antes de entrar?—Por supuesto, doctor —respondió la enfermera con un ligero asentimiento, antes de dirigirse a Joseph—: Si es tan amable de acompañarme, por favor…Joseph asintió, sin emitir ni el más mínimo sonido, y, tras dedicarle un asentimiento al médico, a modo de agradecimiento, siguió a la enfermera por un excesivamente iluminado y largo pasillo.Luego de unos cuantos minutos de caminata, que se le hicieron eternos, la enfermera se detuvo frente a una puerta acristalada, junto a la cual había un lavamanos y una gaveta, de la cual mujer sacó un ambo, muy similar al que ella llevaba como vestimenta, pero, en este caso, de un azul opaco y deprimente.A continuación, le indicó minuciosamente el procedimiento que d