Eileen no supo en qué momento se había quedado dormida, cuando oyó la voz característica de Malena, quien la zarandeaba intentando despertarla.—¡Mamá! ¡Mamá! —repetía una y otra vez la pequeña.—Hola, mi niña —dijo Eileen con voz somnolienta—. Perdona, no sé en qué momento me he quedado dormida.—Estás demasiado cansada, mami. Y eso que ya no estás trabajando. ¿Estás enferma? —la interrogó la chiquilla.Eileen, a pesar de conocer a su hija y la capacidad deductiva de esta, se sorprendió de que se diera cuenta de su estado de cansancio prolongado, el cual no solo estaba dado por las malditas audiencias y la preocupación que le producía Charles en los últimos días, sino también al embarazo.—No te preocupes, cariño. Mamá está bien, solo un poco cansada. Pero nada de lo que preocuparse —la tranquilizó mientras le acariciaba el cabello.Cuando tomó su móvil vio que tenía un mensaje de texto de un número desconocido, por lo que no le dio importancia, ni siquiera lo leyó, y enfocó su mirada
Eileen se dio la vuelta en la cama y abrió los ojos lentamente. Le dolía la cabeza y los párpados le resultaban pesados.Frunció el ceño al verse en la habitación principal y no en el dormitorio que solía ocupar cada noche, a tan solo unas puertas del despacho de Joseph.Sorprendida, se incorporó en la cama y miró hacia su derecha, donde se encontró con que Joseph estaba sentado en una butaca junto a ella.—Por fin despiertas —dijo el hombre, que se notaba que no había dormido en toda la noche, mientras se ponía de pie y se acercaba a ella.Automáticamente, Eileen se alejó de él. Tras lo pasado la noche anterior, sentía miedo de que le diera una paliza. Si bien había sido una simple cachetada, por su experiencia con Charles, una simple cachetada era el inicio de algo mucho más grande.—¿Qué sucede? —preguntó el hombre, preocupado—. ¿Estás bien?Eileen se llevó una mano a la cabeza, la cual le punzaba como si le estuvieran clavando un picahielos en el cráneo.—¿Ahora te preocupas por m
Joseph sonrió, un tanto incómodo con la situación, y llamó la atención de Malena.—Ven, Male, siéntate a desayunar y deja que tu madre también lo haga.—Pero, papi, dijiste que mamá tenía algo que contarme. ¿Es cierto, mami? —preguntó en dirección a Eileen.—Así es, cariño. —Asintió y sonrió tanto o más incómoda que Joseph.La niña sonrió y asintió, antes de tomar asiento nuevamente en su lugar y comenzar a comer con ansias.En verdad, Eileen no tenía nada de apetito, realmente, se sentía tan eufórica como incrédula de todo lo que había pasado, que tenía el estómago completamente cerrado. Aun así, decidió comer algo. Después de todo, en el estado en el que se encontraba no podía permitirse no ingerir ni el más mínimo alimento.Cuando los tres terminaron con el desayuno, la niña, que no había parado de hablar en todo momento, haciendo reír a Joseph y a Eileen, se detuvo de pronto, los miró alternadamente a ambos y preguntó:—¿No me dirán nada?Eileen suspiró. Había intentado extender a
Joseph miró el monitor de su computador y suspiró cansado. Durante la última semana se la había pasado trabajando, buscando dónde estaba la maldita fisura de la empresa. Había un hueco y ni él ni sus administradores podían descubrir dónde estaba aquella fuga.Inspiró profundo y se llevó las manos a la cabeza y se revolvió el cabello.Para colmo de males, su madre aún se encontraba hospitalizada y, cada vez que iba a visitarla, no hacía más que hablar pestes de su nuera, alabando a la maldita Patsy que se la pasaba día y noche, turnándose con sus hermanas, Beatrice y Stella, para cuidarla.No le gustaba para nada la idea, pero sentía que, si no lograba que Eileen fuera a verla, le haría la vida a imposible. Ya demasiado tenía con soportar sus propios pensamientos sobre su esposa como para que su madre introdujera más ideas y sospechas en su mente.Suspiró, apagó el ordenador, tomó la chaqueta de su traje, que había colgado de la silla y salió de la oficina.Tenía que hablar con Eileen
A la mañana siguiente, bien temprano, Eileen y Joseph salieron de la mansión, camino a la clínica en la que, aún, después de diez días, Lydia, la madre de Joseph, seguía hospitalizada tras haber sufrido un infarto.Ambos se mantuvieron en silencio durante todo el camino hasta allí, después de todo, no tenían nada de qué hablar y, tanto Eileen como Joseph, estaban nerviosos por lo que pudiera suceder una vez que llegaran al nosocomio.Cuando Joseph aparcó en el estacionamiento subterráneo de la clínica, Eileen se desabrochó el cinturón de seguridad con parsimonia y se bajó del coche, sintiendo cómo su cuerpo temblaba de pies a cabeza.—Tranquila, todo saldrá bien —le aseguró Joseph, quien la tomó del brazo y la guio hasta el ascensor.Eileen ni siquiera se percató de aquel gesto. Se sentía tan aterrada por lo que podría suceder una vez que llegaran a la habitación que su cerebro no podía dejar de darle vueltas al asunto sin, prácticamente, percatarse de nada más.Una vez que se montaro
Cuando los médicos por fin salieron de la habitación, todos lo hicieron con el agotamiento grabado en el rostro. Joseph, al ver salir al médico encargado de su madre, se acercó inmediatamente a él y le preguntó: —Doctor, ¿cómo está mi madre? El médico se secó el sudor de la frente y se humedeció los labios. Aparentemente, a pesar de sus notorios años de experiencia, aún le incomodaba tener que dar malas noticias. —Lo siento… —¡Nooooo! —gritó Joseph mientras se dejaba caer de rodillas al piso y se llevaba las manos a la cabeza. Beatrice, Stella y Patsy entraron en shock y comenzaron a montar un alboroto típico en ellas. Comenzaron a gritar por los pasillos, rezándole a Dios que aquello no fuese cierto. Todos estaban fuera de sí, incluso, Eileen. Sin embargo, como era la más compuesta de los cinco presentes en el pasillo frente a la habitación de Lydia, el médico se dirigió a ella. —Lo siento mucho, señorita… —Soy la esposa del señor Anderson, la nuera de la señora Lydia Anders
UN MES DESPUÉS.Tras la muerte de Lydia y de que se montara una escena surrealista durante el funeral de la mujer, en el que ninguna de las hermanas de Joseph, ni ninguno de los presentes, le permitió la entrada, a pesar de su insistencia y de haber llevado refuerzos para que no le impidieran el paso, Joseph se sumó en una profunda depresión.Apenas hablaba. Se había convertido en una sombra que pululaba por la mansión, como un alma en pena. Lo único en lo que se enfocaba, a duras penas, era en el trabajo; el cual, según sus propias palabras, era su cable a tierra.Aquella apatía por la vida, incluso, para discutir con ella, algo que se le había dado más que bien desde su regreso de la luna de miel, comenzaron a preocupar a Eileen.—En serio, Mary —dijo mientras se sentaba en una de las butacas de la cocina para tomar un té de manzanillas. Sus pies, poco a poco, habían comenzado a hincharse y no podía estar demasiado tiempo en tacones—, me preocupa la actitud de Joseph. ¿Alguna vez lo
—Por cierto —dijo Joseph, luego de un par de minutos de silencio—, necesito que me ayudes con algo más.Eileen alzó la vista y lo miró a los ojos mientras ladeaba la cabeza.—Dime, ¿en qué más te puedo ayudar?No estaba muy seguro de por qué la había escogido a ella, a pesar de que la consideraba una mentirosa, para confiar de esa manera, pero algo en su interior le decía que, si se iba a arriesgar, lo mejor era hacerlo con alguien a quien tuviera atada.Ya que, en el primer contrato que habían firmado, Joseph le había pedido a su abogado que agregara una cláusula extra, la de la confidencialidad.Es decir, que nada de lo que ellos hicieran, nada de lo que ellos hablaran o de lo que sucediera entre ambos, podía salir de la vivienda, bajo ningún concepto, salvo en una situación riesgosa para una de las dos partes involucradas en el contrato.De lo contrario, la parte que incumpliera el trato debería resarcir, del modo que se creyera conveniente en el momento, a la parte afectada.Josep