-¡Riccardo la camisa!Demie lo llamó antes de que bajara de su yate como un loco para correr a los brazos de su reina.Habían pasado ocho meses desde el nacimiento de su princesita Vittoria. El capo se negaba rotundamente a separarse de su mujer y de sus niñas, pero como la mujer inteligente que era, Sabrina no tardó en aprender a controlar la línea y ganarse el respeto de los Betas. Así Riccardo no tenía más motivos para seguir ejerciendo de macho súper protector. Había llegado la hora de volver a llevar su imperio y mantener sus enemigos a raya. Por lo tanto, había pasado dos semanas lejos de su isla para volver a retomar sus negocios.-Sabrina sabe quién es su hombre, Demie. No creo que unas manchas de sangre la asusten. -aclaró Riccardo y Demetria giró los ojos.-Por supuesto que Sabrina te conoce, y conoce bien tus métodos para mantener el control, pero no te pido que te cambies de camisa por ella. Te pido que lo hagas por las niñas.-¿No lo dices también por tu hijo? -preguntó R
Riccardo no aguantó la emoción, lo único que su corazón le pidió fue tenerla entre sus brazos. Ella y el bebé que estaba esperando.-No tienes idea de la felicidad que me estás dando. -dijo Riccardo decidido a pasar el resto de la noche haciéndole el amor.-Por supuesto que lo sé, porque puedo sentir la magnitud de esta felicidad en mi corazón y creciendo dentro de mí.Sí, sucedió exactamente lo que Riccardo deseaba. Hicieron el amor en la playa, entraron en la mansión cubiertos por el agua salada y en el salón volvieron a entregarse a la pasión. Dejaron un recorrido de lujuria y deseo por los pasillos de su hogar hasta llegar a su habitación, en donde se entregaron el uno al otro sin reservas una vez más hasta que el cansancio, y la calma de la noche los envolvió.La dulce Vittoria despertó en mitad de la noche, para la felicidad de Riccardo que extrañaba acunarla en sus brazos y cantar para ella hasta que volviera a quedarse dormida.Aquella noche fue la más especial de todas, Ricca
-¡Preparen los malditos helicópteros, las lanchas y mi yate! -ordenó Riccardo caminando a toda prisa de un lado a otro dentro de aquella gigantesca caja fuerte en donde guardaba todo un arsenal, digno de las fuerzas especiales del ejército. -¡Avisen a todos mis hombres, quiero que toda mi flota regrese a la isla en este preciso momento!-¡Ahora mismo jefe! -respondió su general tomando una de las ametralladoras que Riccardo estaba repartiendo. Enzo observaba todo aquello con tristeza, sabiendo que era inútil.-Riccardo…Riccardo por favor escúchame…-¡Ahora no Enzo, tengo que proteger a mi familia! -bramó con impaciencia. Enzo podía notar toda la tensión en su cuerpo. Su mejor amigo se estaba preparando para una batalla que ya estaba perdida. Entonces lo agarró por los hombros.-¡Riccardo detente, por favor y escúchame! -vociferó Enzo con autoridad.-¡¿No te das cuenta de que tengo a un maldito grupo terrorista en la puerta de mi casa?! -rugió Riccardo buscando apartarse del policía, p
Riccardo le hizo el amor encima de aquel escritorio, se volvió a entregar a ella pidiendo a Dios que les diera una oportunidad más, solo una más de algún día volver a ser felices. Era una despedida, pero también era una declaración de amor eterno.Una hora después, abrazados en la alfombra persa del despacho. Alguien tocó la puerta rompiendo ese instante que Riccardo deseó que fuese eterno para ellos.Riccardo vistió su ropa sin explicarle a Sabrina lo que vendría a continuación.-Me tienes decir qué está pasando. -pidió Sabrina con el corazón en la mano. Tanta incertidumbre iba a volverla loca.Riccardo la vistió con su camisa, pero no contestó a su pregunta. Sabía que Sabrina jamás aceptaría lo que iba a tener que sacrificar para mantenerlas, a ella y a sus niñas, con vida.Luego, dejando a su mujer aún más afectada por su silencio. Riccardo salió con ella del despacho y se la encargó a Demie para que la ayudara a prepararse.-¿Está todo hecho? -preguntó Riccardo a Enzo.-En quince
Con la cabeza en alto, cargando dos pistolas semiautomáticas y escuchando en su interior como el último pedacito de su corazón caía en un agujero, profundo, oscuro y sinfín que Sabrina estaba dejando en su interior, Riccardo recurrió a la única motivación que tenía para seguir respirando, para seguir siendo un monstruo…el deseo de venganza.Riccardo miró a sus Betas, hombres que no temían nada y que vivían exclusivamente para ser su sombra. La lealtad a su capo los había llevado hasta aquel momento, dónde seguramente terminarían perdiendo la vida. Eran muy pocos para hacer frente al grupo de terroristas que atravesaban aquellas barricadas. No había esperanza, no había seguridad de salir ilesos o con vida de aquel aeropuerto. Pero no se echaron atrás, en sus miradas Riccardo solo podía ver decisión, estaban decididos a dar la vida por él, y él por ellos si así fuera necesario.Demie jugaba con sus cuchillos esperando la batalla. Era madre y tenía la consciencia de que tal vez no volver
Riccardo acompañado de la Quimera, y de los ocho capos, irrumpió en aquella sala de espera dónde Nihad se refugiaba. Salvatore y Enzo se encargaron de matar a los pocos hombres que protegían al heredero del imperio del terror que había levantado el Hamás. Nihad con toda su altanería esperaba por Riccardo sentado en un sillón, en medio de la sala de espera.Nihad aplaudió la hazaña de Riccardo con una sonrisa burlona en su rostro, viendo como el amante de su esposa caminaba hasta él con una furia en su mirada que causaba escalofríos en los demás presentes, pero Nihad estaba dispuesto a seguir desafiándolo. Después de todo, para él la muerte era una gloria y no un castigo.—Hermoso todo lo que has hecho para mantener a mi esposa con vida, incluso a mi hija. Por qué recuerdas que es mi hija, ¿cierto? —Nihad provocó a Riccardo creyendo saber a quién se enfrentaba.—No eres digno de llamarla hija, esa niña es mía…no de un maldito violador como tú. —gruñó Riccardo desbloqueando su pistola
Los días se hacían cada vez más largos, la soledad más insoportable. El amor también puede ser una maldición o una especie de castigo cuando no puedes estar con el ser amado. La cama estaba fría, sus manos estaban vacías y el silencio se había convertido en su única compañía. Riccardo había pasado la mayor parte de la noche sentado en un rincón en aquella habitación del faro, en su playa secreta. El lugar en el cual entregó su corazón a Sabrina.Al principio intentó por todos los medios continuar con su vida, con la esperanza de volver a ver a su mujer. Enzo las estaba buscando, utilizaba sus contactos para llegar a Sabrina y a las niñas, pero su amigo en la CIA no tenía acceso a esa información. El Gobierno de los Estados Unidos la había escondido como si fuese una joya que debería estar oculta del resto del mundo.Era como si no hubiese existido, como si todo no hubiese pasado de un hermoso sueño. Aquellas Navidades a su lado, el primer beso, la primera noche de amor, las promesas,
Había mucha razón en las palabras de Sabrina, pues aquel italiano seguía siendo suyo, hasta la última médula de Riccardo Lucchese era de Sabrina Mansour. Pero aquella misma noche un milagro volvería a suceder en sus vidas, ese milagro que tanto esperaban.-Por favor Demie, necesitamos a Riccardo. -dijo uno de los capitanes que llevaba años trabajando para el italiano. -Muchos te tienen miedo, te respetan, pero cada vez hay más rumores de que el jefe se volvió loco definitivamente. Eso es una amenaza para nuestros negocios, una debilidad de la cual nuestros enemigos se podrían aprovechar.-¡Que venga el que quiera, Fausto! -vociferó Demie. -Ahora Riccardo es más peligroso que nunca. Aquel que se atreva a atentar en su contra, terminará muerto. Que venga el que sea a comprobar si nuestro rey está o no loco. Se llevarán una sorpresa cuando descubran que siempre han estado en lo cierto, si es que luego consiguen escapar de su furia.Demie resopló con fastidio dando la espalda al capitán.