Rescate.

Eiza.

La tensión en la habitación era sofocante. Sentía como el dolor en mis pies subía por mis piernas y mi estómago se retorcía con cada segundo que pasaba. Mi hermano me observaba con preocupación, y mi amiga, estaba agotada, pero manteniéndose firme a mi lado.

—Laurien ¿me escuchas? —le susurré, intentando no perder el control—. No te preocupes por mí. No sé por qué los refuerzos no han llegado aún.

Pero entonces, su voz, la de Kadir, cortó el aire con una burla cruel.

—¿Sabes por qué, Eiza? Porque no estamos en el mismo lugar. Sabía que habías pedido refuerzos, por eso nos desviamos. Mis hombres me dijeron que los policías están buscando en otro lado. ¡Qué estúpida fuiste! Sabía que me ibas a traicionar, por eso no confié en ti.

Sus palabras me encendieron. El desprecio y la rabia hervían dentro de mí, pero lo más alarmante era la frialdad en sus ojos. Él no era el mismo hombre que había conocido.

—Eres un imbécil enfermo —le solté con desprecio—. ¿Cómo es posible que fueras así?
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