Cuando Camila salió de la mansión, Xavier frunció el ceño, intrigado, al verla con dos maletas y un bolso de mano. —Señora, ¿todo bien? ¿Se va de viaje? —preguntó, ladeando la cabeza y acercándose a ella para ayudarla. Camila suspiró, y bajó la mirada, sin saber cómo poner en palabras lo que acababa de suceder en la vivienda. Le dolía demasiado. Porque sí, sabía que Alex era un maldito que no era capaz de creerle, pero ella no podía evitar sus sentimientos hacia él, y eso le hacía aún más daño que las propias palabras de Alex. Inspiró profundo, forzó una sonrisa y asintió, mientras dejaba escapar el aire con lentitud a través de sus fosas nasales. —Sí, Xavier solo me iré por unos días —mintió—. Mi padre me necesita en casa. Xavier la miró con el ceño fruncido. No sabía por qué, pero sus ojos y su nariz, rojos por el llanto, le decían que aquello era por mucho más tiempo. ¿Acaso los señores habían discutido? ¿Qué había pasado para que una mujer tan dulce se fuera así, sin más? Si
«Jamás debí haberme enamorado de ti». Alex repetía una y otra vez, como en bucle, las últimas palabras de Camila. ¿Realmente, ella lo amaba? ¿Por qué no se lo había dicho hasta ese momento? ¿Por qué había esperado a acostarse con su hermano para decírselo? «¿Y si es cierto lo que dijo? ¿Y si Gabriel realmente abusó de ella?», inquirió la voz de su razón. No obstante, lo apartó de inmediato. Pensar en aquello lo hacía sentir mucho peor de lo que ya se sentía. Luego de la partida de Camila, Alex se encontraba en su despacho, con una botella de whisky frente a él y un vaso en la mano. Después de que su esposa se hubiera marchado de la mansión, tras el maltrato que había recibido de su parte, se sentía el peor ser humano de la faz de la tierra, un completo idiota.Él sabía que lo que le había dicho a Camila no era cierto. Le dolía en lo más profundo recordar esos videos, pero, después de que ella se había marchado, los había visto varias veces más y había podido descubrir que, en efec
—¿Leo? —preguntó Camila, abriendo los ojos de par en par.En efecto, se trataba de Leo Smith, el mejor amigo de Alex, quien se encontraba junto al Mustang, mojándose por la lluvia, mientras la miraba con las cejas en alto.—¿Dónde vas con esta lluvia? —inquirió, cerrando la puerta del coche y acercándose a ella—. ¿Y qué son estas maletas? ¿Estás bien?Camila lo miró con desconfianza. ¿Podía confiar en él? No lo sabía, pero, dado el estado en el que se encontraba, no se lo pensó demasiado cuando respondió:—No, Leo, no estoy bien. Acabo de pelearme fuertemente con tu querido amigo y no quiero volver a verlo.Un nuevo nudo se instaló en su garganta, impidiéndole respirar con normalidad, mientras nuevas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.—¿Qué? ¿Qué ha hecho ahora ese cabrón? —inquirió Leo, con el ceño tan fruncido que casi se formaba una V entre sus ojos.Camila abrió los ojos de par en par. ¿De verdad no sabía nada? ¿Acaso Alex no lo había llamado para comunicarle lo que hab
La lluvia casi había cesado por completo, cuando Leo estacionó en un amplio jardín en cuyo centro había una lujosa edificación, aunque menos imponente que la de Alex.Camila miró el lugar, alzando las cejas. Leo era mucho menos ostentoso que su amigo, pero no por eso faltaban lujos en aquel edificio.Sin embargo, antes de que pudiera expresar su asombro, Leo se apeó del coche, lo rodeó, abrió su puerta y le extendió la mano para ayudarla a bajarse.Camila dudó por un momento, antes de tomar su mano y descender del vehículo.Acto seguido, Leo tomó las maletas que había guardado en el maletero y, con una en cada mano, se encaminó hacia la vivienda.Camila lo siguió contimidez. Se sentía sumamente extraña de encontrarse en aquel sitio con un hombre que acababa de conocer. Sin embargo, sus reparos desaparecieron al pensar en que se había casado, estaba enamorada y esperaba un hijo de un hombre al que apenas conocía.Cuando Leo traspasó el umbral de la puerta de entrada, Camila inspiró pro
Al escuchar las palabras de Leo, Camila se quedó de piedra. ¿Una noticia buena y otra mala? ¿Qué quería decir con aquello? Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca para preguntar, Leo continuó:—La buena noticia es que Joseph analizó tus muestras y descubrió que no has sido drogada. En tu sangre hay solo una dosis de alcohol…—¿Y la mala? —preguntó Camila, abriendo los ojos de par en par. —Ha encontrado un medicamento en tu orina… —comenzó a decir Leo, sin saber muy bien cómo explicarlo—. Parece ser que se trata de un químico normalmente utilizado para inducir abortos. —¿Qué? —preguntó Camila, sintiendo que el corazón se le saldría del pecho.¿Qué diablos le había colocado Irina en la bebida? ¿Y por qué ella y Gabriel querían deshacerse de su hijo?Intentó formular una pregunta más elaborada, pero las palabras se atoraron en su garganta. —Lo siento —repuso el bioquímico y suspiró—. El doctor Gilman podría explicárselo mejor. El médico intercambió una breve mirada con el ana
Al ver que Camila había cerrado los ojos y que su respiración era mucho más acompasada, se levantó con suavidad del sofá, la arropó con una manta qué tenía doblada sobre el respaldo del mismo, y salió del despacho, sin hacer ruido. Cuando por fin se encontró en el pasillo, atendió la llamada y se llevó el móvil a la oreja, mientras bajaba las escaleras. —¿Leo? —preguntó Alex al otro lado de la línea—. Te estuve llamando, pero… —Alex —lo interrumpió. Si voz casi como un gruñido. Alex guardó silencio, casi en automático, sorprendido de aquel trato. El tono de voz de Leo era cortante, como un cuchillo bien afilado, algo poco propio en él. Y él, mejor que nadie, sabía que cuando Leo se ponía en ese modo, significaba que algo no andaba para nada bien. Sin embargo, el silencio fue demasiado largo, solo roto por el sonido de sus respiraciones, por lo que Alex, ansioso, se vio obligado a preguntar: —Leo, ¿qué pasa? Por favor, dime… Leo tragó saliva y suspiró. Adoraba a su amigo como a
—Leo —dijo Camila, bajando las escaleras con cuidado—. ¿Qué sabes sobre mi padre y Alex?Leo la miró fijamente, pensativo. Era consciente, de lo que le había dicho a Alex. Sin embargo, no se sentía del todo seguro de hacerlo, consideraba que lo mejor era que se lo confesara su esposo. «Sabes que no lo hará y, si lo hace, puede que sea demasiado tarde», dijo una voz en su cabeza. —Leo —lo llamó Camila, alzando las cejas y buscando su mirada—. ¿No piensas responder? ¿Sabes por qué Alex quiso casarse conmigo? ¿Qué relación hay en verdad entre él y mi padre? ¿Por qué quiere vengarse de papá? —Camila lanzó las preguntas, una tras otra, como una ametralladora. —¿Es necesario que hablemos de este tema ahora? —preguntó Leo—. Estás muy cansada… —Ya tomé una siesta —lo interrumpió Camila. Lo cierto era que no había descansado en absoluto. Unos cuantos minutos no eran suficientes para recuperarse. Pero no le importaba, sus ansias de saber la verdad eran mucho más fuertes. —Bueno, en ese ca
—¿Me podría facilitar una fotografía de Alex Johnson? —preguntó el oficial, mirando a Leo. Necesitaba comparar; ambos hombres eran demasiado parecidos. Leo asintió y, rápidamente, tomó el teléfono de la mano del oficial Jones, para buscar una foto de su mejor amigo, antes de entregarle nuevamente el aparato al hombre. El oficial Jones comparó las fotografías y analizó la situación, dándose cuenta de que, en efecto, parecía que aquel sujeto retratado junto a diferentes dictadores era nada más y nada menos que Gabriel. Sin embargo, había algo más que lo preocupaba: las firmas que aparecían en los documentos de tratos espurios. ¿Era posible que las hubieran falsificado? —Tendré que enviar esto a analizar con los peritos —repuso el oficial frunciendo el ceño—. Sin embargo, hay algo más que me gustaría saber. ¿Podrían conseguir algún documento con la firma real de Alex Johnson? Camila miró al oficial por un momento y, pensativa, abrió su bolso de donde sacó su libreta de matrimonio.