CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Haisley

El estridente timbre de mi teléfono corta el silencio de la habitación. Con un gruñido reacio, me aparto del calor de mi edredón, el frío de la habitación erizando mi piel mientras estiro una mano hacia el contenido esparcido de mi bolso en el piso. Mis dedos tantean el dispositivo, el frío toque de la pantalla contra mi palma arrastrándome de vuelta a la realidad.

—Hola, mamá—, logro articular con voz ronca, un susurro áspero, crudo por las lágrimas que habían labrado ríos por mis mejillas antes.

—¿Estás feliz ahora? ¿Lo estás?—, la voz de mamá es un ladrido agudo a través del altavoz, cada palabra un staccato que hace que frunza el ceño confundida.

—¿De qué estás hablando, mamá? ¿Pasa algo malo?—, indago, mi voz impregnada de preocupación mientras sostengo el teléfono en mi oído.

—¿Que si pasa algo malo? ¿Realmente acabas de preguntarme si pasa algo malo?—, su voz crece hasta convertirse en un grito que me hace apartar el teléfono de mi oído. —Tu hermana está luchando por su
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