Capítulo 2

La llevó hasta la cama con movimientos cuidadosos, casi reverentes. Emily no podía evitar sentirse vulnerable, pero al mismo tiempo, una sensación de confianza absoluta la envolvía. Este era su compañero, el lobo destinado a estar a su lado.

Brendan se apartó un momento, su respiración agitada.

—Emily... —Su voz era un susurro cargado de emoción.

—Estoy aquí —dijo ella, tomando su rostro entre sus manos. —Estoy contigo.

El vínculo que compartían parecía brillar entre ellos, invisible pero palpable. Era como si cada toque, cada mirada, los conectara más profundamente. Brendan bajó la cabeza, presionando un beso en la curva de su cuello, donde pronto quedaría la marca que los uniría para siempre.

—¿Confías en mí? —preguntó, mirándola a los ojos.

—Siempre —respondió Emily sin dudar.

Con un movimiento suave, Brendan la inclinó hacia atrás, inclinándose sobre ella. Sus labios trazaron un camino lento por su piel, y Emily sintió que cada caricia era un juramento silencioso. Las horas parecieron detenerse, y la única realidad era el calor que compartían, el latido de sus corazones sincronizados.

Cuando todo terminó, Emily yacía acurrucada contra el pecho de Brendan, sintiendo el ritmo constante de su respiración. Afuera, la luna seguía brillando, su luz colándose por las ventanas.

—La marca... —murmuró Brendan, tocando suavemente el lugar donde había dejado su mordida.

Emily lo miró, notando la preocupación en su rostro.

—¿Qué pasa?

—Es perfecta. Pero quería que supieras que no significa que estés atrapada conmigo. —La sinceridad en sus palabras la desarmó. —Esto es una elección, Emily.

Ella sonrió, acariciando su rostro.

—Ya hice mi elección, Brendan.

Él cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio. Luego, con un movimiento rápido, la envolvió en sus brazos, abrazándola con fuerza.

—Gracias —susurró contra su cabello.

Emily no respondió. No había palabras para describir lo que sentía en ese momento. Solo sabía que estaba donde debía estar, con quien debía estar.

Mientras la noche avanzaba, se quedaron así, entrelazados, con la promesa de un futuro juntos brillando ante ellos.

Cuatro años después,

La casa estaba silenciosa. El aire pesado en el ambiente parecía reflejar la distancia que se había instalado entre ellos. Emily miró la mesa del comedor, donde las tazas y platos aún permanecían donde los había dejado, sin que Brendan se hubiera dignado a acercarse a ellos. La comida que había preparado para él se veía tan perfecta como siempre, pero no tenía sentido. Él no comería. Ya no lo hacía.

Casi mecánicamente, Emily recogió los platos. Sus manos trabajaban sin pensarlo, pero su mente no dejaba de dar vueltas a lo que había pasado en los últimos meses. Desde su boda, todo parecía haberse transformado. Aquella promesa de amor eterno, de compañía inquebrantable, había quedado en una sombra difusa, un sueño que ya no se sentía real.

El sonido de la puerta al abrirse la sacó de sus pensamientos. Brendan entró sin un saludo, como siempre. Ni siquiera la miró cuando dejó su chaqueta sobre la silla y se dirigió directo hacia el pasillo que conducía a su oficina, el cuarto que ahora usaba más que la misma habitación que compartían. Emily sintió la presión en su pecho, una mezcla de frustración y tristeza.

—La cena está lista —dijo, su voz suave, sin la esperanza de una respuesta.

Pero Brendan no se detuvo. Ni siquiera la miró.

—No tengo hambre.

El dolor de esas palabras fue como un golpe en el pecho. Emily intentó respirar profundamente, pero se sintió vacía. Era como si, con cada día que pasaba, él la apartara un poco más de su vida, dejándola vacía y sola.

La distancia entre ellos ya no se limitaba a las horas de trabajo o a las caminatas solitarias que ella tomaba. Era más profunda, más insostenible. Era la forma en que ya no la tocaba, ni siquiera con un gesto amable. Era la falta de miradas, de sonrisas, de las palabras que antes fluían tan fácilmente. La distancia se había vuelto su nueva realidad.

Cuando Brendan se fue al cuarto a cerrar la puerta detrás de él, Emily se quedó mirando la mesa vacía, incapaz de mover un solo músculo. Ya no sabía cómo actuar, cómo acercarse a él sin sentirse rechazada. Los días pasaban entre palabras ausentes y miradas que evitaban cualquier tipo de confrontación, y ella se encontraba atrapada en una rutina que ya no reconocía.

Esa noche, Emily se quedó despierta mientras Brendan dormía a su lado. Su espalda estaba vuelta hacia ella, como siempre. No podía recordar cuándo había sido la última vez que se habían acurrucado en la cama, cuándo había sido la última vez que había sentido la calidez de su cuerpo cerca del suyo. El espacio entre ellos era palpable, un abismo de indiferencia que, al principio, había intentado ignorar. Pero ya no podía.

Lo miró en silencio, deseando que al menos sus ojos pudieran captar la esencia de lo que una vez fueron. Pero los ojos de Brendan ya no la veían de la misma manera. Ya no había amor en su mirada. No había deseo. Solo una fría rutina, una coexistencia vacía que ambos parecían aceptar sin cuestionarla.

Emily finalmente se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. Afuera, la luna iluminaba el paisaje, pero en su pecho solo había oscuridad. Se quedó allí, mirando la quietud de la noche, preguntándose cuántos días más podría soportar esa soledad compartida.

Al día siguiente, la rutina continuó. Brendan salió antes del amanecer, como siempre lo hacía, y no volvió hasta bien entrada la noche. Emily intentó distraerse con las tareas del hogar, con sus libros, con las caminatas en el bosque cercano, pero nada conseguía llenar el vacío que se había instalado en su corazón. Ella sabía lo que él hacía. Sabía que se sumergía en las responsabilidades de la manada para evitar estar en casa, para evitar enfrentar lo que estaba pasando entre ellos. Pero aún así, sentía la necesidad de aferrarse a algo, a lo que fuera que pudiera salvar lo que quedaba de su relación.

Un día, decidió confrontarlo. La indiferencia de Brendan la había consumido lo suficiente como para que ya no pudiera callarse más. Esa noche, cuando llegó de nuevo a la casa, lo encontró en la sala, al igual que siempre, con la mirada distante, perdida en alguna preocupación que no la involucraba. Emily se acercó con pasos lentos, la determinación creciendo en su pecho.

—Brendan, necesitamos hablar.

Él la miró, pero no con la sorpresa que ella esperaba. Era una mirada cansada, como si ya supiera que ese momento llegaría.

—¿De qué quieres hablar, Emily? —preguntó sin más, como si nada fuera importante.

Emily respiró hondo, sintiendo cómo la frustración la invadía.

—No sé cuánto más puedo soportar. Esta frialdad, esta distancia... ¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Qué fue de lo que prometimos?

Brendan levantó la mirada hacia ella, pero su rostro estaba tan imperturbable, tan vacío, que Emily sintió una punzada de desesperanza.

—No es tan simple, Emily —dijo, su tono bajo pero distante.

—¿No es simple? —repitió ella, sintiendo la rabia ascender. —¿No es simple que después de todo lo que hemos pasado, después de habernos casado por ser compañeros destinados, ahora ni siquiera puedas mirarme a los ojos?

Brendan suspiró, como si no tuviera ganas de pelear. Era un sonido que la hacía sentir más invisible que nunca.

—Tal vez no soy el hombre que creías que era.

Las palabras le cayeron como una losa sobre su pecho. Emily no podía procesarlas, no podía creerlas. La herida que esas palabras abrieron fue profunda, más de lo que había estado dispuesta a aceptar.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó, su voz quebrada, pero llena de rabia contenida.

—Que tal vez cometí un error, Emily. Tal vez no puedo ser el compañero que necesitas.

Ella lo miró, sus ojos húmedos por la incredulidad. ¿Era eso lo que pensaba de ella? ¿Lo que pensaba de ellos?

—¿Entonces qué? ¿Vas a seguir así? ¿Rechazándome y apartándome cada vez más?

Brendan no respondió de inmediato. Se giró, dándole la espalda, como si su presencia fuera un peso que ya no quería cargar.

—Solo... déjame en paz. Necesito espacio.

La frase fue como un golpe final. No dijo nada más. Emily se quedó allí, inmóvil, mientras él se alejaba hacia el pasillo, perdiéndose en la oscuridad de la casa.

Esa noche, la tristeza la envolvió por completo. La cama vacía a su lado era un recordatorio de lo que una vez había sido su vida. El hombre con el que se había casado, el que le había prometido amor eterno, se había convertido en un extraño.

Los días pasaron, y la situación no mejoró. Brendan seguía evitando su mirada, evitando estar cerca. Emily trató de llenar el vacío, pero las palabras y las sonrisas se volvían más vacías cada vez que intentaba hablar con él. Se dio cuenta de que algo había cambiado para siempre, y lo peor era que no sabía cómo recuperarlo.

Una tarde, mientras caminaba por el bosque, se encontró con Selene, una loba joven de la manada. La saludó con una sonrisa tímida, pero Emily notó algo en su mirada. No era compasión, ni pena. Era algo más oscuro, algo que la hizo sentirse vulnerable.

—¿Cómo estás, Luna? —preguntó Selene, con una suavidad que Emily no esperaba.

—Estoy bien —respondió, aunque sabía que era una mentira.

Selene la miró fijamente por un momento, como si estuviera midiendo sus palabras.

—Sabes, todos en la manada notan que las cosas no están bien. —La voz de Selene se suavizó aún más. —Y si necesitas hablar...

Emily la miró, sorprendida por su sinceridad.

—Gracias, pero... no sé qué decir.

Selene sonrió con tristeza y se alejó, dejándola allí, sola una vez más.

Esa noche, Emily se quedó mirando la luna a través de la ventana de su habitación. La casa estaba tan vacía como su corazón, y mientras Brendan dormía en la otra habitación, ella sabía que su vínculo con él ya no existía como antes. Se había desvanecido, como una estrella que se apaga antes de llegar a su destino.

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