El lugar estaba repleto de invitados y no era para menos, todos estaban emocionados por asistir al evento más importante del año. Ningún miembro de la manada Colmillos del Alba quería perderse el matrimonio entre su futuro líder y la luna destinada para él. Era un buen presagio para tiempos venideros, ya que está unión garantizaría la continuación de un nuevo linaje; un nuevo amanecer.
Emily Ulric daba vueltas emocionada por la habitación que en unas cuantas horas le pertenecería. Dentro de poco se casaría con su compañero y alfa, aquel era el destino que la Madre Luna le había asignado desde pequeña; era realmente extraño tener una pareja destinada, ya que su vínculo era creado en los cielos.
Brendan Faolan. Ese era el nombre del lobo al que estaba unida.
También era el nombre del hijo del actual Alfa de la manada y quien, en un futuro, tomaría ese puesto. Ambos habían estado comprometidos desde niños y hoy sería el día en que sellaría el hilo del destino que continuaría llevando a su gente a la grandeza. Al convertirse en la esposa de Brendan aceptaría ser su Luna y tendría mayores responsabilidades, el resto de los lobos buscarían su consejo.
Emily observó su reflejo en el espejo de cuerpo completo que adornaba la habitación. Llevaba un vestido blanco de tela transparente, de no estar compuesto por varias capas seguramente se le vería todo, pero de esta manera daba un efecto realmente místico. Sus rizos castaños caían hasta la cintura y en la frente portaba una tiara de oro que fue de cada una de las Lunas que la precedieron.
En ese momento tocaron la puerta y tuvo que apartar la vista de su reflejo.
—Mi Luna, ¿Está lista? —Emily esbozó una sonrisa al contemplar el rostro conocido. —Fuera ya nos están esperando todos. —aclaró Daniel seriamente.
—Te he dicho que no debes llamarme de manera tan formal.
Conocía a el beta desde que era una niña, eran amigos de la infancia junto con Brendan. Así como siempre se supo que ella sería la Luna, todo el mundo sabía que algún día Daniel ocuparía el puesto de mano derecha y consejero de la manada.
—Ahora eres mi señora, sería inapropiado llamarte tan confiadamente.
Emily enarcó una ceja y una expresión confundida se instaló en sus orbes verdes. Fue entonces cuando contempló las figuras de los soldados caminando cerca de los aposentos que comprendió la situación, se limitó a asentir mientras estos pasaban de largo. Daniel soltó un suspiró cuando quedaron fuera de su campo de visión y Emily no pudo contener la carcajada que le salió de la garganta.
—Que no se te suba el ego, solo lo hice para evitar problemas. A mis ojos siempre seguirás siendo una mocosa. —señaló entrando a la habitación sin más.
—Ni soñaría con pensarlo. —respondió Emily cerrando la puerta tras de ella. —¿No acabas de decir que me esperan fuera? —preguntó mirándolo fijamente.
Daniel agitó la mano, restándole importancia a su comentario.
—Podrán adorarte durante toda la eternidad, yo tenía que verte antes de que te comiences a mirarme por encima del hombro. —exclamó dejándose caer en la silla. —Cuando seas rica y poderosa te olvidarás de tus antiguos amigos.
—Porque debe ser que como segundo al mando no gozas de muchos privilegios. —respondió sarcásticamente. —Tu vida debe ser tan complicada.
Los ojos chocolate de Daniel le lanzaron una mirada cómplice y terminó alzando ambas manos en señal de rendición. El rubio se puso de pie nuevamente.
—Si le dices una sola palabra a alguien, lo negaré todo. —Emily iba a responderle con otro comentario irónico, pero las palabras quedaron atascadas en su garganta al ver lo que su amigo sacaba del bolsillo de la chaqueta. —Ya que eres lo más cercano que tengo a una hermana, creo que esto te pertenece.
Quedó impresionada contemplando el collar que colgaba en los dedos de Daniel. Aquella pieza era lo único que tenía de su familia y lo conectaba con el pasado. El beta nunca había conocido a sus padres, hace más de veinte años unos lobos de la manada que patrullaban lo encontraron abandonado a la orilla de un arroyo, estaba envuelto en una manta y solo llevaba puesto dicha joya.
Emily alzó la cabeza, con los ojos cubiertos de lágrimas.
—Es demasiado… yo… —Un gesto de Daniel la hizo callar de inmediato.
—Date la vuelta para que pueda colocarlo. —ordenó antes de que ella pudiera continuar negándose. Iba a decir algo más, pero la expresión del hombre prácticamente gritaba que no estaba dispuesto a cambiar de opinión.
Se giró con cuidado y movió su melena castaña para que Daniel pudiese abrochar el colgante. Dos manos se deslizaron delante de ella ya antes de darse cuenta, su cuello estaba cubierto por una cadena de oro con varios zafiros incrustados alrededor. Al final un dije con forma de pino caía por el escote del traje.
—Es hermoso, realmente me encanta. —agradeció emocionada.
Daniel la envolvió en un fuerte abrazo y besó su cabello con cariño fraternal.
—Concédeme el honor de escoltarte al bosque. —dijo ofreciendo su brazo, Emily lo tomó rápidamente y ambos salieron de la casa con dirección al bosque.
Para los lobos La Luna era su diosa más preciada, por ello cada promesa importante se realizaba cuando esta estuviera en lo más alto del cielo. Hoy era ese día, ningún juramento hecho bajo el manto plateado de este podría romperse.
Cuando llegaron al lugar destinado a la ceremonia, Emily soltó un suspiró contemplando la decoración, la manada había hecho un buen trabajo. Su rostro se suavizó al contemplar a Brendan de espaldas a ella, en el centro del bosque; él aún no la había visto, pero por la forma en que sus hombros se tensaron, era obvio que ya sentía su presencia. Iba a continuar caminando, pero Daniel lo impidió.
—¿Estás segura de esto? —preguntó repentinamente serio.
Emily no comprendía a qué venía tal interrogante, así que solo asintió.
—No tienes que casarte si no estás segura, ¿lo sabes? —Emily asintió nuevamente de manera automática. —Incluso las parejas destinadas pueden romperse, si tú no quieres… —Emily alzó una mano para detener sus palabras.
—Sabes perfectamente que no hablamos de eso, es un sacrilegio siquiera insinuar que romperás con la pareja que la Luna te asignó. —explicó lentamente.
Daniel asintió lentamente, aunque su expresión seguía cargada de duda. Finalmente, la dejó avanzar sola hacia el altar.
Cuando Emily apareció en el claro, todos los murmullos se desvanecieron. Cada lobo presente, desde los ancianos hasta los más jóvenes, giró la cabeza para mirarla. Su vestido brillaba con una luz propia, y la tiara que llevaba parecía destellar con energía mística.
Su padre, que caminaba a su lado, le ofreció una sonrisa cálida cuando llegaron al altar. Brendan estaba allí, esperándola. Su porte era imponente, con un traje negro que destacaba la intensidad de sus ojos dorados. A pesar de su usual seriedad, sonreía, y esa sonrisa la desarmó.
—Te ves hermosa —susurró Brendan cuando ella estuvo lo suficientemente cerca.
Emily sintió que sus mejillas ardían.
—Y tú pareces nervioso —respondió, con una risa nerviosa.
Brendan río suavemente, tomando sus manos entre las suyas.
—Nunca pensé que alguien pudiera ser tan perfecta.
El sacerdote de la manada, un hombre anciano con cabello blanco como la luna, levantó las manos para silenciar a los presentes. Sus palabras resonaron con autoridad y reverencia.
—Esta noche, bajo el manto de la Madre Luna, celebramos la unión de dos almas destinadas a ser una. Emily Ulric y Brendan Faolan, han sido escogidos para caminar juntos en este viaje. Que su vínculo traiga fuerza, amor y prosperidad a nuestra manada.
Emily y Brendan se miraron mientras el sacerdote continuaba, perdiéndose en los ojos del otro. La conexión entre ellos no necesitaba palabras. El vínculo destinado no era solo un mito: era una fuerza palpable, un hilo invisible que los unía a un nivel más profundo del que podían comprender.
—Emily, como Luna de esta manada, juras guiar a tu gente con sabiduría y protegerlos con tu vida si es necesario? —preguntó el sacerdote.
—Lo juro. —Su voz era firme, a pesar del torbellino de emociones en su interior.
—Brendan, como Alfa, juras liderar con fuerza y justicia, y cuidar de Emily como tu compañera en todos los aspectos de la vida?
—Lo juro. —Brendan apretó ligeramente las manos de Emily, como si quisiera transmitirle toda la seguridad que sentía en ese momento.
El sacerdote extendió un cáliz de plata hacia ellos, lleno de vino teñido con hierbas ceremoniales. Ambos bebieron, sellando el compromiso ante la mirada atenta de la manada.
—Que el vínculo destinado los guíe y fortalezca siempre.
Un rugido de aprobación estalló entre los lobos cuando Brendan se inclinó hacia Emily, presionando sus labios contra los de ella. Fue un beso dulce, lleno de ternura y promesas. Las estrellas parecían brillar más intensamente en ese instante, como si el universo bendijera su unión.
Más tarde, la celebración estaba en pleno apogeo. Lobos de todas las edades danzaban alrededor de una gran fogata, riendo y compartiendo historias. Emily y Brendan estaban sentados en un lugar de honor, rodeados por su familia y amigos más cercanos.
—¿Te das cuenta de lo felices que están todos? —preguntó Emily, apoyando la cabeza en el hombro de Brendan.
—Es porque saben que este es el comienzo de algo grande. —Brendan pasó un brazo alrededor de su cintura, atrayéndola más cerca. —Nosotros somos el futuro, Emily.
Ella levantó la vista, notando la determinación en su mirada. Había algo reconfortante en su seguridad, como si nada en el mundo pudiera desafiarlos.
—Juntos podemos con todo, ¿verdad? —preguntó Emily, buscando confirmación.
Brendan se inclinó, presionando un beso en su frente.
—Siempre, mi Luna.
La noche continuó entre risas y bailes, y por un momento, todo fue perfecto. Emily y Brendan compartieron sueños sobre el futuro: una familia, una manada fuerte, un amor que resistiría cualquier tormenta. Bajo la luz de la luna, nada parecía imposible.
Cuando el bosque quedó en silencio y los invitados se retiraron, Emily y Brendan se encontraron solos en su nuevo hogar, una cabaña construida especialmente para ellos. Brendan la cargó en brazos al cruzar el umbral, arrancándole una risa suave.
—¿Sabes que no necesitas hacer esto? —preguntó ella, rodeando su cuello con los brazos.
—Es una tradición, y quiero hacer todo bien contigo, Emily.
Cuando la dejó en el suelo, Emily no pudo evitar observarlo con admiración. A pesar de su fuerza y posición, había una dulzura en él que la hacía sentir segura.
—Esto es solo el principio —susurró Brendan, acariciando su mejilla.
—Entonces hagamos que valga la pena. —Emily sonrió, inclinándose para besarlo una vez más.
La habitación principal estaba decorada con sencillez, pero no carecía de encanto. Una gran cama de madera ocupaba el centro, cubierta con mantas tejidas a mano. Sobre una mesa cercana había un ramo de flores frescas, un detalle que Emily reconoció como obra de las mujeres de la manada. La luz de las velas parpadeaba suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes.
Brendan la dejó con cuidado en el suelo, pero no soltó su cintura. Por un momento, simplemente se miraron. Sus ojos dorados brillaban con intensidad bajo la luz cálida.
—Nunca imaginé que llegaría este día —murmuró él, su voz más baja, más íntima.
Emily inclinó la cabeza, estudiándolo. Había algo en su expresión que le recordó al niño que una vez había sido: el lobo joven que corría a su lado en los días despreocupados de la infancia. Pero ahora, ese niño había crecido. Era un hombre, un alfa, y su mirada contenía un peso que Emily no había notado antes.
—Yo tampoco —respondió, acariciando suavemente su mejilla con los dedos.
Brendan se inclinó hacia ella, deteniéndose a un suspiro de distancia.
—¿Puedo?Emily no respondió con palabras. Cerró los ojos y se acercó a él, sellando la distancia con un beso. Fue suave al principio, una exploración cautelosa. Pero pronto, la intensidad creció, alimentada por la conexión que los unía. Brendan la sostuvo con más fuerza, como si temiera que se desvaneciera.
La llevó hasta la cama con movimientos cuidadosos, casi reverentes. Emily no podía evitar sentirse vulnerable, pero al mismo tiempo, una sensación de confianza absoluta la envolvía. Este era su compañero, el lobo destinado a estar a su lado.Brendan se apartó un momento, su respiración agitada.—Emily... —Su voz era un susurro cargado de emoción.—Estoy aquí —dijo ella, tomando su rostro entre sus manos. —Estoy contigo.El vínculo que compartían parecía brillar entre ellos, invisible pero palpable. Era como si cada toque, cada mirada, los conectara más profundamente. Brendan bajó la cabeza, presionando un beso en la curva de su cuello, donde pronto quedaría la marca que los uniría para siempre.—¿Confías en mí? —preguntó, mirándola a los ojos.—Siempre —respondió Emily sin dudar.Con un movimiento suave, Brendan la inclinó hacia atrás, inclinándose sobre ella. Sus labios trazaron un camino lento por su piel, y Emily sintió que cada caricia era un juramento silencioso. Las horas pareci
La luna llena bañaba el cielo con su brillo plateado, pero para Emily, su luz parecía una burla. La luna, símbolo de su posición como compañera destinada y Luna de la manada, ahora era una carga que no podía soportar. Era un recordatorio constante de las expectativas que había fallado en cumplir, de las miradas que juzgaban cada paso que daba, y de los susurros que llenaban los pasillos cuando pasaba cerca.Esa tarde, cuando entró al salón principal de la casa, la atmósfera ya estaba cargada de tensión. Los ancianos de la manada, que se reunían con frecuencia para discutir asuntos importantes, habían llegado temprano, como siempre lo hacían cuando la luna llena estaba cerca.Cada uno de ellos tenía el mismo rostro severo, como si llevaran una verdad que nadie más quería escuchar. Pero Emily sabía que esa noche, lo que más les preocupaba no era la luna ni las cacerías, sino algo mucho más personal. Ella.Brendan ya estaba allí, sentado al final de la mesa, rodeado por su familia y los