—Por supuesto que la perdonaré. La señorita Martínez no ha hecho nada malo… —Alicia tragó saliva. De hecho, una señorita tan común como ella no tenía derecho de decir “no” en esta ocasión.—¡Qué bien! De aquí en adelante, los Martínez y los Salamanca continuaremos siendo grandes amigos —exclamó el m
—Sí, el señor Castillo tiene razón. Los amigos tienen que ayudarse mutuamente —afirmó Ana con la cabeza.—¡Ja, ja, ja! ¿Qué capacidad tiene él para que la familia Martínez haya venido personalmente a pedir perdón? —se rio a grandes carcajadas Miguel y miró a Arturo con gran desprecio.—Miguel, ¿acas
—Señor, no estará usted bromeando, ¿verdad? —sondeó Ana con gran prudencia, tragando saliva.—¿Soy una persona que gusta de bromear? —respondió el mayordomo frunciendo el ceño seriamente.—No, no, por supuesto que no —negó Ana varias veces, sacudiendo la mano. No se atrevía a admitir que Miguel ya s
Miguel le echó un ligero vistazo a Sofía Martínez, que estaba en el coche, y se dirigió a ella. Ahora Sofía sufría de una fobia. Una vez que Miguel se acercaba a ella, no podía evitar temblar, como si cada poro de su piel estuviera gritando de temor.—Señor Rodríguez, ¿qué desea hacer? —preguntó muy
—¿Regalo de cumpleaños? ¿Qué tipo de regalo está usted buscando?—Un regalo para Carolina Rodríguez, una muchacha de dieciocho años —meditó Miguel, tocándose pensativamente la barba.—Entiendo… —respondió José.Carolina era la hija única del maestro de Miguel, por eso Miguel le prestaba muchísima im
Si el regalo de Miguel no era nada valioso, seguramente Lucas se burlaría de él.—¡No! Preferiría abrirlo después de regresar a casa.—Carolina, no seas así. He escuchado que este señor conduce un Maybach. Seguro que su regalo no vale menos de cien mil dólares, ¿verdad? —ironizó rápidamente un mucha
—¿Cómo puede ser un colgante de solo dos dólares? —refutó Andrea, ajustándose un poco la gorra.Se adelantó para examinar detenidamente el colgante. Aunque no provenía de una familia muy adinerada, tenía amplios conocimientos sobre el jade. Este jade con fénix, sin duda alguna, no era común, aunque
Al escuchar las palabras de su secuaz, Lucas, finalmente esbozó una amplia sonrisa en las comisuras de sus labios. Estaría muy feliz siempre y cuando Miguel perdiera su reputación ante Carolina.—¡Oye, Miguel! ¿Por qué te quedas solo en este rincón? —se adelantó el muchacho mono.—No puedo beber, de