—Miguel, ¿quién te ha permitido entrar? —Ana se puso negra de la rabia al ver a Miguel. La familia Salamanca estaba tan desgraciada que seguramente Miguel había venido para burlarse de ellos.—Basta. Soy yo quien llamó a Miguel —declaró Patricio, levantándose rápidamente de la silla.—No comprendo.
Arturo esquivó furtivamente la mirada de Miguel mientras intentaba inventar pretextos y le refutó de inmediato:—No tengo ninguna relación en lo absoluto con Sofía Martínez. Compré personalmente ese collar con rubí. Aunque ella deseaba mucho el collar, no se lo cedí, por eso me odiaba hasta ahora.L
—¿En serio? —preguntó incrédulo Patricio, con un gran destello en sus ojos.—Por supuesto que sí. Abuelo, voy a contestar de inmediato una llamada —afirmó Miguel con la cabeza.Al salir de la mansión, Miguel recibió una llamada de Íñigo.—Miguel Rodríguez, ¡maldita sea! ¡Mi hija está casi muerta, ap
—De nada, eso no es gran cosa. Esto es todo lo que debo hacer. No se preocupen —dijo Miguel al entrar con Patricio en la mansión.Alicia se apresuró a compartirles de inmediato la buena noticia:—Abuelo, las represalias apuntadas a la familia Salamanca están suspendidas por el momento. Por eso, no n
—Por supuesto que la perdonaré. La señorita Martínez no ha hecho nada malo… —Alicia tragó saliva. De hecho, una señorita tan común como ella no tenía derecho de decir “no” en esta ocasión.—¡Qué bien! De aquí en adelante, los Martínez y los Salamanca continuaremos siendo grandes amigos —exclamó el m
—Sí, el señor Castillo tiene razón. Los amigos tienen que ayudarse mutuamente —afirmó Ana con la cabeza.—¡Ja, ja, ja! ¿Qué capacidad tiene él para que la familia Martínez haya venido personalmente a pedir perdón? —se rio a grandes carcajadas Miguel y miró a Arturo con gran desprecio.—Miguel, ¿acas
—Señor, no estará usted bromeando, ¿verdad? —sondeó Ana con gran prudencia, tragando saliva.—¿Soy una persona que gusta de bromear? —respondió el mayordomo frunciendo el ceño seriamente.—No, no, por supuesto que no —negó Ana varias veces, sacudiendo la mano. No se atrevía a admitir que Miguel ya s
Miguel le echó un ligero vistazo a Sofía Martínez, que estaba en el coche, y se dirigió a ella. Ahora Sofía sufría de una fobia. Una vez que Miguel se acercaba a ella, no podía evitar temblar, como si cada poro de su piel estuviera gritando de temor.—Señor Rodríguez, ¿qué desea hacer? —preguntó muy