Los clientes de la tienda fueron atraídos por el grito de Ana. Como el dueño de la tienda de antigüedades, Mario, el dueño de la tienda de antigüedades, tenía tanta experiencia en el sector que seguramente sabría cómo manejar esta situación.Al ver a Ana intentando causar problemas, Mario le gritó
En el fondo de este hongo muerto, se podía vislumbrar un toque rojo. Nadie podía imaginar que había un hongo rojo recién crecido escondido en un hongo muerto.—¿Qué es esto…? Al ver este hongo rojo, todo el mundo no podía esconder su sorpresa.—¡Esto es un hongo rojo!—Además, ¡es un hongo vivo!—A
—Si lo hubiera notado, no te lo habría vendido.—Tía, tienes razón. Miguel, ahora entréganos el hongo rojo y te devolveremos los dos millones —reprochó Victoria.Ni siquiera el engañoso de Mario recuperó lo que había vendido. ¿Cómo podían actuar tan naturalmente estas dos mujeres al hacer esto?—¡Ja
—Alicia, mira qué tipo de amigo tiene tu exmarido. ¡Qué descortés! —se quejó Victoria cubriéndose la cara.—Ya estoy divorciada de él. No me importa cómo sea su amigo —respondió Alicia con indiferencia, encogiéndose de hombros.—Estoy ocupada, me voy —declaró Alicia sin ganas de quedarse aquí.Al te
Miguel tomó los palillos y llevó la comida a su boca.—Está bien si prefieres vivir en la cima, podemos intercambiar casas.—No es necesario. Hay muchas habitaciones en la mansión; puedes asignarme una.Mientras Mía sostenía su mandíbula blanca y tersa con la mano, le lanzó una mirada melosa a Migue
—Deténganse —Mía golpeó la mesa con fuerza y se puso de pie.—Suelten a esa chica —gritó Mía.La intervención de Mía sorprendió a todas las personas.El hombre con gafas de sol la miró y amenazó:—Chica, esto no te incumbe. Vete.—¿Cómo que no me incumbe? —preguntó Mía con las manos en las caderas.
Lidiar con ese grupo de rufianes no era tampoco nada fácil. En ese momento, el hombre de las gafas de sol también se las quitó y se dirigió a Linares diciendo: —Linares, soy yo, Aristóbulo. —¿Cómo? ¿De verdad es usted Aristóbulo? — Linares en efecto se sorprendió. —Pero ¿Quién te ha golpeado de s
—Está bien, señor Rodríguez como prefiera usted, mi intención es para nada importunarle. Linares se marchó sonriente con sus secuaces.Mía echó un vistazo a la tarjeta y comentó: —¿En serio te quedaste con esa tarjeta? ¿Acaso piensas de veras compartir habitación?Miguel hizo un gesto de desdén: —¿Q