Mía tenía los ojos dilatados y su rostro palideció al instante. No esperaba que Miguel lo hubiera bebido todo de un tirón. Eran cincuenta gramos en total. Lucía estaba tan aturdida que no sabía qué decir.Julia sacudió la cabeza con los brazos cruzados. Por su sonrisa fría, se podía percibir la
Marcos se retorcía en el suelo, soltando gritos desgarradores.El sudor en su frente ya se había congelado, y su cuerpo estaba cubierto por una capa de hielo. ¡Qué horrible fue esta situación!Al verlo, Mía sintió un tremendo horror en su corazón. Cuando ella sufrió la toxina, la Sombra del Viento
—Tú… —Marcos odiaba tanto la impotencia de Sergio que apretaba los dientes con fuerza. Dirigió una mirada fulminante a Miguel y refunfuñó:—Esta vez has ganado, pero ahora tienes que entregarme el antídoto.—¿Cómo? En esta competición, no había tal regla que requiriera a los participantes entregar
Siendo el segundo señorito de la familia Álvarez, ¿cómo podía arrodillarse para pedir perdón a alguien?—¿Quieres que te pida perdón? ¡Soy el segundo señorito de la familia Álvarez!—Pues, si no quieres hacerlo, puedes esperar tu muerte —Mía se encogió de hombros y le respondió con indiferencia.—¡M
Miguel asintió con la cabeza.—Está bien, entonces es hora de irme, señor Álvarez.Después de despedirse de Alejandro, Miguel salió de la familia Álvarez en el coche de los Blanco.No pasó mucho tiempo antes de que llegaran a una mansión en el Distrito Este.Esta mansión estaba rodeada de montañas y
Lucía se puso roja y bajó la cabeza instintivamente, sin atreverse a mirar a Miguel directamente. Quería ayudar a Miguel, pero no encontraba justificación. Había inventado que Miguel era su novio para obtener la ayuda de su padre.Aunque Miguel había evitado la humillación por parte de Marcos, Luc
Al escuchar el consejo de Lucía, Manuel sentía que su ira crecía. No quería ser piadoso con Miguel; iba a pelear con todas sus fuerzas. Manuel se preparó para la pelea y acometió a Miguel. Era verdad que el Puño Trueno era muy agresivo y brutal. Con un solo movimiento, se arremolinaba el viento
Manuel leyó detenidamente las notas escritas por Miguel y no dejó de exclamar:—¡Es cierto, señor Rodríguez, eres un genio!—¿Cuánto valen estas notas? ¡Las compraré! —coreó Ricardo.—No es para tanto, señor Blanco. Solo son unas notas, si usted las quiere, se las regalaré —dijo Miguel con una sonri