Estuviste envenenada, Lucia me llamó para ayudarte a neutralizar el veneno —dijo Miguel de manera tranquila. Tan solo entonces, Mía recordó lo que había sucedido. Luego preguntó: —¿Dónde está Lucia?—Ella dijo que tenía asuntos que atender en casa y se fue antes. Me pidió que me quedara aquí para c
Justo cuando Mía estaba a punto de desabotonar la camisa de Miguel. Él la detuvo de inmediato. Mía abrió los ojos, mirándolo con sorpresa. —¿Ya te has divertido lo suficiente? —frunció el ceño Miguel.Mía se levantó con fastidio: —Eres un capullito caso perdido. Realmente no puedo aprovecharme de t
Después de todo, el día anterior Miguel le dejó todas sus cosas. Así que no podía olvidarse de nada. Al llegar a la mansión, Sandra informó que venía del nombre del Salón de la Hierba. El sirviente no quiso hacerla esperar y se apresuró a darle la bienvenida a la villa.Al llegar al salón, el sirvie
Sandra se sobresaltó. No se esperaba que Ana se alterara así, de repente. En su interior, se preguntaba de dónde venía ese odio hacia Miguel. Mientras le maldecía, Ana parecía un monstruo feroz. Cuando terminó de insultarlo se dio cuenta de que Sandra seguía ahí y su rostro cambió.—Perdona, Sandra,
—Claro que tengo prisa, pero Juan no destaca en nada. Si fuera la mitad de bueno que Miguel, no tendría problemas en proponerlo como esposo.—Abuelo, ¿para ti soy peor que Miguel? —Preguntó Juan incómodo.—Patricio, estás chocheando. A tu nieta le han rajado la cara y Miguel no ha hecho nada —dijo A
Alicia recuperó de golpe su autoestima y la sonrisa volvió a aparecer en su rostro.—Ali… estás incluso más guapa que antes —exclamó Juan sin poder evitarlo.—¡Digna de ser mi hija! Una belleza natural, mucho más guapa que esa zorra de Mía —se pavoneó Ana.—Claro que sí. Cuando eras joven, eras la m
Miguel se aclaró la garganta.—No tengo ningún tipo de relación con ella, pero, como tu guardaespaldas, es obvio que tengo que protegerte. Voy para abajo.—Qué cabeza más dura —dijo Mía apretando los dientes.Poco tiempo después, Miguel llegó al portal. Mía y Lucía llevaban un buen rato esperando. S
Naturalmente, Francisco no creía lo que decía Ana. Pensó que sólo estaba exagerando para venderle a su hija. Muy impaciente, dijo sacudiendo la mano:—Ya está bien, no me des más la lata.Tras decir eso, se marchó agarrando a su novia la modelo. Ana quería decirle algunas cosas más, pero Miguel no p