Después de todo, el anciano de la familia Salamanca se lo había tomado y no le había pasado nada malo, así que el elixir no podía ser falso.—¿Qué quiere decir con esto, señorita Salamanca?—Que le regalo este elixir, presidente López —dijo Alicia con una sonrisa. Al escuchar esas palabras, Alberto
Carlos se levantó bruscamente y se puso enfrente de Alicia, agarrándola por el cuello de la camisa.—¿Qué le has dado a mi padre? —preguntó.—Solo… ¡era Elixir Dorado! —contestó confusa.—¡Y una mierda! ¿Qué coño le ha pasado a mi padre entonces? —preguntó ardiendo en rabia.Alicia se mordió los lab
—Lleno de vitalidad, bastante bien, la verdad… ¿por qué? —preguntó.Al escuchar eso, Alicia suspiró aliviada. Parece que realmente no pasaba nada con el elixir.—Nada, solo quería preguntar cómo estabas.—¿Y por qué así tan de repente? —El anciano no terminaba de fiarse.Solo hacía unas pocas horas
—¡Guardias! ¡Atrapadlo! —dijo Carlos con frialdad.Los guardaespaldas de la familia López le rodearon de inmediato. Al ver a todos esos hombres rodeándole, Miguel frunció el ceño.—¿Qué significa esto?Carlos sacudió la caja y dijo:—¡Tu mujer ya ha jodido una vez a mi padre y ahora tú vienes a rema
Sabía que el joven no contraatacaría.—Entiendo cómo se siente, no le culpo.Si hubiera que culpar a alguien, solo podría culpar a Alicia por insistir en utilizar ese falso Elixir Dorado. Obviamente, al haber sacado el verdadero, Carlos también pensó que era falso. No había necesidad de darle más vu
Carlos llevó personalmente a Alicia y a su madre a la salida. Al llegar a la puerta de la villa, Alicia vio una figura humana que le resultaba familiar antes de subirse al coche. Era Pedro Gómez, del salón de la Hierba de Ciudad Riomar. Él era la persona que estaba detrás del presidente de la Cruz a
En ese momento, Francisco llamó por teléfono.—Alicia, ¿estás bien? Tranquila, ya he llamado a alguien para que te saque de allí. Si Carlos se atreve a tocarte, jamás se lo perdonaré.Pero, en realidad, no había enviado a nadie. Porque realmente no había encontrado ninguna solución que satisficiera
Lucía y Miguel ya se conocían de antes, así que ella le saludó de inmediato.—Buenos días, señor Rodríguez.A Mateo nunca le había gustado Miguel y, lo que es más, no creía que fuera capaz de proteger a Mía, así que se limitó a resoplar y no prestarle atención. Miguel puso los ojos en blanco y dijo: