—No solo eso, Benjamín… Noah, muéstrale las fotos. De inmediato Noah sacó de un folder una serie de fotos provenientes del hotel. Al entregárselas a Benjamín notó como su gesto cambió de desconcierto a ira. —Me estaba alojando en ese hotel durante mi estancia en la ciudad y noté que llegó Tina Ga
—No tengo el valor para mostrárselas a Emma —dijo Benjamín completamente desanimado, el corazón le dolía de imaginarse ese bello rostro envuelto en lágrimas. —¿Confías en tu amigo? —preguntó Román pasando entre sus manos las fotos una y otra vez. —Si crees que alteraría las fotos, no… no es capaz.
—¡Hay un idiota en esta casa! —exclamó Emma una vez que se vistió y bajó hacia la estancia donde Román y Frida hablaban seriamente. —Eso sonó tan ambiguo… Muchos se pueden ofender —dijo Román viendo la rabia de Emma. —¡Emma! ¡Mi princesa! —exclamó Benjamín extendiendo los brazos hacia su nieta
Emma atravesaba los catorce años y había pasado mucho tiempo desde que su madre se había ido con su hermana y su tío, dejándola en casa de Román. Tenía una vida de princesa, su padre la consentía al mismo tiempo que le exigía ser fuerte y astuta. La premiaba cuando alzaba la voz defendiendo sus idea
—El Corporativo se iría a la ruina… —dijo Emma tragando saliva. —Todo depende de ti —agregó Noah con una sonrisa victoriosa. —Odio que todo dependa de mí… Es cansado… —Ya te sacrificaste alguna vez por tu padre. ¿No volverías a sacrificarte, esta vez por toda tu familia? —¿Y así te haces nombra
Emma se veía ante el espejo con nostalgia. Extrañaba a Will, pero cada vez que pensaba en él, se llenaba de rabia al recordar que Tina estaba con él. —Recuerden no caer en provocaciones. Está fiesta es para su abuelo y no podemos perturbarlo con una pelea campal a mitad del banquete —dijo Frida te
—¡Qué valiente eres Susana! —exclamó Emma al ver al tipo con cara dura frente a ella. —Se llama: Ser inteligente. Atrévete a seguir ofendiéndome y regresarás a casa viéndote irreconocible. —Retroceda… No lo diré una segunda vez —dijo el guardaespaldas dispuesto a poner su mano sobre el hombro de
—¡No! —gritó Susana—. Por favor, está exagerando, no es necesario. —La única forma en la que yo puedo detenerme es si Emma me lo pide —dijo William dejando todo en manos de su esposa. Esa sensación de poder llenaba cada poro de Emma y no pudo evitar sonreír con malicia al ver a Susana temblando.