—Entonces, las cosas entre ella y tú ¿están mejorando? —preguntó al dejarse caer en el asiento frente a Will—. ¡Me alegra! ¡Hacen una linda pareja y esa familia debería de crecer! Creo que una casa de campo es el lugar más romántico para «hornear» al próximo hermanito de Alejandro. Aunque Will reí
—¡Espera! Solo… dime donde estás… —dijo Will preocupado, nunca había escuchado a Tina tan deprimida. —Solo deseaba complacer a mi padre y ahora mi vida es un infierno, lo único bueno que me quedaba era Tim… —¿Qué le pasó a Tim? ¡Maldita sea! ¡Dime dónde carajos estás, Tina! —exclamó lleno de angu
Tina se recargó sobre el barandal y retomó su llanto con desesperación. —…No quiero que me quite a mi bebé, pero también sé que no puedo huir de él. Como padre que ahora eres, me debes de entender. ¿Qué harías si Edward se presenta a tu puerta y te exige que le des a Alejandro? —Se agarró de la sol
—En su despacho con un viejo amigo, creo que está haciendo negocios… —dijo Frida pensativa. —Debería de descansar, después de lo que pasó necesita reposo —contestó Emma. —Es un hombre necio, incluso después de muerto saldrá de vez en cuando para cerrar algún trato —dijo Román que cargaba el equip
—No solo eso, Benjamín… Noah, muéstrale las fotos. De inmediato Noah sacó de un folder una serie de fotos provenientes del hotel. Al entregárselas a Benjamín notó como su gesto cambió de desconcierto a ira. —Me estaba alojando en ese hotel durante mi estancia en la ciudad y noté que llegó Tina Ga
—No tengo el valor para mostrárselas a Emma —dijo Benjamín completamente desanimado, el corazón le dolía de imaginarse ese bello rostro envuelto en lágrimas. —¿Confías en tu amigo? —preguntó Román pasando entre sus manos las fotos una y otra vez. —Si crees que alteraría las fotos, no… no es capaz.
—¡Hay un idiota en esta casa! —exclamó Emma una vez que se vistió y bajó hacia la estancia donde Román y Frida hablaban seriamente. —Eso sonó tan ambiguo… Muchos se pueden ofender —dijo Román viendo la rabia de Emma. —¡Emma! ¡Mi princesa! —exclamó Benjamín extendiendo los brazos hacia su nieta
Emma atravesaba los catorce años y había pasado mucho tiempo desde que su madre se había ido con su hermana y su tío, dejándola en casa de Román. Tenía una vida de princesa, su padre la consentía al mismo tiempo que le exigía ser fuerte y astuta. La premiaba cuando alzaba la voz defendiendo sus idea