Marco Gibrand disfrutaba de una piña colada y del calor del sol, al lado de la alberca, aunque no tenía intenciones de volver esto un viaje de placer, lo estaba disfrutando. De pronto vio a un par de jovencitas que le dedicaban ojos coquetos y no pudo evitar sonreírles de vuelta. Se levantó mostrand
—Qué puchero tan feo para una cara tan bonita —dijo alguien a su lado, tomándola por sorpresa. Frida vio a un hombre apenas más joven que Román, tenía unos ojos negros tan profundos como la obsidiana y un gesto astuto. Román esperaba el par de tragos mientras se sentía demasiado viejo para un
—Oye… Lamento que tu esposo sea un hijo de puta, pero no puedes tratar de esa forma a todas las mujeres con las que se revuelque. ¿Estás consciente que la culpabilidad no recae solo en ellas? —dijo Marco una vez que alejó a la chica y posó sus manos en los hombros de Frida. —No sé quién eres y no
—¡Vamos! Te ayudo —dijo la chica llenándolo de besos, su lengua era desagradable para Román, como un gusano retorciéndose en su piel. En el umbral del baño, Román se detuvo, apoyándose contra el marco. —Prepara la tina… —dijo con voz de mando mientras peleaba por mantener los ojos abiertos. Con
Frida quería decirle cuánto lo odiaba, maldecirlo, golpear su pecho e incluso patear su entrepierna, pero cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando abrió los ojos, un par de lágrimas cayeron por sus mejillas. —¿Estás bien? —preguntó en voz baja, con mucha dificultad. —No es lo que tú piensas
Mientras Román estaba tomando un baño, Frida tomó su camisón, dispuesta a dormir en la otra habitación, pero cuando volteó hacia la puerta, esta estaba cerrada y con Román recargado en ella como un guardián de mirada fría y torso descubierto. —¿A dónde crees que vas? —Dormiré con las niñas. —Frid
—Es tiempo de dar el siguiente paso —dijo Benjamín con satisfacción. —¿A qué te refieres, abu? —preguntó Sarah. —Cité a Román, le cederé la empresa por completo antes de que llegue mi muerte… Quiero que se encargue de la fusión lo antes posible, no me quiero ir de este mundo sin ver a los Sorrenti
Un anillo nuevo, con un pequeño zafiro en el centro, brilló con fuerza. Para Román era tan hermoso como ver a los ojos a Frida. —Mi madre solo quería escapar del temperamento agresivo de mi padre. Salieron en carros diferentes y… ninguno de los dos regresó… Frida se quedó en silencio, sorprendid