Capítulo 3

Narra Patrick.

¿Cómo es esto posible?

Veo en mi teléfono la imagen de la familia Miller frente a mis ojos, todos sonrientes y radiantes.

¿Quién pensaría que debajo de toda esa perfección se ocultaban secretos tan oscuros como este?

Apago mi celular y conduzco sin rumbo fijo.

Luego de aproximadamente veinte minutos llego frente a unas aguas termales de la hacienda.

Me deshago de mi ropa para entrar y serenarme un poco de todo este caos en que se ha convertido mi vida.

Me zambullo desde lo más alto cayendo con precisión.

En el momento que el agua entra en contacto con mi piel siento como mi ser se va liberando.

Nado hasta el fondo viendo como cada vez me pierdo en esta sensación tan inexplicable que es estar en el agua.

Salgo a la superficie en busca de oxígeno.

Cuando estoy a flote noto una figura femenina lanzarse al agua.

No se ha percatado de mi presencia.

Al salir a flote me observa sorprendida.

—Hermanito —dice con sarcasmo.

—Sabes bien que no soy tu hermano.

—¿Así que ya leíste la carta? —dice con interés.

Me quedo en silencio, ella se acerca nadando hacia donde me encuentro.

—No es necesario que utilices el sarcasmo conmigo ni nada por el estilo, no soy ninguna clase de chiste y no estoy de humor ahora mismo.

—Vaya, parece que tienes el carácter de papá —dice en tono de burla.

—Creo que es suficiente —digo saliendo del agua.

Veo que sale a su vez tratando de seguirme el paso pero se dobla el pie en el intento.

Un grito ahogado sale de su boca.

Va de blanco por lo que el vestido de baño se pega a su cuerpo perfectamente.

—Déjame ver —digo tomando su tobillo, pero un quejido sale nuevamente de su boca.

—¿Crees que puedas mantenerte de pie por sí sola?

Asiente con altanería, pero su seguridad decae cuando me toma del cuello apretándome por el dolor.

—Yo te ayudaré —le digo.

Nuestros rostros se encuentran muy cercanos.

Siento su aliento cálido, por fin logro apreciar con mejor precisión el color de sus ojos, es un color azulejo intenso acompañado de unas pestañas despampanantes.

Nos quedamos en silencio mientras noto que traga saliva al estar tan juntos.

Debo admitir que nunca había sentido tanta tensión al estar cerca de una mujer, y he de decir que tengo experiencia en ello.

La tomo en mis brazos cargándola mientras trata de evadir la mirada, como puedo abro la puerta del copiloto para poder subirla.

Cierro la puerta a su vez subiendo en el auto para conducir.

—Creo que debo llevarte a un médico. Puedes tener una lesión grave en el pie.

—Estaré bien, no te preocupes.

—¿Podrías dejar de ser tan terca y obstinada y escucharme? No es discutible —digo dando mi última palabra.

Trata de rechistar pero prefiere hacer silencio.

Conduzco hasta la clínica más cercana y reconocida, coloco algo de música para apaciguar la tensión que se crea en el ambiente.

Bajo las ventanas para que la brisa ligera entre, noto como le revuelve el cabello de vez en cuando y como lucha por tratar de mantenerlo en un solo lugar.

El camino se me hace largo mientras aparco para ayudarla a bajar.

Los médicos residentes al ver de quien se trataban se comportaron de lo mejor posible brindándole la atención necesaria.

Le colocan un vendaje en el pie, tuvieron que volver a calzárselo ya que efectivamente se había lastimado.

El doctor empieza a recetar los antiinflamatorios y analgésicos para tratar el dolor.

—Hacen una linda pareja —dice el médico guiñándonos el ojo antes de salir.

Veo como esa piel pálida se transforma en carmesí al escuchar tal comentario.

Al estar afuera de la clínica me pide que le llame un taxi.

Frunzo el ceño ante el comentario.

—Vamos al mismo lugar, ¿qué sucede? —digo extrañado.

—No creo que sea conveniente que nos vean llegar juntos. Te agradezco la cortesía de haberme ayudado pero quiero que sepas que no por esto cambiará algo entre nosotros —dice volviendo a mostrar esa coraza.

Asiento con algo de desagrado, sus palabras por alguna razón me molestaron.

Tomo mi teléfono llamando un Uber para ella.

Al llegar el Uber la ayudo a subir.

—Ya pagué el taxi, lo pagué con mi dinero. No te preocupes, no me debes nada, tampoco quería que lo hicieras, no eres tan importante como para eso —digo cerrándole la puerta en la cara.

*

Llegué a Jack's, el bar donde suelo ahogar mis penas. El sujeto de la barra me reconoce al instante ofreciéndome lo mismo de siempre. Sólo asentí con la cara. Aún estaba con la mente hecha un caos luego de pensar en lo que ha acontecido estos días. Me sirve la bebida mientras de un solo trago vierto el contenido en mi boca.

- Ponme otro. - pedí sin siquiera mirarlo a la cara.

La vida puede tener senderos interesantes y es increíble como todo lo que creías certero es en verdad un camino de incertidumbre.

Pierdo la noción del tiempo y poco a poco empiezo a sentirme algo más ligero del cuerpo, aunque el alma me corroa por dentro. 

Una chica se acerca a mí mostrándome sus grandes dientes blancos. Sus rasgos son provenientes de otro continente, lleva consigo un vestido de brillantes que dejan mucho que desear a la vista.

- ¿Falta de compañía? - dice con un acento muy marcado. A ciencia cierta, no logro describir de donde sean sus orígenes. Sólo me limito a quedarme en silencio, la muchacha es perseverante por lo que se queda a mi lado. El bartender me sirve nuevamente otro trago que vierto sin dudarlo.

- Parece que has tenido un mal día. Yo puedo ayudarte en lo que necesites. - acaricia mi espalda.

Su respuesta me hizo gracia, ni aunque lo quisiera podría solventar todo este desastre en que se ha convertido mi vida. De hecho, nadie podía hacer desaparecer este sentimiento que tenía por dentro. Ni siquiera mi madre, ya que era la responsable de todo este revuelo familiar.

- Al menos te hice sonreír. - dice triunfante.

Una silueta femenina se aparece ante nosotros demostrando en su rostro los celos y molestia en su cara.

- ¿Esta era la manera en que querías estar solo, Patrick? - espeta Erika encolerizada.

Suspiro hastiado. La chica junto a mí mira a Erika con burla. Saco mi billetera para pagar por lo consumido. Anexo una propina para la chica mientras me levanto de la mesa, lo menos que necesito en este momento es lidiar con problema de faldas.

- ¿Patrick, no piensas decirme nada al respecto? - dice al ver que me levanto de la mesa dándole la espalda.

Me detengo por un momento para voltear a verla, palabras quieren salir de mi boca pero al analizar la situación desde otro punto de vista decido seguir mi paso. No me quedé para oír el resto, en realidad, todo en mí va en modo automático. 

Al subir al auto veo como Erika sale del lugar entrando en su vehículo con el cabello revuelto.

Mujeres. - digo para mí mismo.

Coloco algo de música para olvidar el incidente de hace un momento. 

Un olor sutil a vainilla impregna el asiento del copiloto. 

Es el olor de Eleanor. 

Sus palabras en el hospital vuelven a mí. 

Conduzco nuevamente hacia la hacienda para poder descansar de este día tan pesado. 

Al llegar a la entrada me consigo con el gran anuncio de Villas del Sol, el lugar que ahora es un campo de batalla.

Entro en la casa viendo reposar las cenizas de Alonzo Miller en una esquina. Me dirijo directamente a mi habitación cuando me encuentro a mi madre en una pelea con la señorita Grant.

- Esto es inadmisible. - espeta colérica mi madre. - De ninguna forma voy a permitir que quieras tomar posesión de mi cuarto. Eres una recién llegada a nuestras vidas.

- Tomo posición del lugar que me corresponde por derecho, porque si no lo entendió bien, se lo volveré a recalcar, Vilma. - la tutea y encara. - Yo soy la hija legítima de Alonzo Miller.

- No eres más que una mancha del pecado, por no decir otra cosa. - dice mi mamá encolerizada.

- La mancha del pecado somos nosotros. - digo de brazos cruzados mirándola con indignación.

Se paraliza al verme.

- Pat, ¿por qué dices eso, amor mío?

- Ya lo sabemos todo, Vilma. - digo con seguridad.

Se extraña al ver que la llamo por su nombre y no por mamá, pero lo obvia.

- Hijo, has estado bebiendo. Creo que deberías descansar un poco. No sabes lo que dices.

- Sé perfectamente de lo que estoy hablando. Le mentiste todos estos años, y no solo a él, sino a nosotros. Qué decepción, Vilma.

- ¿Por qué me hablas así, Pat? - dice con la voz en un hilo.

- Porque es como te mereces que te trate. - digo dirigiéndome a mi habitación y dejándola en total silencio.

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