El destino de la bella Fortuna estaba echado: todos la daban por muerta, pero todavía las sorpresas no habían acabado.
Las algas se arremolinaban a su alrededor como brazos serpenteantes, deseaban tomarla y llevarla a su reino, su mente divagaba en pequeños fragmentos como luces en esa oscuridad. Su padre… Le dio todo lo que pudo materialmente, pero la felicidad ni él ni ella la consiguieron, su pesado vestido de novia la tiraba hasta el fondo como un gran peso muerto, el poco aire que le quedaba en sus pulmones se estaba acabando y pronto todo terminaría para ella… Otro recuerdo… «El brindis de los novios, todos alzando sus copas para celebrar la unión… Su padre acercándose a ella y preguntando: —¿Tienes el acuerdo matrimonial? No deseaba mentirle, pero tampoco quería que se arruinara todo ese bello momento. —Papá se lo di a Margo, ella te lo dará después. —Hijo, quiero que seas feliz. —Lo soy, ahora —miró a su esposo riendo—. Con Alexis lo tengo todo». Ese todo se escuchaba como un eco en medio del vaivén de las olas. El tiempo se agotaba y su vida también, entonces como una luz, algo pasó de
Alexis entró en las oficinas y todos centraron su mirada en él. Vestía de negro entero y usaba gafas oscuras, todos lo saludaron con respeto y cuando entró en la oficina se encontró con Rafael Egan, el primo de Fortuna. —Egan. —Alexis, supe que mi tío está muy mal. —Es cierto, quiso volver a realizar una búsqueda de tu prima y… Era inútil. —Lo visité, los doctores dicen que no podrá desenvolverse por él solo y los abogados me indicaron que ahora estás a cargo. Era cierto, como esposo de Fortuna lo estaba. —Sí. —Entiendo —fijó sus ojos azules en el hombre que tenía enfrente—. Nunca pensé que cuando te conocería hace dos años iba a tener enfrente al futuro director de los departamentales Ferris. Alexis entonces murmulló: —Yo tampoco lo pensé… Supongo que la vida da muchos giros. —Demasiados, diría yo. Bien, entonces vuelvo a mis funciones —entonces se detuvo—. Mi tío confiaba en ti, te veía como a un hijo, espero no lo defraudes. Alexis se quitó las gafas oscuras y miró la amp
Alexis ya tenía un año y medio de viudez y el tiempo para responderle a Elisa había llegado, era la única persona que podía entenderlo y quererlo como él era, la llamó: —Si gustas podemos salir a comer. Le pareció una buena idea hacía días que no cenaban juntos y entonces respondió: —Bien, estoy por terminar mi jornada y me gustaría comer algo. —Perfecto. Fueron a un restaurante de la zona, un lugar bastante concurrido por la élite y entonces ella comentó: —Creí que no deseabas verme en sitios públicos. —Tienen que ir acostumbrándose, porque nos casaremos dentro de dos meses. El rostro de Elisa resplandeció y tomó su mano: —¡Alexis! Te haré el hombre más feliz del mundo. —Eso espero… —Tendré que preparar todo… Una boda grande. —Mejor que sea discreta, no deseo llamar la atención de todos. —Claro, lo que tú digas amor. En un arrebato de pasión lo besó en la boca y muchos comenzaron a comentar sobre el romance del viudo del momento. Elisa tenía que contarle a Margo la noti
«Recuerdo a Sor Lane, ella siempre decía que toda mujer debía aprender a ser más que un elemento decorativo para un hombre y debía convertirse en una compañera útil», pensaba ella mientras amasaba la masa para galletas. «La vida deja de ser dulce en un momento y te muestra su lado amargo después y debes de estar preparada para lo que te muestra». Movía las latas en el fogón, no eran las condiciones más favorables para cocinar y para vivir, pero al menos tenía una forma de ganarse la vida. Nada que ver con los modernos hornos del colegio Christian de Saint Meritz. Recordó sus tiempos en la clase de cocina de sor Lane: Sacaba el hermoso pastel del horno y lo admiraba. —No sé por qué te esfuerzas tanto en aprender a hornear y cocinar —decía una de sus compañeras—, vamos a casarnos con hombres ricos y poderosos y vamos a tener empleadas y cocineras. Fortuna sonrió, tal vez para ellas eso era todo, pero siempre había más. Sor Lane se acercó a ver el pastel. —Es muy hermoso y apetecib
Tres años pasaron desde Matt que dejó tulipanes en la tumba de Fortuna. Desde ese día se sumergió en el trabajo, en esos momentos analizaba unas radiografías detenidamente cuando su móvil sonó: —Hola, adicto al trabajo. —Dylan, ¿qué se te ofrece? —Estamos en una buena época para pescar, podemos ir a hacerlo. Miraba el trabajo acumulado: —Ahora —dejaba unos expedientes—. No es un buen momento. —¿Qué haces? —Voy a realizar una faloplastía. —¿Y eso es? —El agrandamiento del pene de un paciente. Escuchó la risa guasa de su amigo, odiaba su forma retorcida de pensar: —¡Es en serio! ¡Vas a tocar la cosa de otro hombre! —Es mi trabajo, hay sujetos que desean ser más… atrayentes para las mujeres o sienten complejos de su miembro. —¿Oye y es caro eso? —Muy caro… —¿Y para los amigos? —No tocaría tu pene ni por todo el oro del mundo —dijo con una sonrisa. —¿Sabes? No lo necesito, pero por ahí escuché a un amigo que tenía ese problema. Esbozo una sonrisa: —Pero, por supuesto. E
Era de noche y Fortuna estaba horneando unos brownies, tenían poca luz, pero ya se había acostumbrado a ese ambiente, fue cuando la lata que horneaba se calentó mucho y le cayó encima produciéndole una quemadura bastante grande, pegó un grito por el dolor y eso le hizo soltar los dulces que cayeron en el piso arenoso. Ella se agachó del dolor viendo la quemadura roja que pulsaba enormemente y respiraba angustiada. Se levantó y tomó una jarra con agua de mar que tenían y se lavó, el dolor era demasiado. Chico Pérez en esos momentos entró y la vio llorando y con una quemadura muy grave. —Sirena, ¿qué te pasó? —Me quemé —sudaba frío—. Me duele… Me duele mucho. Angustiado intentó tocar su mano y ella se negó. —Me duelo mucho, creo que es grave. El dolor produjo en ella una palidez como la de un cirio y Chico Pérez salió corriendo a buscar ayuda. Mientras corría por la playa, sin saber quién podía auxiliarlo, de pronto se detuvo y recordó al hombre de manos delicadas. Le había dicho
Fortuna sentía al yate deslizándose hacia un destino incierto: «Me enamoré de un hombre que nunca conocí y que destruyó mi vida y mis sentimientos —se quejó del dolor—. Nunca le perdonaré». Matt entró para decirle: —Implementé un operativo para nuestra llegada, iremos a mi clínica. —Nadie debe saber que estoy viva. —Entiendo. En realidad, no entiendo. —Intentaron matarme, ¿qué parte de eso no entiendes? Matt la miró sorprendido y ella viró el rostro y entonces le dijo con profundo dolor: —Quería morirme en el anonimato. Matt asintió y comprendió que su dolor era mucho, Chico Pérez llegó en ese momento y le dijo a la joven: —Sirena, ¿ya no te duele? —Chico Pérez —sonrió tristemente—. No me duele como antes. —Buen médico. Matt salió y Dylan lo esperaba en la cabina: —¿Sabes en el lío que te estás metiendo? —Dice que la intentaron matar. —Peor todavía, se supone que íbamos a pasar unas vacaciones relajadas y ahora me duele la nuca. Giraba el cuello de un lado a otro. —¿Q
Fortuna se miraba el rostro ante el espejo, había quedado muy bien de su operación, tal se diría que nada había sucedido, que esos años en la pobreza extrema y el miedo solo fueron una terrible pesadilla. Toda marca visible había sido borrada; sin embargo, las del alma estaban intactas. Matt miraba detenidamente a la bella joven, Fortuna, cuando la vio en ese estado, no podía ni imaginar todo lo que tuvo que pasar en esos años, pensar que él le dejó tulipanes en una tumba vacía, en una tumba que simbolizaba la traición y la ambición de los que más ella quería. —Siento que salí de una pesadilla —comentó ella—. Desde Harbour, hasta las diversas operaciones, la recuperación, por primera vez, me siento real. —Me alegra que te sientas mejor, además el tener la oportunidad de ayudarte es un alivio para mi alma. Ella lo miró con dulzura y Matt le contó: —Hay una tumba con tu nombre, muchos te fueron a rendir un homenaje, entre ellos yo. Ella caminó por la amplia sala y le dijo: —Todos