New York- Usa
Días después.
Rodrigo, fue traslado a la Unidad de Cuidados Intensivos de uno de los mejores hospitales de la ciudad.
Diana, sostenía su mano sin dejar de hablarle, ella no perdía las esperanzas de que su esposo se recuperara.
—Amor debes despertar... por favor —suplicó mientras acariciaba el rostro de él—. Te necesitamos tanto, no nos puedes abandonar —sollozó sin contener sus lágrimas, su corazón entristecido no podía comprender como la obsesión de un hombre había llegado tan lejos—. No puedes permitir que Alessandro, no separe —enfatizó, besando los gélidos labios de su marido, entonces se secó varias lágrimas que corrían por sus mejillas—. Hoy voy a conocer a Ariadna Rinaldi, la fundadora del centro comunitario
El joven abogado la observó perplejo, su corazón empezó a palpitar con fuerza a su mente, viejos recuerdos se vinieron a su memoria, tomó asiento sosteniéndose de la silla.—¿Te sientes bien? —cuestionó Diana, poniéndose de pie para servir un vaso con agua.Gonzalo ladeó su cabeza, de pronto un gran torrente de lágrimas empezó a correr por sus mejillas.—Mi esposa me dejó por otro hombre —exclamó cubriendo su rostro con ambas manos.Diana pasó la saliva con dificultad al escucharlo de sus labios.—Lo lamento... imagino que…Gonzalo la interrumpió.—Por favor, permíteme desahogarme —suplicó con su mirada cristalina.Diana asintió, tomó una silla y se sentó fren
En la tarde un gran despliegue de seguridad se montó en la empresa, poco a poco fueron llegando los empresarios que deseaban cancelar sus contratos, así como varios medios de comunicación, entre tanto Gonzalo, caminaba de un lado a otro, no estaba de acuerdo con lo que Diana, pensaba hacer que era exponer su vida, su intimidad, ante un grupo de personas que no la iban a comprender.A la hora indicada, la señora Maldonado, apareció caminando hacia la mesa en donde los micrófonos estaban listos, su imponente figura, y aquel andar tan elegante y a la vez sensual dejó sin aliento a varios caballeros, muchos murmuraban al ver su espectacular figura cubierta con un elegante vestido rojo vino que se amoldaba a su cuerpo como una segunda piel.Diana tomó asiento, junto a ella, su abogado, el jefe financiero y también la persona encargada de su imagen pública.
Diana, observaba con la mirada pérdida a través de los grandes ventanales de su oficina, su mundo se iba desmoronando con lentitud, pero ella no estaba dispuesta a rendirse. Con el dorso de su mano limpió las lágrimas que bajaban por sus mejillas, entonces el sonido de su intercomunicador la sacó de aquel trance en el que se encontraba.Caminó hasta su escritorio aplastando el botón del altavoz.—¿Qué sucede?—Señora Diana, la llaman de la escuela de la niña Isabella —comunicó su asistente. Ella cerró sus ojos, ya se imaginaba el motivo.—Comunícame por favor —solicitó, entonces la joven la comunicó.—Señora Vidal, buenas tardes, habla Glenda, la directora de la escuela, necesito que venga de inmediato a conversar conmigo sobre
Horas más tarde Diana, permanecía con los ojos cerrados, sosteniendo a Isabella, en sus brazos, mientras la pequeña dormía. La joven empresaria observaba el rostro angelical de su niña y no podía comprender la maldad y prejuicios de la gente. De repente su móvil sonó, lo tomó en sus manos mirando que la alerta era de un correo electrónico, lo abrió, alzando una de sus cejas con sorpresa. Se llevó el dedo índice a los labios, pensativa, dejó a Isabella, en la cama y se dirigió a su despacho, ahí reviso toda la información; sin embargo, no podía confiar, así que llamó a Gonzalo. —Buenas noches, disculpa interrumpir a esta hora —habló Diana. El abogado estaba recostado en su cama al momento que su móvil sonó al ver que era ella, se sentó de golpe para responder. —No te preocupes. ¿Tienes algún problema? —Acabo de recibir un correo y deseo corroborar
New- YorkUna hora después los camarógrafos colocaron los micrófonos a Diana, y Christine, las dos mujeres ocuparon dos sillones como si fuera una charla de amigas.Las cámaras enfocaron a la rubia presentadora, para iniciar la entrevista:—Soy Christine Pierce, el día de hoy me encuentro con Diana Maldonado, la mujer que ha dado mucho de qué hablar en estos días, ella nos ha recibido en su oficina, y con gusto va a responder las preguntas que le pienso realizar esta mañana. —La mujer dirigió sus ojos azules a la luz de la cámara.—Diana, bienvenida a mi programa, agradezco que hayas aceptado concederme esta entrevista.—Buenas tardes —saludó con seriedad la elegante dama, quién esa mañana lucía una chaqueta a cuadros cruzada en su cintura, y unos pantalones de vestir negros, la mujer cruzó su pierna con sutil
Eran casi las 5:00 pm cuando Diana, concluyó parte de su trabajo, les brindó un receso a sus gerentes para ella también descansar un poco, regresó a su oficina, llamando de nuevo a su casa para constatar que Isa, estuviera bien, habló varios minutos con la niña, luego de colgar la llamada se recargó en su sillón las lágrimas de emoción que había estado conteniendo durante la junta brotaron de sus ojos. Supo en ese momento que sus esfuerzos y sacrificios habían valido la pena, así como varios clientes se marcharon, otros vinieron y su empresa no se quebró, al contrario, resurgió, junto con ella y su equipo, sintió su pecho henchirse de orgullo, limpió sus lágrimas tomando entre sus manos el retrato de Rodrigo. —Valió la pena mi amor... ahora solo falta que despiertes, te necesitamos tanto —sollozó, en ese instante el intercomunicador sonó. Diana tomó un pañuelo facial para limpiar su rostro. —¿Qué sucede? —Señora, el agente García, desea verla. —Hazlo pasar po
Seis meses después.Mar de las pampas— Argentina.La brisa del mar jugaba con el oscuro y hermoso cabello de Diana e Isabella, ambas corrían de la mano, sintiendo la calidez de la arena en sus pies mientras jugaban con las olas del mar.Gonzalo, observaba desde el balcón de su habitación aquel cuadro, que permanec&i
Diana giró su rostro levantando su mirada, aquella voz hizo que su corazón diera un brinco dentro de su pecho, las lágrimas se apoderaron de su rostro, se llevó las manos a la boca sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, parpadeó varias veces para estar segura, mientras él la observaba con ternura, entonces deslizó su pañuelo para limpiar su hermoso rostro. Diana se puso de pie, y sin pensarlo, un segundo se lanzó a los brazos de él, rodeándolo por el cuello, volviendo a sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, y la seguridad que sentía estando en sus brazos. —¡Mi amor! —sollozó casi sin poder hablar. —¡Despertaste! ¡Regresaste conmigo! Rodrigo, la estrechó con fuerza entre sus brazos, aspirando de nuevo su exquisita fragancia, volviendo a sentir su calidez, sosteniendo el cuerpo de su esposa en sus brazos. — Sí, soy yo, tu gran amor. ¿Pensabas que me iba a rendir? —cuestionó, mientras le tomaba de la barbilla para mirarla a los ojos—