Me llevé el auto y a medio camino vi ese maldito mirador que parecía ser el lugar que vería alguna vez mi muerte. Ya había estado dos veces a punto de perder la vida ahí. Tal vez era mi destino.
Me estacioné en la periferia del bosque y avancé hasta el mirador. Llegué hasta el punto más alto y vi el río debajo de mis pies. La vista era hermosa y la fría brisa refrescante. Era extraño sentirme rota y al mismo tiempo fuerte, con ganas de llorar, pero libre. Tal vez ya me había vuelto loca por tanto dolor.
―Espero que no estés pensando en lanzarte desde aquí, sería una aparatosa caída…
Una voz me distrajo de mis pensamientos. Era un hombre joven, de mirada gentil y sonrisa cargada de
Sentados en sus lugares favoritos, empezaron a devorar la comida que les había preparado. ―¡Mamá cocinó! ―dijo Anika emocionada, reconociendo mi sazón.―¡Sí, fue mamá! ―agregó Rashid haciendo que mi corazón se acelerara.―Gracias, mamá… ―André levantó su mirada hacia mí, parecía perturbado e indeciso.―De nada, mi amor. ―Besé su cabello alborotado y lo peiné con mis dedos. Noté sus intenciones por hablar, algo me quería decir, pero de pronto el ruido de las escaleras llamó la atención de todos, interrumpiendo ese momento mágico.Se trataba de Viktor acomodándose la corbata y a su derecha Raina, c
¿Cómo había podido dudar de ella? Me sentía miserable. Salí de mi edificio y busqué el ramo de flores más grande y hermoso, del tamaño de mi culpa. Tenía que ir a pedirle perdón e intentar sanar nuestra relación.Cuando atravesé las puertas del comedor de la fundación, no tuve el valor de acercarme. Layla estaba sentada al lado del hombre del mirador, le explicaba cosas y ella sonreía emocionada. Lo veía con admiración mientras señalaba en la pantalla de su computadora. Aunque su actitud parecía infantil e inocente, no podía decir lo mismo de quien estaba a su lado. Sus ojos azules brillaban de la misma forma que los de un hombre cortejando a una mujer.Apreté mi mano alrededor del ramo, sabía que, de acercarme
Me mordí los labios y agaché el rostro. Me sentía avergonzada y ridícula. Recordé por qué decidí guardar silencio con este tema.―Layla… ―Viktor parecía confundido y triste. Se acercó con temor como si creyera que en cualquier momento saldría corriendo.―No, no hables, no digas nada… ―dije retrocediendo―. Me callé cuando tal vez no tuve que hacerlo y… pasé de sentirme fea y gorda a ser la amante del idiota del director. Es claro que… no… estamos bien juntos… siempre hay algo que no funciona…―Detente… No digas nada de lo que te vayas a arrepentir después ―dijo Viktor temiendo que lo nuestro se terminara de fracturar.―Si
Entendí las palabras de Viktor, él me veía con amor, aunque mi cuerpo no fuera el más hermoso, alababa mi belleza interior por encima de la exterior, eso era amor sincero, viniendo de un hombre como él, me hacía sentir especial. Ahora me daba cuenta de que mi físico comenzaba a atraer la mirada de hombres que no tenían la mínima intención de conocer lo que había dentro de mí, como por ejemplo Armin. ―Si estoy haciendo esto es por mí, no para llamar tu atención. No necesito tus halagos, así que guárdatelos. ―Si de alguien quería escuchar elogios, era de Viktor. Suspiré melancólica al darme cuenta del tiempo que había pasado sin verlo. ¿Él ya estaría conquistando a alguien? ¿Se habría dado por vencido y buscaría a otra chica? ―Qué carácter… ―contestó Armin divertido y prosiguió con su explicación.
―Señora Layla, ¿segura que no tiene que regresar a la fundación? ―preguntó Maggie con media sonrisa. ―Segura… He adelantado trabajo y… creí que sería agradable prepararles algo a los niños ―dije con una sonrisa torcida mientras batía la mezcla en el tazón. Mis bebés estaban en la sala viendo una película mientras yo preparaba algo de «baklava» y mis ojos solo veían la hora. Viktor no tardaba en regresar y me sentía nerviosa. ۻ El tiempo pasó, la tarde cayó, llegó la hora de dormir y Viktor no llegaba. Pasé de sentirme ansiosa a desilusionada. En verdad tenía ganas de verlo, de saber cómo estaba más allá del trabajo y su papel como padre, pero de algo tenía que estar consciente, cuando decidí irme, él no estaba de acuerdo. ¿Cómo sabía que no me odiaba? Llevé a l
―Repite después de mí: «No» ―dijo el señor Volkov con una agradable sonrisa que se me contagió. ―¿No? ―pregunté confundida. ―Así es… «No»… «No te acepto como inversionista», «No quiero que seas parte de este proyecto»… Puedes acompañarlo con un: «Aprecio tu interés, pero…» o un: «Gracias por tus atenciones, pero…». Créeme, mi niña, el «pero» es la palabra más jodida y desagradable en cualquier idioma. Siempre antecede una frase molesta o incómoda y gracias a eso, todos sabemos qué esperar cuando lo escuchamos. ―Pero… ―¡Ja! ¡Aprendes rápido! ―Rió a carcajadas y no pude evitar reír con él. ―Es que… ¿qué le diré si me pregunta por qué lo rechazo? A
Esto tenía que ser una broma de mal gusto, o por lo menos de esa forma lo veía. Me habían acomodado junto a un grupo de mujeres, nosotras seríamos los objetos para subastar. Después de vivir en un lugar donde comprar mujeres se volvía un acto cruel y humillante, no comprendía como estas chicas parecían tan felices. ―Quita esa cara ―dijo una de ellas al verme estresada―. No es tan malo que un hombre rico pague por ti y te lleve a cenar. ―¿Qué? ―La había escuchado bien, pero no tenían sentido para mí sus palabras. ―Además, es por una buena causa ―dijo otra con la frente en alto. ―Sí quieren donar dinero a la fundación, no tienen que hacerlo por medio de una subasta de mujeres… ―contesté indignada, pero pareció que a ninguna le hizo gracia.
Llegamos a casa tomados de la mano, bromeando y disfrutando. Esa noche la pasaríamos juntos. Justo en la puerta me abracé a su cuello y lo besé con necesidad, sus manos ardían sobre mi cuerpo y me quedaba sin aire. Con dificultad abrió la puerta y me tomó de los muslos, enredando mis piernas alrededor de su cintura. La ropa sobraba y mi piel estaba ansiosa por volverlo a sentir en la cama. Lo deseaba como nunca y toda la vergüenza que siempre se apoderaba de mí antes de intimar con él, había desaparecido, estaba dispuesta a hacer lo impensable con tal de mantenerlo entre mis piernas toda la noche. Sin prender las luces, atravesamos la estancia, sus manos presionaban mis muslos, encajando sus dedos en mi carne, enloqueciéndome con esos gruñidos que liberaba contra mi oído. Ya no podía aguantar más y él tampoco. Al llegar a la sala, compartimos un mismo pensamiento en silencio. Los sillones serían los