Arturo se acercó a ese viejo edificio en ruinas. Le habló al conserje, un chico aparentemente joven que hojeaba una revista hasta que la presencia de Arturo lo hizo dar un brinco.
—Buenas tardes… —saludó Arturo sin animarse a tocar los barrotes de la fachada—. Estoy buscando a alguien.
—¡Buenas tardes, caballero! ¿A quién busca? —preguntó el conserje mientras abría la libreta de registro.
—¿Aquí vive una mujer llamada Lucía Duarte? —pronunció cada palabra como si el chico fuera retrasado. No quería repetir la pregunta.
—¿Lucía Duarte? —El conserje frunció el ceño repasando mentalmente cada nombre de quienes vivían ahí—. No, caballero, aquí no vive ninguna Lucía Duarte.
—¿Está seguro? ¿No tiene ningún registro de inquilinos?
Arturo recordaba esos últimos días antes de mudarse a Francia. Isabella había retomado su compromiso con Enzo y comprendió que él sobraba ahí. Se había enamorado de la mujer equivocada y la empatía por Lucía, la ant
Louis salió del consultorio tan rápido que casi chocó con Arturo, este viéndolo con desaprobación rebasó la puerta encontrando a Sofía enjuagándose la boca.—¿Doctora Duran? —preguntó intentando no asustarla.—Licenciado Bertrend, ¿en qué le puedo ayudar?—Traje a una amiga. No sé qué tenga, pero me preocupa mucho. Tose sangre. No sabía a dónde más acudir.—No perdamos tiempo, hágala pasar —dijo Sofía obligando a su mente a concentrarse en el trabajo.Arturo de inmediato salió buscando a Laura. Estaba frente al letrero dorado con el no
Adam vio que sus hijos ansiaban ver a sus padres juntos, tanto como él deseaba que su relación con Sofía se curara por completo. Tenía una nueva vida ante sus ojos, esa con la que tanto soñó cuando hablaba de amor con esa hermosa mujer que se llevó su corazón.Los mellizos salieron del cuarto y corrieron hacia las escaleras. Era música para sus oídos todas esas risas y gritos. Eran sus hijos disfrutando de la casa que había comprado para ellos.Enzo atravesó la puerta de entrada y vio pasar a los mellizos a toda velocidad, directo hacia la cocina. Dejó la bolsa con ropa y juguetes sobre la mesa y los buscó en la cocina donde abrían y cerraban las alacenas, buscando con ansiedad.—¿Ni&ntil
Jimena estaba escondida entre papeles, en cada párrafo no podía evitar pensar en la conversación con Sofía. Había decidido no solo ir a cenar con Adam, sino también regresar con él. Ahora era una pérdida de tiempo llevar el acuerdo de la custodia al juzgado. Si era la forma en la que Sofía sería feliz, podía tolerarlo. ¿Qué era lo peor que podía pasar?De pronto sonó el timbre, Eugenia se levantó del sillón de un brinco y se precipitó hacia la puerta. Bennet entró por el pasillo hasta llegar al comedor donde se encontró con Jimena. Eugenia había intentado detenerlo, pero fue imposible.—Eugenia… ¿Nos puedes dar cinco minutos a solas? —preguntó Jimena suspirando con cansancio.
—Sé que no soy el mejor bailarín… —dijo Adam al ver la duda en el rostro de Sofía.—Pero… tu lesión…—Creo que puedo bailar un vals hasta morir. —Adam se levantó ignorando el dolor de su espalda. Cada paso era una agonía, pero valía la pena hacer el esfuerzo por Sofia.Tomados de la mano llegaron hasta la pista de baile. Siguieron el ritmo de la melodía y de pronto el lugar estaba vacío ante sus sentidos, solo existían ellos, la música y los recuerdos que embargaban sus corazones. Sofía comenzó a llorar mientras su sonrisa se hacía cada vez más grande. Después de recorrer la pista y dedicarse miradas tiernas y sonrisas de complicidad, la música se d
—Eres el mejor médico neurocirujano del país. Si… pudieras… —Sofía no sabía cómo expresarse, temía el rechazo de Bennet. —¿Verlo? ¿Quieres que le dé consulta? —Su odio era el que dirigía su lengua—. ¿Quieres que lo ayude? ¿Crees que tengo ganas de hacerlo? —Bennet… Eres un gran médico… —Soy un gran médico. Tú lo dijiste, el mejor del país y podría atreverme a decir que de varios otros países… —También eres una buena persona… —No lo soy Sofía. Da gracias que no he sacado a tu madre a la calle. —Eso había sido un golpe directo al corazón y Bennet lo sabía. —Bennet… No es justo. —Sofía sentía que en cualquier momento se desmoronaría.
Sofía retrocedió como si hubiera recibido una bofetada. No tenía motivos para celar a Bennet, pero le dolía pensar que había recibido una cucharada de su propia medicina y recetada por su propia mejor amiga. —¿Cuándo? —preguntó casi sin voz. —Ayer —contestó Jimena agachando la mirada—. Lo siento… —No deberías… —Sofía no sabía qué sentir y mucho menos qué decir—. ¿Te gusta? ¿Lo quieres? ¿Desde hace cuánto que sientes esto por él? Cada pregunta se estampó contra el cerebro de Jimena dejándola desconcertada y perdida. ¿Qué sentía por Bennet? En ese momento no era algo que quisiera aclarar. —Sofía, eso no importa. Sé que no te ha tratado bien, pero entiéndelo, ha sufrido mucho por ti. Comprendo que no quiso atend
—¿Qué hay de mis hijos? ¿Qué pasa con Adam? ¿Cómo les explico que su padre también es su tío? —Levantó el rostro hacia Enzo. Estaba destrozada. —Sofía… —¡¿Qué tan miserable debo de ser para que la vida me deje en paz?! ¡¿Qué más me tiene que quitar?! —exclamó y se alejó de Enzo, con el corazón roto y la cabeza revuelta. Recorrió el pasillo, dispuesta a encontrar un lugar donde poder llorar a solas. Pasó al lado de Arturo, impregnándolo con su miseria, mientras este veía a su amigo con el alma rota. Había empujado a Enzo en ese abismo al llevarlo con Lucía y sabía que él era el único que podía solucionarlo diciendo la verdad, pero… tenía mucho que perder. ¿Valía la pena? Ѻ Jimena tocó un par de veces la puerta de Bennet antes de que este la hiciera pasar. La recorrió desde los tobillos hasta su angelical rostro y la mirada turquesa deparó en los ojos miel, con reproche. —¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó Jimena molesta y defraudada. —¿A qué te refieres? —Supe de l
—Acompañaré a Jimena a llevar a los niños —dijo Bennet en voz baja—. Adam… —No era fácil ver al dueño del corazón de la mujer que amaba, pero si era fácil hacer su labor como doctor—. Supe que tienes problemas con tu espalda. Cuando quieras ir al hospital para una revisión, eres bienvenido. —Gracias… —respondió Adam confundido. No se esperaba un comentario tan benevolente de parte de Bennet. —Vengan niños… —dijo Jimena y Bennet le ayudó cargando al pequeño Ezio mientras que ella se llevaba en brazos a Clara. Ambos niños no dejaron de ver a sus padres y sería un momento que guardarían en su memoria el resto de sus vidas. Sus corazones les advertían que algo malo había pasado y estaban intrigados por saber. Cuando Sofía escuchó que el auto se alejaba entonces entró a la casa en silencio, con un nudo en