Jimena y Sofía estaban sentadas ante un par de capuchinos, esperando pacientemente a Adam y a su abogado en la cafetería que habían acordado. Sofía estaba tan nerviosa que cada vez que escuchaba la puerta abrirse no podía esconder sus ansias por ver entrar a Adam. Jimena había notado ese comportamiento y no le agradaba.
De pronto la puerta dejó entrar a Adam, su presencia y elegancia llamaba la atención de todos, con esos ojos azules tan profundos y ese aspecto arrogante y astuto. Entraron detrás de él tres abogados, desde el más novato hasta el más experimentado.
—¡Qué demonios! —exclamó Jimena poniéndose nerviosa. La ansiedad estaba destrozándola. No se sentía capaz de enfrentarse a tres al mismo tiempo—. ¿Por qué traer a tantos si con uno es más que suficiente? ¿Nos quiere intimidar?
—¿Lo está logrando?
Cuando la puerta se abrió, Sofía pudo ver a Adam, con esas finas ropas y apoyándose en su bastón. Parecía un villano sexy de película con esa mirada tan profunda y sonrisa soberbia. —¡Es el barbón! —dijo Ezio sorprendido. —¡¿Tú eres mi papá?! —preguntó Clara corriendo hacia Adam quien se hincó con dificultad para poder recibir a los niños. —Así es, yo soy tu papá —dijo Adam sintiéndose gustoso. Era un momento emotivo que hacía mella en su corazón. De pronto esos ojos azules que expresaban emoción empezaron a llenarse de lágrimas. Los sollozos de los mellizos hirieron profundamente los corazones de cada adulto en la habitación. Sofía se acercó con los brazos abiertos y los envolvió de forma protectora. —¿Qué o
—Sofía… por favor —insistió Adam. De pronto los niños bajaron las escaleras, llenos de emoción y cargando dos cachorros Collie entre sus brazos. Sofía volvió a sentirse molesta ¿Les había comprado perros? —¡Mira, mamá! —exclamó Ezio restregando la mejilla contra el cachorro. —¡Son perritos! —añadió Clara con una mirada cargada de ternura. —Adam… No puedes estar haciendo esa clase de regalos sin preguntarme antes a mí —dijo Sofía entre dientes y dedicándole esa mirada de mamá regañona. —Bien, entonces… quédate y hablemos de lo que puedo y no puedo hacer —añadió Adam levantando los hombros, buscando motivos para retenerla. —Bien… solo esta noche. Mañana me voy a primera
Arturo se acercó a ese viejo edificio en ruinas. Le habló al conserje, un chico aparentemente joven que hojeaba una revista hasta que la presencia de Arturo lo hizo dar un brinco. —Buenas tardes… —saludó Arturo sin animarse a tocar los barrotes de la fachada—. Estoy buscando a alguien. —¡Buenas tardes, caballero! ¿A quién busca? —preguntó el conserje mientras abría la libreta de registro. —¿Aquí vive una mujer llamada Lucía Duarte? —pronunció cada palabra como si el chico fuera retrasado. No quería repetir la pregunta. —¿Lucía Duarte? —El conserje frunció el ceño repasando mentalmente cada nombre de quienes vivían ahí—. No, caballero, aquí no vive ninguna Lucía Duarte. —¿Está seguro? ¿No tiene ningún registro de inquilinos? Arturo recordaba esos últimos días antes de mudarse a Francia. Isabella había retomado su compromiso con Enzo y comprendió que él sobraba ahí. Se había enamorado de la mujer equivocada y la empatía por Lucía, la ant
Louis salió del consultorio tan rápido que casi chocó con Arturo, este viéndolo con desaprobación rebasó la puerta encontrando a Sofía enjuagándose la boca.—¿Doctora Duran? —preguntó intentando no asustarla.—Licenciado Bertrend, ¿en qué le puedo ayudar?—Traje a una amiga. No sé qué tenga, pero me preocupa mucho. Tose sangre. No sabía a dónde más acudir.—No perdamos tiempo, hágala pasar —dijo Sofía obligando a su mente a concentrarse en el trabajo.Arturo de inmediato salió buscando a Laura. Estaba frente al letrero dorado con el no
Adam vio que sus hijos ansiaban ver a sus padres juntos, tanto como él deseaba que su relación con Sofía se curara por completo. Tenía una nueva vida ante sus ojos, esa con la que tanto soñó cuando hablaba de amor con esa hermosa mujer que se llevó su corazón.Los mellizos salieron del cuarto y corrieron hacia las escaleras. Era música para sus oídos todas esas risas y gritos. Eran sus hijos disfrutando de la casa que había comprado para ellos.Enzo atravesó la puerta de entrada y vio pasar a los mellizos a toda velocidad, directo hacia la cocina. Dejó la bolsa con ropa y juguetes sobre la mesa y los buscó en la cocina donde abrían y cerraban las alacenas, buscando con ansiedad.—¿Ni&ntil
Jimena estaba escondida entre papeles, en cada párrafo no podía evitar pensar en la conversación con Sofía. Había decidido no solo ir a cenar con Adam, sino también regresar con él. Ahora era una pérdida de tiempo llevar el acuerdo de la custodia al juzgado. Si era la forma en la que Sofía sería feliz, podía tolerarlo. ¿Qué era lo peor que podía pasar?De pronto sonó el timbre, Eugenia se levantó del sillón de un brinco y se precipitó hacia la puerta. Bennet entró por el pasillo hasta llegar al comedor donde se encontró con Jimena. Eugenia había intentado detenerlo, pero fue imposible.—Eugenia… ¿Nos puedes dar cinco minutos a solas? —preguntó Jimena suspirando con cansancio.
—Sé que no soy el mejor bailarín… —dijo Adam al ver la duda en el rostro de Sofía.—Pero… tu lesión…—Creo que puedo bailar un vals hasta morir. —Adam se levantó ignorando el dolor de su espalda. Cada paso era una agonía, pero valía la pena hacer el esfuerzo por Sofia.Tomados de la mano llegaron hasta la pista de baile. Siguieron el ritmo de la melodía y de pronto el lugar estaba vacío ante sus sentidos, solo existían ellos, la música y los recuerdos que embargaban sus corazones. Sofía comenzó a llorar mientras su sonrisa se hacía cada vez más grande. Después de recorrer la pista y dedicarse miradas tiernas y sonrisas de complicidad, la música se d
—Eres el mejor médico neurocirujano del país. Si… pudieras… —Sofía no sabía cómo expresarse, temía el rechazo de Bennet. —¿Verlo? ¿Quieres que le dé consulta? —Su odio era el que dirigía su lengua—. ¿Quieres que lo ayude? ¿Crees que tengo ganas de hacerlo? —Bennet… Eres un gran médico… —Soy un gran médico. Tú lo dijiste, el mejor del país y podría atreverme a decir que de varios otros países… —También eres una buena persona… —No lo soy Sofía. Da gracias que no he sacado a tu madre a la calle. —Eso había sido un golpe directo al corazón y Bennet lo sabía. —Bennet… No es justo. —Sofía sentía que en cualquier momento se desmoronaría.