Puesta a prueba

—Al menos viste mejor que la vez pasada —habló sin siquiera mirarme.

¿Acaso era una broma?

—Señor Norton…

—¿No le había pedido que se sentara?, no tengo mucho tiempo —espetó en tono irritado y me limité a obedecer, muy en contra de mi voluntad.

Él llevaba ahora una camisa blanca, corbata y chaqueta gris, la corbata colgaba del respaldo de la silla. Su rostro era tan guapo, que podría competir con mucha ventaja con el David de Miguel Ángel.

Sacó unos documentos de una carpeta y los estudió en silencio antes de mirarme.

—Aquí dice que su nombre es Sara Aure…

—¡No lo diga! —lo detuve.

Él me observó con mucha molestia por haber levantado la voz. No quería que mencionara mi segundo nombre, lo detestaba más que el hígado encebollado.

—¿Le he dado permiso de hablar? —miré mis manos—. Su nombre completo, y espero que no haya más interrupciones, es Sara Aureliana Johnson.

No dije nada.

—¿Es correcto? —repitió con sequedad.

—Sí… señor —apreté los dientes y miré hacia un lado—, lo es.

Él asintió.

—Nos vamos entendiendo entonces —siguió mirando los papeles—. Tiene veintiséis años, es licenciada en pedagogía, pero nunca ha ejercido su carrera, ¿me puede explicar el porqué?

¿Qué iba a explicar? A pesar de mis conocimientos, pedían a una persona con experiencia, pero ni siquiera me dejaban tener la experiencia.

Él me miraba como un científico estudiaría una rata muerta.

—Es necesario que sepa a quién pienso permitirle la entrada a mi empresa —su voz sonaba igual de seria, pero menos seca que antes.

Suspiré.

—Problemas personales. Las personas creen que no encajo dentro del ámbito y tampoco me dan la oportunidad de sacar mi mayor potencial —hice una mueca.

—Entiendo.

Lo vi abrir la boca para decir algo más, pero volvió a cerrarla y suspiró, volviendo a los papeles que tenía adelante. ¿Qué clase de primer día era este?

—Pensé que la entrevista la hacía la señora Escudero —carraspee algo incómoda al sentir su mirada afilada—. Sólo digo…

—Me gusta conocer a mis empleadas… —lo vi esbozar una pequeña sonrisa y me tensé de inmediato sobre el asiento, al hallarle un doble sentido a la connotación de sus palabras.

—Eso es… nuevo —por alguna razón, mi corazón se aceleró y unos finos piquetes comenzaron a manifestarse en la punta de mis dedos, además de una incómoda e inconveniente sudoración.

Él hizo como si no hubiera hablado y eso me hizo sentir algo aprensiva.

—¿Algo más que desee saber, señor Norton? —traté de que la ironía no estuviera presente en el tono de mi voz, pero fracasé estrepitosamente en el intento.

—¿Vive con sus padres? —De acuerdo, eso era como hurgar en la herida.

—Con una ex amiga de la universidad —tragué saliva para aliviar el nudo en mi garganta—. Mis… padres fallecieron hace años, señor, fue… un accidente.

Fueron momentos muy difíciles, ganaba poco en el trabajo que tenía en ese momento como secretaria en una escuela y papá se había quedado sin empleo. Teníamos infinidad de deudas que pagar, incluida la casa.

Los hombres a los que mis padres les debían lo buscaban día y noche sin darnos tregua.

Al morir ellos en ese incendio, me llamaron para decir que no había nada más por hacer, dentro de esa deuda no entraba yo y la casa ya estaba demasiado quemada como para pedir la devolución.

Fue un milagro y en varias ocasiones hasta había llegado a pensar que mis padres, ahogados en deudas, decidieron incendiar la casa y morir con ello como una forma de escape.

Se desconocían los motivos por los que este había sido ocasionado.

—Bien, puede sonar cliché con la siguiente pregunta, dado que la mayoría de contratantes en cualquier ámbito, la hacen —me miró fijamente—. ¿Por qué desea este empleo? Si fuera contratada, ¿en qué le ayudaría?

Dudé antes de responder. Parecía un hombre al que le gustaba la franqueza, pero al mismo tiempo le molestaba el exceso de la misma.

—Si le soy sincera, señor, ganaría el suficiente dinero como para que mi hospedadora no me saque de su casa —hice una mueca.

—¿Qué sabe hacer? ¿Qué experiencia laboral tiene como asistente? —cambió de tema, luciendo incómodo—. ¿Ninguna?

—En… puestos de comida rápida —alzó una ceja—. ¡Tenía que trabajar para sobrevivir, no todos somos ricos empresarios como usted!

—Señorita… —me miró severo.

—No he trabajado en esto —musité.

—¿Cree que está a la altura de las expectativas? —ladeó un poco la cabeza.

—Yo… no lo sé —respondí sinceramente.

—¿Entonces cómo espera quedarse con el empleo? —abrió los brazos—. ¿Para qué se postula para el empleo, si no tiene idea de lo que trata?

—Me postulé para otro empleo —mi mandíbula estaba tensa por su actitud altanera—, y no pude quedar, pero la señora Margot…

—Querrá decir Margaret —apretó el tabique de su nariz, luciendo irritado—. ¿Ella le dijo que se postulara?

—Ella me dijo que usted… —alzó la mirada hacia mí, confuso—. Me dijo que usted consideraba que mis habilidades iban más… —me detuve e imité su expresión—. ¿Usted no me eligió para ser… su asistente?

La voz se me fue apagando, a medida que veía su expresión irritada volcarse más intensa.

—Puedo aprender —me encogí de hombros al tomar un poco de valor. Tenía una extraña sensación de opresión en mi pecho, al darme cuenta que quizás sería puesta de patitas en la calle en menos de lo que canta un gallo—. No me mire así…

—Escuche, señorita. Las cuatro ensayo de asistentes anteriores dijeron lo mismo que usted, pero en menos de un mes me quedé sin computadora, dos archivos perdidos y un trato multimillonario desperdiciado —me miró airado y tragué saliva.

¿Y yo qué culpa tenía de eso? La quinta es la vencida.

—Sí, mis dos anteriores jefes también me dijeron que cambiarían y no serían una m****a conmigo y heme aquí, pensando que lo suyo tal vez sea solo cansancio. La computadora… pudo haber sido una falla de fábrica, los archivos perdidos siempre deberían ir respaldados por el dueño y en cuanto al trato multimillonario… un error lo comete cualquiera —me alcé de hombros—, incluso usted, señor Norton.

Eso no le gustó.

—¡Lárguese! —me señaló la puerta.

—Lo haré —asentí—, pero usted se quedará con la duda de si yo podría haber aprendido más que las demás. Suerte con la próxima asistente, señor amargado. Hasta estoy segura de que "Miss coqueta" lo haría gratis —me encaminé a la puerta.

"¿Trabajar para él? Ni hablar".

—Espere —llamó cortante y frené en seco.

Ay, no.

—No espere que lo recomiende a mis amigas —lo miré mal y creí ver diversión bailar en sus pupilas.

—Si le doy la oportunidad, su aprendizaje no puede durar más de dos semanas, si rompe o pierde algo o me hace perder algún trato, o peor… tiene deseos de abrir la boca y soltar algunos de sus comentarios, se va y sin un centavo en el bolsillo.

Sonreí.

—Felicidades, ascendió de jefe gruñón de m****a a jefe posiblemente inteligente —dije irónica y él apretó la mandíbula, mirándome con ojos centelleantes.

—Bien, póngase a trabajar desde ya con esto —me entregó unas carpetas—. Las quiero listas antes del mediodía, señorita Aureliana.

Ahora fui yo quien apretó la mandíbula.

—Sólo por curiosidad… ¿Cuál es su nombre? —volvió a sus documentos.

"Ogro Norton".

—Confórmese con llamarme señor, le irá bien aprender cuál es su posición de ahora en andante —dijo serio.

—Gracias… señor ogro —mascullé.

Era increíble que estuviera aceptando trabajar para él. Necesitaba demasiado el dinero como para pensarlo demasiado dos veces con semejante ogro.

Salí cerrando la puerta y Paola me interceptó en el recibidor.

—¿Qué tal te fue? —dejé las manos a los costados, por lo mucho que me temblaban.

—He conocido peores, sólo es un malcriado. ¿Cuál es su nombre?

"Un niño malcriado en cuerpo de adulto. Y qué apuesto es".

—¿Te hizo el acto de "confórmese con llamarme señor?" —preguntó curiosa y asentí.

—Con mirada de superioridad incluida —bufé, molesta.

—Su nombre es Harvey. Harvey Norton.

***

De vuelta a casa, Estela y su novio me esperaban, aunque no de forma tan paciente como ella me lo hizo saber por teléfono.

Nada más abrir la puerta, escuché sus risas y la vi sentada de uno de los muros de la cocina de pie entre sus piernas, rodeándole la cintura con los brazos.

Apreté los labios y miré hacia otro lado, incómoda.

Qué puntería la mía.

—Oh, ya estás aquí —apartó a su novio, bajando de un salto—. ¿Cómo te fue? Quiero que me lo cuentes todo.

Miguel la siguió.

—Hola, Migue —pasé por su lado, descargando las llaves y el teléfono en el mesón de la cocina.

—Hola, Sara. ¿Qué tal el nuevo trabajo? —busqué algo que comer en la nevera—. ¿Es tuyo? —saqué un yogurt griego.

Ella asintió.

—Supongo que sí, estoy en período de prueba —hice una mueca recordando la absurda entrevista—. Nada interesante que comentar en realidad.

Se miraron, comprendiendo lo que había en medio, algo que yo no había dicho con palabras.

"Sí, vete Migue".

—Nos vemos en la noche —ella asintió, dejándose besar la frente—. Ponte bien linda —ella le sonrió como una tonta y lo vio partir.

Miguel era un buen tipo; amable divertido y dulce con Estela, pero no le tenía la suficiente confianza para contarle mis secretos como a mi amiga.

—Es un bombón de caramelo —suspiró—. Ahora, ¿qué tal te fue con el hombre de negocios más famoso y codiciado de Barcelona? ¿Es tan atractivo como dicen los medios? ¿O crees que solamente le pagó para que lo dijera y parece una mosca muerta en un parabrisas?

Dejé el yogurt abierto sobre el mesón, quitando primero lo poco que había en la tapa. Nada se podía desperdiciar.

—¿De qué te sirve ser sexy y tener dinero para manejar el mundo, si eres una m****a de persona? Es un grosero, Estela. Obvio que yo no soy ninguna perita en dulce, pero no tener más dinero que años, indica que debe tratar a los demás como cucarachas —tomó una cucharada del cajón y sacó también de mi yogurt cuando le ofrecí.

—¿Qué le dijiste? —negué—. Sara, no eres capaz de quedarte callada si alguien medianamente te insulta o te molesta con un comentario —me miró acusadora—. ¿Qué le dijiste?

"Lo que se merecía".

—Puueeeees… discutíamos que yo podría aprender sobre el empleo —me encogí de hombros—. No me creyó capaz y puede que mencionara su apellido y la palabra m****a en la misma oración —mordí mi labio.

—Ahí lo tienes —puso los ojos en blanco.

—Ay, no me riñas. ¿Tú no habrías hecho lo mismo si te trataran como él hizo conmigo?

Se quedó pensativa, mientras saboreaba una cucharada.

—En realidad… no. Porque sé que para pelear se necesitan dos —me miró severa—. Si te hizo berrinche y se comportó de forma infantil, no te iguales con él. Haz el amor y no la guerra.

—Muy graciosa, Estela —rodé los ojos.

"Habla de amor, cuando es la abogada más implacable y fiera de la provincia", pensé en mi fuero interno.

—Seeeee, ¿y según tú, el brócoli va a ser la comida del mañana? —asintió—. Entonces presta —le arrebaté la cuchara—, es mi yogurt. Tú come tu brócoli.

Me senté en el sofá, terminando el tarro. Ella me siguió.

—Egoísta. Esos los compré yo —elevé mis hombros, indiferente.

—Entonces tu imprudencia… ¿te valió perder la oportunidad?

Negué.

—Conozco la clase de hombre que es. No le gusta perder, le dije algo con lo que no me podía decir que no. Si la cago, me voy con las manos vacías.

—Es lo justo. Las fuentes dicen que es muy recto en lo que hace y muy reservado también. ¿Los murmullos de callejón? Es solo un amargado.

La miré.

—¿Y crees que un tipo como él podría aguantar a una loca como yo? —le brindé una sonrisa socarrona.

—Pues… el tipo pudo haberte botado de una vez y en cambio decidió darte una oportunidad —la miré con ojos entrecerrados—. ¿Eso no te dice nada?

—¿Nada como qué? —fruncí el ceño.

—A que quizás… ojo, sólo quizás —amplió una sonrisa como el gato risón—, le gustes un poquito al amargado de tu jefe.

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