—Carol, mírame. —Gesticuló con sus dedos, señalando sus propios ojos con dos de ellos—. No lo hagas más difícil. Ya no podrás lograr nada, ningún intento por escapar te servirá. Tarsis no te dejaría viva tampoco, ¿a caso crees que sí? ¡Dame a la niña! —¡No! ¿Por qué? Debí matar a esa desgraciada c
Victoria ya no estaba en los brazos de Peter. El rubio, con sus manos, tomó a Carol por su ropa, empuñó las telas e impulsó hacia arriba para sacarla del agua. Los ojos de la rubia estaban cerrados, el mar lavó su sangre pero el estatus de su cuello y los impactos de bala eran tétricos, significaban
—¡¿Qué?! Susurraban para no ser escuchadas, así que Jaya prefirió salir de allí y contarle todo a Pilar, cada detalle, informándola también de que su jefe tal vez se concentraría algunas horas más en su trabajo dentro de la misión, que no lo esperara tan pronto. Pilar sintió mil cosas a la vez. Es
Carla Davison de Bastidas viajó con su marido hacia Grecia, acompañados por George J. Miller. Su hija, Linda, se quedó en casa de la tía Lenis allá en La Ciudad. Lenis, quien por cuestiones de trabajo y la crianza de su pequeño Lian, le fue imposible viajar. La notica del secuestro de la pequeña Vic
—Esto que sucedió jamás hubiese ocurrido de yo no vivir allí. ¿Sabes lo que significa que los hombres de Karlos Tarsis no entraran nunca a Chora? Solo vigilaban desde el muelle, desde las distancias. Siempre intuí que aquellos rostros siempre barbudos y desconocidos que llegaban en ferri, hacían poc
Carla no movió un solo músculo. Pilar continuó: —¿Crees que Carol hubiese logrado todo ese desastre y esa locura sin el apoyo de Tarsis? Sin el aprovechamiento de Tarsis, es mejor decir. Ella llegó a mí gracias, una vez más, a “mi querido cuñado”. Una vez más… ¡Una vez más! —Secó una furtiva lágrim
—Así sí entiendo porque lo llamas regalo. —Exacto , amiga: es la vida dándonos golpes y regalos al mismo tiempo, con la misma cantidad, en la misma medida. Se escuchó un ruido en la puerta principal. Las mujeres se asomaron, eran los hombres que en varias ocasiones mencionaron en su larga conversa
Mireya no supo cuántas horas pasaron, cuántos minutos o el tiempo exacto desde que esa terrible hoja escrita a mano le informara de la manera más sombría que su gemela estaba muerta, pero fue el frío y duro suelo creando molestia, el llanto teniendo que amainar y las esperanzas de que esa realidad r