—No lo sé. El señor Tarsis solo se llevó al pequeño Mateo. Jaya y Peter escucharon con atención. Abajo, el uniformado seguía intentando sacarle información a quien decía ser la cocinera. —¿Cómo se llama la mujer que estaba viviendo aquí? —Mireya —lanzó, juiciosa, la empleada—. No es griega, tamp
Peter abrió súbitamente la puerta principal del apartamento, casi cayéndose de bruces por el apuro. Sentía la piel hirviendo y no lograba controlar su caminata. Escuchó el grito de su compañera allá abajo, pero el espectro radial que sus oídos capturaban parecía haberse bloqueado. Fue la serenísima
Cuando Pilar lo vio apostarse de cuclillas frente a ella, su respiración se sostuvo, temiendo que su conclusión fuese el motivo de su desaforada aparición. Peter la miró, pero no detallaba exacto su rostro, sino todo. Sus ojos verdes, que con la tenue luz parecían brillar; su boca, su cabello, él m
El piso era exacto al anterior: un largo y ancho pasillo a la izquierda de la entrada, abriéndose después la enorme sala. Allí, sentados en los muebles: otro de los oficiales de Inteligencia, parte del equipo que custodió la entrada del club de Vlachos. Jaya también estaba allí, todos aún vestidos c
(Cinco años antes). —No te haré esa maldad —le dijo Pilar a Peter mientras sostenía fuerte su teléfono celular. Su esposo le había llamado, quiso saber cómo estaba. Él se echó a reír con el comentario de su esposa. Ella se encontraba en Madrid, en el hogar de sus tíos y de su infancia. Él propuso
El amable taxista la dejó frente a la calle que la dirigiría hacia la vivienda donde se encontraban Mireya y Mateo. De ese modo, luego de cancelar la tarifa, descendió y comenzó a caminar. No era nada largo el camino, divisó la casa de una vez. Mireya ancló en la entrada, justo al lado de la puerta
Pilar se subió al auto de Tarsis. Se miraron. Ella sintió caer un enorme peso desde su garganta hacia su estómago. Jamás pensó que ese hombre tan peligroso fuese tan apuesto, las fotos no le hacían justicia. Llevaba algo desagradable en su mirada, pero no era odio, más bien, devoción. Él se acerc
—Debo ir al baño, cariño, ¿sí te aguantarás? Él la cortó con su risa. —Tú, Mireya querida, puedes hacer lo que quieras, ¿no es así? —ironizó, riendo un poco más—. Vete al jodido baño, yo debo hacer un par de llamadas porque de aquí no salimos en varios días y quiero a Mateo con nosotros. Si no me