Pilar se enderezó, limpió su cara y poco a poco fue llenando una maleta con lo más necesario, derramando esas lágrimas acalladas que ya salían sin esfuerzo alguno. Se dirigió hacia su mesa de noche y abrió la gaveta. Miró desde allí la ecografía de su bebé, la que le enseñaría a Peter junto con el pastel. Apenas tenía diez semanas de embarazo, pero en el eco pudo ver a su gran sueño gestarse.
«Si se lo digo ahora pensará que lo hago para amarrarlo y capaz...» Sus pensamientos dieron un alto gracias al nivel de tristeza que los formaba. «Capaz piense que no es suyo». Ella aún no creía encontrarse en esa situación y la absoluta desconfianza que recibía de su marido. «Pero él tiene fotos de mí y conoce al personaje que estuvo conmigo esa noche», concluyó, sintiéndose aún más perdida que antes.
Guardó en su maletín el móvil con el cual se comunicaba con su hermana y dejó dentro de la gaveta el suyo.
A punto de tomar la ecografía, un nuevo toque en la puerta la interrumpió.
—¡Pilar! —Peter gritó de nuevo, perdiendo los estribos, ni él mismo se conocía—. Sal de allí ahora mismo, o tendré que llamar a... —Calló. «¿Qué cosas estoy diciendo?», se preguntó.
Apartó sus manos del marco de la puerta como si ésta quemara y se fue casi tambaleante hacia cualquier superficie que le sostuviera, encontrándose la mesa del comedor.
Las fotos seguían allí, parecían querer ser vistas. Tomó una de ellas y recordó el momento exacto que vio esa imagen que tenía en su mano por primera vez, cuando una de sus empleadas, Carol Herly (apodada por el escuadrón como C.H), sub-líder del equipo de investigación de asuntos del mediterráneo, le convocó para mostrarle algo que podría molestarle. Y vaya que sí le molestó. No solo fue molestia, la información cambió su vida. Él, muy enamorado de su querida esposa, sintió como un golpe bajo todo lo que C.H le enseñó y contó sobre uno de los objetivos a investigar, Karlos Tarsis, y sobre Pilar Montenegrino.
Miró la imagen una vez más, ella entraba al hotel junto a ese hombre, quien apoyaba una despreciable mano en su espalda baja. Siendo un poco masoquista, observó la mirada de Pilar en ese momento: carecía de emoción y parecía tener algo de... ¿miedo?
—¡No! —No se dejaría engañar.
Dejó la foto sobre la carpeta con un golpe seco y sintió movimiento tras suyo. No quería voltearse, pero jamás demostraría lo tan destructiva que era para él aquella situación.
Pilar caminó hacia él llevando una maleta de ruedas consigo.
—Así como tú dijiste hace un rato —habló ella—, por los cinco años de casados, dame una oportunidad de...
—Oportunidad de nada, Pilar. —La miró a los ojos—. Si llegas a decir alguna verdad ahora, tu traición a mí y a este matrimonio prevalece al no habérmela confesado antes, al haberme mantenido en las sombras.
Ella quedó sin aliento: allí estaba, él no la perdonaría, la batalla no solo era enorme, también agreste y pesada, imposible de ganar. Caminó de prisa hacia la puerta, tomó las llaves de su vehículo...
—Espera —atajó Peter.
Ella se giró bajo el umbral de la entrada con la esperanza surcando su cara, que desvaneció al ver por qué él la había atajado.
—Firma los documentos, George irá por ellos. —Le entregó la carpeta con rabia.
Ella la tomó, anonadada, comprendiendo que todo era cierto, se estaba yendo de la vida de su marido para siempre con acta en mano.
Se acercó a él todo lo cerca que pudo, dejó la carpeta sobre la mesa e intentó rodear el cuello de Peter, pero él no lo permitió, sujetando sus muñecas con fuerza.
—¿Qué haces? —gruñó él la pregunta, sin soltarla, mirándola a la cara.
—Peter, por favor, reacciona, soy el amor de tu vida. ¿Ya no me amas? —Ella logró liberarse del agarre y toqueteó el varonil y hermoso rostro de su marido, buscando en él ese amor que tanto se profesaron.
—¡Aléjate! —La empujó hacia atrás como si quemara.
La respiración de Pilar se aceleró, su llanto se renovó. Con esa revolucionada tristeza dentro de sí, como el motor de la injusticia que la vida misma le otorgó para que sufriera, caminó hacia la mesa del comedor, alcanzó la estilográfica, cliqueó para hacer aparecer la punta, apoyó el folio abierto, buscó las zonas indicadas en los documentos y firmó, firmó en cada lugar que el abogado subrayó, firmó casi posesa, concentrada, apretando sus labios, firmó cada hoja sin ver ni leer nada. Luego, lanzó el bolígrafo con impotencia hacia cualquier lugar, tomó la carpeta y se la arrojó al pecho.
—¡Ahí tienes! He firmado el divorcio como tanto lo quisiste. Aún no puedo… —Tuvo que apoyarse en la mesa para no caer— no puedo creer que no me ames.
—Pilar, celebra que te liberaste de mí, así podrás irte hacia los brazos de ese imbécil.
—Estás totalmente equivocado…
—No deseo escucharte más, Pilar, ¡cállate!
Ella no soportaba tanto dolor. Se giró con rabia, agarró las fotos y arrugándolas, las fue rompiendo y lanzando los pedazos al aire, hacia la cara enfurecida de su exesposo, hacia cualquier parte. Las lágrimas caían sin poder evitarlas.
—¡Ya deja de comportarte como una loca! —gritó él, batiendo los pedazos de papel fotográfico que caían en su cara.
—Peter, ¡por favor!
Él la tomó nuevamente del brazo con intensión de sacarla de una buena vez.
—Eres una mentirosa, ya no te quiero un minuto más aquí.
Ella logró zafarse y de nuevo se acercó a él para mirar esos masculinos ojos que parecían estar hechos de fuego.
—¿No me darás la oportunidad? ¿Desecharás todo nuestro amor por una fotos?
—Pilar… —gruñó entre dientes.
—Entonces… celebra todo esto también, celebra que me perdiste. —El ahogo y la tristeza casi no dejan que continúe con sus palabras—. Y yo algún día, no sé cuándo, celebraré que al darte cuenta del error que cometes conmigo, no podrás recuperarme aunque lo quieras.
—Deja de decir estupideces, Pilar, y vete ya —gruñó cada palabra.
Se apuñalaron con sus miradas.
—Peter, yo... —Tocó apenitas su vientre, bajando la cabeza y volviéndolo a mirar, arrepintiéndose de inmediato. Ya vería ella cómo rayos hacerle saber que tendrían un hijo o una hija.
Él notó el movimiento y tragó grueso, pensando que ella era capaz de utilizar lo que fuese, cualquier otro recurso o mentira para no irse. Y eso le molestó aún más. La tomó del brazo y la llevó hacia la puerta.
—¡Suéltame, me estás haciendo daño!
La sacó del apartamento, a ella y a la maleta.
—¡Te arrepentirás de lo que me haces, Peter Embert! Pagaré por mis errores, pero utilizaré los tuyos como venganza.
—¡Cállate ya! ¡Y deja de llorar! ¿Qué te enrabieta tanto, Pilar, qué? ¿Perderme, haberlo estropeado o haber perdido el lujo que disfrutaste junto a mí? Si tanto te gusta el dinero, aquí lo tienes. —Metió las manos en uno de los bolsillos de su jean , sacó unos billetes y se los arrojó a la cara—. No creo que eso sea mucho para ti, de seguro Tarsis te dará más.
La boca de Pilar se abrió con asombro, no creía que el amor de su vida la estuviese catalogando como lo más bajo y peor que se le ocurrió. Cayó al suelo, más rápido que el descenso de los propios billetes, pero más lento que sus lágrimas, las que ya derramaba sin cesar.
Peter cerró la puerta encerrándose dentro y respirando con mucha dificultad, como un toro, lanzó un fuerte golpe a la madera que casi parte sus nudillos.
Pilar sintió una punzada en su vientre que la paralizó, aún estando en el suelo luego de que Peter cerrara la puerta. Era la primera vez que estaba embarazada, pero era enfermera y comprendía que esos dolores no eran normales, así que se preocupó. Miró la madera blanca de la entrada al apartamento
La camilla, trasladada por un personal médico, atravesaba las puertas de emergencia de la clínica a la que fue llevada Pilar. Peter también corría al lado de ellos. No hablaba, no interrumpía lo que decían entre sí los doctores, solo respondía preguntas, como la edad que tenía la paciente o alergia
Peter no estaba en sus cabales, o al menos así se sentía. Acababa de enterarse de la infidelidad de su esposa, quien ya había firmado el divorcio exprés que le pidió a su abogado redactar y añadiendo mas piedras a su corazón y su estómago, perdió a una hija o a un hijo el mismo día que se enteró de
Pilar vio un arma en el suelo junto a unas botas femeninas de escuadrón. Las había visto antes, en los pies de una de las empleadas de su exesposo. Dejando que la puerta se cerrara sola, fue dando lentos pasos siguiendo el rastro de las prendas abandonadas por doquier como trapos viejos: un par de j
Peter abrió sus ojos, se encontraba solo y no fue testigo del despertar de C.H, tampoco del momento en el que ella rodeó la cama y vio los regalos que Pilar le dejó con la cámara fotográfica. Tampoco se percató de su risa al leer lo que su exesposa escribió y mucho menos sintió cuando se fue. De ig
*** —¡Jodido Peter! —gritó Pilar no muy lejos de allí, golpeando el volante con fuerza. Se detuvo en una acera por no poder seguir manejando. Su corazón parecía salirse por su boca, necesitaba calmarse. Cuando lo consiguió, decidió concentrarse en el lugar al que iría, no podía volver al hotel de
Pilar sintió un toque en la puerta que la puso más nerviosa de lo que ya estaba. No se encontraba sola y el hecho de que alguna mucama o cualquiera del personal apareciera de la nada, ponía en peligro tanto la vida de esa persona como la de ella misma. Pilar no podía ver bien el rostro de quien le
Peter gruñó, separándose del cuerpo inerte de quien le recibió con agresiones en esa habitación. Se levantó y sintió un fuerte dolor en un costado. Ya lo había sentido en el pasado, se diagnosticó alguna fisura en las costillas, pero eso no le detuvo para correr hacia ella. —¡Pilar! La mujer cayó