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Era una noche oscura y fría. Traté de ignorar el miedo que sentía y seguí andando, pero cuando llegué a la piscina, me agarraron por los brazos desde atrás. "¡No! ¡Suéltame!", grité, intentando zafarme de las manos pegajosas que me inmovilizaban. "¡Ayúdenme!" Grité tan fuerte como pude, esperanzada de que alguien me escuchara... Entonces lo vi: Enrique corriendo hacia nosotros como si fuera un torbellino. Arremetió contra el hombre que me sujetaba y lo derribó al suelo con facilidad. El otro malechor trató de escapar en vano; Enrique le dio un puñetazo en la cara y lo mandó rodando por el cemento hasta quedar inconsciente junto a su compinche. Yo estaba sin palabras ante la imagen del valiente Enrique defendiéndola ferozmente contra aquellos asaltantes. Nunca antes me había sentido tan protegida e intimidada al mismo tiempo... Y tampoco nunca antes me había sentido tan atraída por él.

—Estas bien? —Enrique se veía agitado y no es para menos, todvía no podía procesar lo que acababa de
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