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Enrique caminaba hacia su despacho con una mano metida en el bolsillo del pantalón. Asintió con la cabeza a los saludos de los empleados y esbozó algunas sonrisas a intervalos. Al acercarse a la puerta de su despacho, se dio cuenta de que el asiento destinado a su asistente personal, desocupado desde hacía días, parecía estar ocupado. Enrique frunció ligeramente las cejas al vislumbrar de quién se trataba. Debería haberlo sabido. Debería haberlo recordado, pero se entretuvo intentando bloquear sus pensamientos de su mente y olvidó el siguiente problema al que se enfrentaba ese mismo día.

—Buenos días, Señor Miller—. Saludó una señora con una amplia sonrisa al pasar junto a él.

Inmediatamente, Isabella levantó la cabeza de la posición en la que la tenía inclinada, mirando algo bajo su recién adquirido escritorio. Alcanzó a ver a Enrique mientras asentía con la cabeza a la empleada, correspondiendo a la sonrisa que ella le dirigía. Se apartó de la empleada y volvió a su nuevo asistente
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