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Sentada junto a la ventanilla de un autobús en marcha, con la cabeza apoyada en la ventanilla, resopló y se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Una parte de ella se sentía cansada, sentía la necesidad de tirar la toalla, pero por muchas veces que lo pensara, no podía. Cada detalle de la noche en que detuvieron a su madre la atormentaba todo el tiempo. Su madre le había pedido que se rindiera, que la dejara pudrirse en la cárcel, pero Isabella se negaba a concederle ese deseo. Cerró los ojos un momento y fue entonces cuando recordó el incidente exacto de hacía una hora.

Había ido a visitar a su madre a la cárcel, como de costumbre, pero según el alcaide, su madre se negaba a verla. Se negó en redondo a hablar con ella y Isabella tuvo que dar media vuelta sin ni siquiera vislumbrar a su madre. No sabía qué hacer. ¿Estaba a salvo? ¿Se encontraba bien? No tenía respuestas a sus preguntas. ¿Cómo iba a ayudar si la persona en cuestión rechazaba la ayuda? Era una situación difíci
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