19

Enrique se sentó en su asiento de cuero negro y echó la cabeza hacia atrás. Se quedó mirando al techo durante lo que parecieron siglos. Su entorno era demasiado tranquilo. Le recordaba a su casa; aquella de la que se esforzaba por mantenerse bastante alejado.

Enrique suspiró y bajó la cabeza y los ojos. Sus ojos se posaron en la puerta. Enrique se preguntó si Isabella realmente se había ido o tal vez se había quedado para conservar su trabajo. Finalmente, se levantó y se dirigió hacia la puerta.

Al acercarse a su escritorio, pudo verla, pero en lugar de sentarse, tenía la cabeza apoyada en el escritorio. Sus cejas se fruncieron ligeramente. Finalmente, se detuvo junto al escritorio.

Isabella se había quedado dormida con los brazos cruzados sobre el escritorio y la cabeza apoyada en ellos. Enrique resopló con sólo echarle un vistazo.

—No puedo creer que esté durmiendo—. Afirmó, antes de estirar la mano para despertarla. De repente, ella movió ligeramente la cabeza, frunciendo también l
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