Quería decirle que no volviera a hacer algo como eso, que no volviera a asustarla de aquella manera, pero sabía que para Aaron era imposible ver el peligro y no lanzarse de cabeza a él. —Me tranquiliza saber que estarás bien... —murmuró—. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. Salió de allí
Nahia sintió la tensión en la espalda de Aaron, pasó un poco de espuma tibia sobre ella y masajeó suavemente aquellos nudos de dolor. Él suspiró aliviado cuando la tensión muscular empezó a remitir. Nahia metió la mano en el agua tibia perfumada con lavanda y continuó el masaje, sintiendo cómo el ca
—Tú ganas... cinco... te los pago en cuotas. Sus manos bajaron desde sus caderas hasta las nalgas de Nahia y ella se estremeció mientras Aaron la apretaba contra la pared. Deslizó una mano hacia su cuello, acariciando su piel con ternura y pasándole los dedos por el cabello. Sus besos iban dejando
Nahia sentía que salía de la realidad mientras Aaron la besaba con pasión, sus manos recorrían su cuerpo con una mezcla de ternura y fuerza que la hacia desfallecer. Una era suave y delicada, la otra era fría y demandante, pero las dos eran suyas. Se movían juntos como si nunca se hubieran separado
—Lo sé... lo sé, pero esperaba... esperaba que al menos tuvieras una familia completa, que fueras feliz. —¿Esperabas que fuera feliz con otro? —lo increpó ella. —Creí que no podrías ser feliz conmigo —confesó él. —Eres un imbécil —rezongó Nahia. —Eso ya ha quedado demostrado en innumerables ocas
Nahia respiró profundo frente a la puerta de la casa de Aaron. Tocó un par de veces y él le abrió con una sonrisa que habría derretido los polos. —Señora supervisora, por favor pase —le dijo echándose a un lado y Nahia se fijó en que llevaba aquel arnés bien apretado. —¿Por cuánto tiempo te lo man
—Ya estoy a gusto —murmuró el niño y Aaron lo abrazó y le dio un beso en la cabeza antes de revolverle el cabello y volverse hacia Nahia. —Gracias por ayudarme —dijo. —Es un placer —respondió Nahia. Los dos se quedaron en silencio un momento, apreciando lo que habían logrado juntos. —Bien, ya so
—¿Le vas a hacer una silla que suba y baje escalones? —lo increpó Victoria con curiosidad. —No necesito hacerla, ya está hecha. Unos estudiantes de ingeniería en Zurich fabricaron una, se llama Scewo —explicó Caleb sacando la tableta y mostrándoles un video—. Han estado buscando financiamiento pero