—No puedo creerlo…—Angelina está petrificada en su sitio. Pero aún así toma la carpeta para observar las líneas. Sus ojos, sin esperarlo, se iluminan—, por Dios…Y gira el rostro para verlo.Gianca ya se encuentra mirándola desde antes, y todo lo que recibe de él es calidez y delicadeza. Sólo suavidad. Se le escapa una sonrisa aún cuando lo mira.—¿Y tuviste que amenazar a todos esos hombres…?—Quería encontrarte —Giancarlo no desvía su mirada—, y si alguien te ayudaba saldrías cuánto antes del país, y eso significaba no encontrarte nunca. No lo iba a permitir. No existen palabras para describir lo que ahora siente. Y en cómo observa lo que éste hombre le está diciendo sólo porque “quería encontrarla.” Las dudas por un pequeño instante se esfuman. Lo que quiso creer como la realidad está desmoronándose. ¿Cómo es posible sentirse así…? El amor ciega ahora, y la hechiza un momento diciéndole que olvide todo y se de cuenta que él está aquí con ella, demostrando con acciones las palabra
El dolor se intensifica cada vez más. Llega un punto donde no puede ver, no puede pensar y tampoco puede soltar de su boca otra cosa que no sea gemidos dolorosos. Lo primordial ahora es llevarla al hospital pero el dolor de Angelina y sus contracciones lo están volviendo difíciles, lo que aumenta la ansiedad de éste momento. —¡No aguantará a llegar al hospital! ¡Queda muy lejos! —Ava intenta mantener el control de esto pero el primer grito de Angelina diciendo que le duele demasiado la ponen en riesgo—, está bien, señora. ¡Aquí estamos! El dolor incluso la hace pensar que se desmayará, pero lo que obtiene como respuesta es un desgarre tan fuerte que no puede sostenerse ni tampoco caminar. Lo menos que espera en estos momentos cuando las voces de las mujeres es sentir unos brazos rodeándola de forma repentina, cargándola como la pluma de un ala sin tanto esfuerzo. Pese a que está cegada por el dolor, comenzando a sudar, observa a duras penas a quién la sostiene y a quién la lleva.
El dolor se había disipado. Y el doctor había dicho luego:—Es hora de que mamá descanse y tenga que chequear al pequeño. Por lo que, luego de tener todo el cuerpo molido de pies a cabeza tuvo que darlo al doctor con tristeza, pero sólo por unos momentos. Ava se encargó de ayudarla a cambiar todo del cuarto, y Giancarlo prometió que volvería con el niño luego de que descansara y recibiría las atenciones adecuadas. Es cierto que estaba cansada, pero quería a su hijo de vuelta. Abrazarlo, besarlo, sentirlo, lo quería cuánto antes. Toda la mansión se enteró que la señora Mancini había dado luz a un hermoso niño, e incluso Aurora, a la espera también de saber lo que sucedía, conoció a su pequeño hermano cuando fue su padre quien se lo presentó luego de que el doctor confirmara que el niño estaba sano y no tenía complicaciones, sólo debía ser alimentado. Angelina cree que ha pasado más de dos días durmiendo pero sólo fue una hora. Quedó demasiado débil como para levantarse, y como no,
La toma por sorpresa. Ésta actitud de Giancarlo dice algo entrelíneas que solo se sabrá una vez se lo diga. La calma de su bebé apacigua cualquier pensamiento estresante pero es difícil mantener una expresión neutra luego de esto. —¿De qué se trata? ¿Qué es lo que sabes? Giancarlo se ha mostrado frívolo e indiferente en muchas ocasiones. A cualquiera mira con desdén y apatía si algo no se lleva a cabo como lo pidió. Pero cuando mira a su esposa todo es distinto. Todo cambia y esa manera de verla se transforma al más grande afecto que pueda existir en ésta tierra. Han aprendido que con la mirada también pueden hablarse. Giancarlo, mientras su esposa tiene su total atención, y suspira su aliento cálido, no pasa otro segundo sin hablar. —Damiana De Santis exporta droga desde los tiempos que Stefano vivía, tu abuelo. Angelina cierra los ojos al oírlo. Decide girar el rostro hacia un lado. —Te contaré algo, nena. Tú Familia ha intentado venderte una historia que nunca sucedi
Contempla a su bebé con amor. Una ternura inexplicable nació desde el momento en que lo tuvo entre sus brazos. Éste sentimiento no tiene nombre, es algo que la envuelve por completo, haciéndola la mujer más feliz del mundo. Su bebé se había quedado dormido un par de horas, pero en estos momentos ya está despierto, observando el alrededor con esos hermosos ojos. Su pequeña mano toma su dedo, y Angelina acaricia su mejilla y sus pequeños pies. ¿Cómo puede ser tan hermoso? Tiene mejillas gordas, igual a un muñeco. Su precioso muñeco. Heredó su cabello negro y lo más probable es que él y Aurora compartan ese mismo parecido con su padre.Su bebé hace esos pequeños sonidos que se han vuelto su melodía favorita. Durmió un poco pero al momento en que oyó a su bebé se levantó, y no había pasado una hora. Se levanta de la cama con el niño entre sus brazos, sin dejar de admirarlo.—Mi hermoso bebé, cómo te amo. Te has vuelto al instante mi razón de vida…—se lleva su puñito hacia sus labios—, m
—Gracias por contarmelo, Aurora —Angelina se mantiene calmada. En el fondo sabe perfectamente que la situación de Damiana es algo que la sigue a dónde quiera que vaya—, conozco muy bien la clase de mujer que es Damiana.Aurora se limpia sus lágrimas.—¿No estás…molesta…?Angelina busca su mano, y con un ligero apretón le expresa, con calma.—Yo no soy quién para juzgarte o para no perdonarte, Aurora…—Angelina le comparte una de sus miradas más sinceras—, siempre te dejé en claro que quería ser cercana a ti, buscaba la forma, aún cuando me odiabas. Eres hija de mi esposo, y como nada quiero que sean cercanos. Pero también deseaba eso conmigo. Supe que…a lo mejor creías que iba a ser un reemplazo de tu madre. Pero no es así. Lo que quería era que me vieras como una amiga, como alguien con quien te sintieras segura de opinar algo, o salir de compras. Una amiga —se toma un momento—, no pedía nada más. Y que me digas esto me demuestras que no eres una joven egoísta como la gente debe creer
Su terror la deja sin decir ni una palabra. La serenidad de Damiana es tétrica y absorbe la tranquilidad que había obtenido todos estos meses, y más con el nacimiento de su bebé. Mantener la calma ahora se le va de la mano y busca por todas partes mantenerse serena. Arropa más a su bebé con las mantas y le oculta su rostro de ella. —Te advierto una cosa —Angelina muestra su dedo. Lentamente su gesto está lejos de la sensatez. Existe sólo discordia—, aléjate lo más que puedas de mí y de mi hijo.—Oh —Damiana pronuncia como si estuviera dolida—, no sabes lo triste que me pone escucharte decir eso, Angelina —Damiana acaricia la cuerda de su cartera, sin dejar de verla—, de todos mis nietos tú eres mi favorita, a quien yo más quiero. ¿Y me tratas de ésta forma?—Quítate de mi camino —Angelina se olvida del dolor de su vientre y de la pesadez que estaba siendo uno dentro de su cabeza. Al dar un paso al frente, Damiana se interpone y se detiene—, quítate de mi camino.—Eres una niña muy ma
Una vez Angelina volvió a ver a su madre ésta simplemente le dijo que habló con Damiana, exigiendole que la dejara en paz y que olvidara cualquier trato que Angelina había hecho con ella, pero lo único que Damiana respondió fue que:“Ese hijo es sangre de mi sangre y como todos los De Santis, soy la única que debe criarlo.” La impotencia que había sentido Angelina no se comparó con nada que ya hubiera sentido. Se volvió estricta con quien tocaba a su hijo o entraba a la alcoba, observando cada movimiento para ver cualquier sospecha. No era vida. Vivir así no era vida. Giancarlo había aumentado la seguridad y había despedido a los escoltas que la habían acompañado a la clínica. Se sabía ya que Damiana estaba vetada totalmente de aquella mansión y que no se la dejaría acercar un centímetro a su esposa. Los días pasaron en vela, siempre al pendiente de su bebé. También se estaba recuperando de la herida del parto, y comenzaba la rutina de oír a Annalisa por el teléfono dándole un resu