CAPÍTULO 48

Caminando con elegancia, sin pestañear siquiera, pero burlándose del hombre en el suelo, que volvía a sujetarse el brazo izquierdo con la mano derecha y la respiración inestable, Camilla le siguió. El señor Milán hacía todo lo posible por arrastrarse por el suelo y alejarse de su nieta.

—¡Déjame... déjame... ir... déjame... ir...! Tú... ¡tú deberías haber muerto!—. El hombre repetía una y otra vez.

No había nada en el mundo que hiciera sufrir a Camila. Ni siquiera los comentarios de su abuelo. Aquella época había quedado atrás. Venir de lo más bajo no siempre era algo malo.

—¡Vete... vete... vete al infierno! ¡Lárgate... de aquí!— Dijo el Sr. Milán, arrastrándose lejos de ella.

Camila, con pasos sabios, cogió la aguja que llevaba en el bolso junto con la botellita de cristal que antes le había dado Bastián.

—¡¿Q-qué... qué estás... haciendo, maldita zorra?!

Camila sonrió. —Recuerdo cuántas veces me confesaste echar de menos a tu hijo, mi padre, claro. ¿No crees que un pequeño encu
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