X.

AMALIA.

Veo por la ventana mientras el rey conduce hacia su casa.

—Si quieres puedes poner música —me dice el rey rompiendo el silencio.

—No, gracias —le digo—. Así estoy bien.

—Ah, ok.

Nos volvemos a quedar en silencio.

—Por cierto, —me habla y lo volteo a ver— no te lo he dicho, pero te ves muy bien.

—Gracias.

—¿Cómo estuvo tu semana?

—Bien, ¿y la tuya? —le pregunto.

—Bien, aunque siendo sincero, mis días, semanas, meses y años acaban de mejorar mucho ahora que te conocí —lo miro sorprendida—. Por cierto, ¿tienes un diccionario? —lo miro confundida—. Porque desde que te vi me quede sin palabras.

Lo miro sorprendida y volteo para ver por la ventana antes de que el rey pueda ver como me sonroje.

Siento como me pongo cada vez más roja y me tapo el rostro con las manos mientras escucho como el rey suelta una pequeña risa.

Ninguno de los dos vuelve a hablar, hasta que el rey se estaciona delante del castillo y me dice que no me baje hasta que él me abra la puerta.

Lo obedezco y bajo del
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