La llegada del Libro de los Nombres Muertos, mejor conocido como el Necronomicón, a Costa Rica fue un evento que generó bastante preocupación entre las élites religiosas y esotéricas del país que fueron las únicas que se enteraron ampliamente.
Sucedió en 1985 cuando la Universidad de Costa Rica recibió un ejemplar traducido al español del Necronomicón que le donó la Universidad de Mizkatonic, una renombrada universidad de la ciudad de Arkham, en Nueva Inglaterra, Estados Unidos. En realidad no fue una donación sino un intercambio cuando se le entregó a la Universidad de Mizkatonic una copia de antiguos pergaminos indígenas encontrados en Talamanca. De hecho, similares intercambios se dieron con la Universidad Nacional Mexicana y la Universidad Católica de Chile, que tienen sus respectivos ejemplares del Necronomicón en español.
 
Cuando era un niño, mis padres y yo nos mudamos a la vieja casona que solía pertenecer a mi abuela, y que fue heredada por mi padre tras la muerte de ésta.El enorme caserón databa de principios de siglo. Aunque con algunas reparaciones, modificaciones y accesos nuevos agregados a lo largo de las décadas. Era de un estilo clásico, de dos pisos, con altos techos y paredes de madera carcomida y muy vieja, como la mayor parte de sus pisos, salvo una sección adoquinada en adobe en la cocina. Bastos pasillos se extendían siniestramente, franqueados por puertas misteriosas, cual sendero macabro. Con el paso de los años la casa se había convertido en un espantoso vergel de locura arquitectónica. Una pesadilla de ángulos y percepciones geométricas imposibles. Sobre las asediadas tablas corroídas por las inclemencias de los insectos y los elementos, se dibujaban monstruosas figuras;
Contemplé mi desfigurado rostro en el espejo. Frente a mí se observaba una monstruosidad deforme y repulsiva, de largos y podridos dientes amarillentos, salientes y babosos. Una boca grotescamente hinchada y unos ojos carentes de humanidad. La antítesis misma de la belleza.La imagen que mostraba el espejo era tan horrible y repugnante que me provocó náuseas y pavor. Amargas lágrimas brotaron de mis ojos de animal, y fluyeron caóticamente entre las mejillas callosas y abultadas, repletas de tumores infectados. Sentí la desesperación más recóndita y maldije con todas mis fuerzas el día que nací. Maldije al Universo y a cualquier deidad responsable de su existencia. Pero la que estaba eternamente maldita; condenada a este infierno interminable, era yo.La muerte era la mejor solución a mi dilema. La anhelada muerte. Pero aún la misma Parca parec&iacu
Mientras ambos hermanos languidecían mortalmente, encerrados en horripilantes jaulas de hierro que colgaban sórdidamente del techo del lúgubre calabozo, no podían sino maldecir la hora y el día en que se internaron en el llamado Bosque Encantado, que no era otra cosa que un horrendo vergel de locura y maldición. Un lugar temido y repudiado por los pobladores aledaños que lo consideraban origen y habitáculo de toda clase de monstruosidades malévolas y la antesala del infierno.Al tiempo que se encontraban encerrados en su tórrida prisión, pudieron contemplar una escena grotesca y nauseabunda que les heló la sangre. La horrorosa mujer que los había capturado y secuestrado; una robusta gorda de dientes amarillos y retorcidos, piel macilenta y largos cabellos greñudos y grasosos, se alimentaba gustosa de un festín de carne humana. Con fervor mordisqueaba los pedazos de t
Un bosque lóbrego y retorcido, habitáculo de las brumosas tinieblas y vergel cacofónico de innumerables ruidos misteriosos, crípticos, enigmáticos, se extendía caóticamente enmarcando una vieja villa o poblado.De entre las entrañas cálidas de una de las viejas casas, justo cuando languidecía la tarde, emergió la figura esplendorosa de Anita. Linda niña adolescente, de piel tersa y suave, muy blanca. Largos cabellos pelirrojos y rizados que se agolpaban en su frente, y un cuerpo de figura insipiente, en pleno desarrollo característico de cualquier joven doncella de esa lúbrica y febril edad.Vestía un largo vestido y una blusa ajustada y anudada en el frente típica de la remota época, pero de su atuendo destacaba principalmente la capucha y la capa de color rojo intenso que cubra casi todo su cuerpo, y se arrastraba por el suelo musgo
Éste relato es para aquellos que, al igual que yo, solamente poseen recuerdos amargos y dolorosos de su infancia. De aquellas desoladas almas cuya vida infantil estuvo plagada de sufrimiento y llanto, y que no fue otra cosa que una prolongada pesadilla.La maldición que se cernió sobre mí dio inicio con la muerte de mi madre dando a luz a su única hija. Mi padre era un sujeto adinerado, pero de corazón muy bondadoso, y los pocos recuerdos amables de mi niñez son producto del cariño que siempre me dispensó. Lamentablemente, mi padre fue seducido por una voluptuosa cortesana de alta sociedad, quien lo manipuló desde el principio, y lo asesinó colocando algo de veneno en su alimento para heredar así su fortuna, justo cuando cumplí los seis años de edad.Es desde ese momento que comienza mi suplicio. Mi madrastra entregó todos mis vestidos, juguetes y
Una noche de verano, el Barco Real donde viajaba el Príncipe Felipe III, acababa de sobrevivir una tremenda tormenta la noche anterior, y mostraba severos daños en su estructura. Pero ahora, las aguas eran calmas y la situación se había normalizado.Los supersticiosos marineros, unos diez hombres toscos, viejos y curtidos por el mar, se dedicaban a arduas faenas, entre las cuales estaba el pescar con red.En ésta inusual noche, pescaron algo milagroso, mágico y maravilloso. Se aproximaron por el enorme peso al subir la red. Y es que, entre los hilos de éste aditamento, se encontraba un cuerpo humano femenino.—Debe ser una pobre joven ahogada —adujo uno de los rudos marinos. Era una deducción lógica pues estaban a muchos kilómetros de tierra. Así que llevaron la red hasta la cubierta, y derramaron su contenido. Entre peces convulsivos y algas marinas
—¡Es perfecto! —se dijo a sí mismo Gepeto cuando hubo terminado su marioneta, si bien su senilidad lo engañaba pues su creación distaba mucho de la perfección. Era una pobre parodia grotesca de ser humano tallado en madera astillosa y curtida sin lijar ni barnizar. Su rostro estaba pintado con dos círculos rojos en las mejillas, la boca y los ojos, y sólo la tosca nariz consistente en un afilado espolón clavado en el centro del rostro, resaltaba en relieve. Los brazos y las piernas eran simples maderos con clavos en las articulaciones, y los dedos de las manos eran rechonchos cilindros pintados de blanco. Debido a la avanzada edad de Gepeto, y sus problemas de visión, no notó el pésimo trabajo realizado en el muñeco, que lucía como un ser retorcido y mal formado. Cuando le colocó el pantalón verde de tirantes y el sombrero de tela, acrecentó el aspecto rid
—¿Aceptarás casarte conmigo, algún día? —le preguntó el joven y apuesto cazador, pero su pretendida nuevamente declinó con la cabeza, con aquella cabeza repleta de rizos rubios— ¿Por qué no, Ricitos?—Aún estoy muy joven y no quiero comprometerme —dijo caminando por entre las callejuelas de la pedregosa ciudad— si sigues molestándome me internaré en el Bosque Encantado.Una anciana que pasó cerca y escuchó la amenaza de la muchacha se santiguó de inmediato. El Bosque Encantado era el habitáculo del Diablo, una espantosa plétora de monstruos y pesadillas infernales.—No te atreverás, Ricitos de Oro —le retó el joven pretendiente e intentó a atrapar a la muchacha de la que estaba profundamente enamorado, esa joven, adolescente aún, de cabello rubio rizado,