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ERES UN MONSTRUO. La tensión en el estudio era es palpable y las emociones estaban a flor de piel. Elara, con su pecho subiendo y bajando por la respiración agitada, encaro a Nathaniel, mientras sus ojos brillan con lágrimas de furia y desilusión. ― ¿Cómo pudiste? ―pregunto con voz temblorosa ― ¿Cómo te atreviste a jugar así con mi cuerpo, con mi vida, Nathaniel? ―Era necesario. ―dijo con una calma que irrito a Elara a sobremanera ― Tú… nosotros teníamos un pacto. Te comprometiste a ser la madre de mi hijo. ― ¡Un pacto que yo no quería! ¡Me empujaste a eso! ¡Manipular mi anticonceptivo…! ¿Crees que eso es amor? Es un control enfermizo, ¡es obsesión! Nathaniel frunce el ceño y su voz se endureció al escuchar a Elara dudar de sus sentimientos. ―Hice lo que debía hacer. Lo que era correcto para nosotros, para nuestro futuro. ― ¡No hay ‘nosotros’ cuando una parte no tiene voz! ¡Controlar no es amar, Nathaniel! ¡Decidir por mí no es protegerme! Él dio un paso adelante y la miro desa
HUMILLANTE DERROTA. El vestido que Elara había elegido era negro, con un escote pronunciado, sexy y ajustado. El vestido era ajustado en la parte superior, el corpiño llegaba a la cintura y la falda era amplia y vaporosa. Un estilista le había arreglado el pelo para que estuviera sedoso y ondulado, cayendo en cascada sobre un hombro. En las orejas brillaban diamantes y el maquillaje era sobrio. El efecto general era de ensueño, una princesa de cuento muy sexy. ―El Sr. Cross podría tener un ataque al corazón. ―el estilista bromeó. ―No puede morir sin pagar sus pecados. ―Elara respondió tratando de controlar los nervios. El hecho era que su molestia había mermado un poco y pensaba hablar con Nathaniel después de la fiesta, pero primero necesitaba que todo saliera bien. Esta era su prueba de fuego. El estilista miró el reloj. ― ¡Será mejor que nos vayamos! Al Sr. Cross no le gusta… ―Esperar. ―Elara sonrió―. Lo sé, lo sé. ―Entonces vamos a bajar. ―el hombre movió las cejas―. No que
HUMILLANTE DERROTA (II) Nathaniel no pudo evitar soltar una risita al ver la destreza con la que Elara había manejado la situación, disfrutando visiblemente del momento incómodo de Victoria. En ese instante, la tensión fue interrumpida por la llegada de un invitado distinguido, el senador Piters, un amigo cercano de la familia. Regina se adelantó a saludar al recién llegado. ―Senador Piters, qué placer verlo. Permítame presentarle a la esposa de mi hijo, Elara Cross. El senador sonrió y tomó la mano de Elara con respeto. ―Es usted muy hermosa, señora Cross. Nathaniel, eres un hombre afortunado. Nathaniel respondió con una sonrisa de orgullo y un asentimiento silencioso. ― ¿Ha terminado su campaña, senador? Tengo entendido que planea promover nuevas leyes contra el abuso infantil. ―Sí, de hecho. Mi esposa quiere organizar una cena benéfica para recaudar fondos para albergues. Sería un honor contar con su participación, señora Cross. Justo en ese momento, Victoria, sintiéndose de
ADVERTENCIA CLARAVictoria estaba a punto de marcar un número en su teléfono cuando sintió un tirón agudo en su cabello.― ¡Ah! ―exclamó, sorprendida y con dolor.Elara, con una mirada feroz, no dijo una palabra. Solo la agarró firmemente del brazo y la arrastró hacia un rincón apartado, lejos de los ojos curiosos de la alta sociedad que se entretenían en el salón principal.Finalmente, cuando estuvieron solas y frente a frente, presionó su brazo contra el cuello de Victoria, cortando su respiración.―Escúchame bien, y hazlo atentamente, ―gruñó Elara, sus ojos ardían con una ira incontrolable. ―A mí puedes hacerme lo que te dé la gana, porque sé defenderme. Pero a mi hermana no, ¿entiendes? ¡No vuelvas a acercarte a Rose!Victoria, con los ojos desorbitados por el pánico, clavó sus uñas en el brazo de Elara intentando liberarse. Pero Elara no flaqueó; su determinación era tan sólida como el acero.―No…no… no sé de qué hablas, ―balbuceó Victoria, luchando por cada bocanada de aire.―No
PRIMERA ECOGRAFÍA.Elara estaba sentada en la sala de espera del hospital, su mirada se deslizaba una y otra vez sobre las curvas suaves de las barrigas de las futuras madres que la rodeaban. Un torbellino de emociones giraba en su interior, y una pregunta se abría paso entre ellas: ¿Cómo era posible amar tan profundamente a alguien a quien aún no conocías?Porque desde que supo que una pequeña vida se formaba dentro de ella, una conexión profunda e indescriptible había nacido.Sara finalmente apareció, apresurándose a través de las puertas automáticas con una expresión de disculpa.― ¡Menos mal que llegas, ya casi es mi turno! ―exclamó Elara.―Lo siento, lo siento. ―se apresuró a decir Sara ―ya sabes cómo es el tráfico.Fue entonces cuando una enfermera asomó por la puerta del consultorio y llamó.― ¿Elara Cross?―Sí, soy yo. ―respondió, Elara levantándose con una mezcla de nerviosismo y expectación. ―Pase, por favor.Las dos amigas entraron al consultorio, sus corazones latiendo al
UN FISCAL FUERA DE LA LEY.Elara entró al piso ejecutivo con paso decidido, pero su semblante cambió al ser recibida por la sonrisa cálida de Margarita.―¡Señora, no esperaba verla por aquí! ―exclamó la secretaria.Elara le devolvió el gesto con un abrazo y se rio―No tienes que llamarme, señora, soy Elara.―No, no debo, usted… ―comenzó a objetar Margarita, pero Elara la interrumpió con gentileza.―Sigo siendo Elara, Margarita, no seas tan formal conmigo.La mujer tomó sus manos y su mirada reflejaba genuina alegría.―Estoy muy feliz de que Nathaniel y tú estén casados, y más que él te dé el lugar que corresponde. Juntos son la pareja perfecta.―¿Lo crees? ―preguntó Elara, una mezcla de duda y esperanza en su voz.―Estoy segura, mi niña. ―afirmó Margarita con convicción. ―Él jamás se había visto tan feliz, bueno, hoy estuvo un poco molesto. Si estás esperando verlo, te informo que no está. ―continuó Margarita con un cambio en el tono de su voz. ―Surgió un problema en las plantas.Esto
EL PRINCIPIO DE LA CAÍDA. Cuando Nathaniel llegó a la empresa, encontró a Elara conversando alegremente con Margarita. Su expresión cambió al instante al verla. ―¿Por qué no me llamaste? ―preguntó, inclinándose para darle un beso. ―No quería molestarte, escuché que las cosas no están bien por aquí. ―respondió Elara suavemente. Él suspiró y le acarició la mejilla con ternura. ―No te preocupes, voy a resolverlo. Margarita, que los había estado observando con una sonrisa, se apresuró a retirarse con una excusa. ―Yo tengo que buscar unas copias. Elara, me encantó verte. ―dijo antes de salir. Una vez solos, Nathaniel y Elara entraron a la oficina y, tan pronto como la puerta se cerró, el CEO ya tenía sus manos sobre su esposa. Elara soltó una risita y rodeó su cuello con sus brazos. ―¿Aún estás molesta conmigo? ―preguntó, acariciándole el vientre. Elara lo miró fijamente a los ojos y le resultó imposible mantenerse enojada. ―No, ya no estoy enojada. Pero sigo pensando que no debi
LA REBELDE MARIAM. Zayd se encontraba en la penumbra de su despacho, estaba listo para el merecido descanso en la tranquilidad de su departamento, cuando su teléfono móvil irrumpió en vibraciones insistentes sobre el escritorio de caoba. Con un suspiro resignado, Zayd contestó la llamada sin apartar la vista de la pantalla del ordenador. —¿Qué pasa, Fahid? —preguntó con un tono que no disimulaba su deseo de brevedad. —Esto no le va a gustar, señor —la voz de Fahid, su mano derecha en asuntos delicados sonaba entrecortada y tensa. La ceja de Zayd se alzó, un gesto que presagiaba la tormenta que se avecinaba. Su voz se endureció mientras ordenaba. —Di lo que tengas que decir. No des tantos rodeos. Hubo una pausa, y Zayd pudo imaginar a Fahid al otro lado de la línea, tragando saliva, buscando la forma de transmitir la noticia. —Es... es la señorita Mariam, ella... ―¿Mariam? ¿Dijiste Mariam? ¿Qué demonios está haciendo ella en este país? —la voz de Zayd subió de tono, una mezcla