Que envidia Elara, jajajajaja.
SABOTAJE—¿Qué pasa, Victoria? —Nathaniel se giró levemente, asegurándose de que Elara no estuviera cerca.Del otro lado de la línea, Victoria tenía el rostro distorsionado por la rabia y el dolor. Había visto a Elara y a él salir juntos de la empresa y los había seguido hasta su departamento. Victoria ardía en deseos de subir y confrontarlos, pero se contuvo; el castigo para Elara debería ser más cruel que unas simples cachetadas. Ella se encargaría de herirla donde más le doliera.Cambiando su expresión a una de angustia, Victoria adoptó un tono lastimero.—Nat, ¿puedes venir? Yo… te necesito…—Victoria, ¿tienes idea de qué hora es? ¿No puede ser mañana? —preguntó Nathaniel con un tono de molestia apenas disimulado.Ella apretó el teléfono con más fuerza, como si quisiera transmitirle la urgencia de su necesidad a través del aparato.—No, te necesito ahora. Es que… Oh Dios, Nat, los recuerdos del accidente… yo… no voy a poder tener hijos y quizás tú… Por favor, ven.Nathaniel rodó l
AMANTE.Cuando la puerta se cerró tras Nathaniel y Elara, Megan salió de su escondite, una sonrisa torcida se formó en sus labios y murmuró "zorra", antes de marcar un número rápidamente.—¿Señorita Sutherland?—Sí, soy yo —respondió una voz al otro lado de la línea. —Le tengo información —continuó Megan, su voz era un susurro cargado de triunfo y malicia. Su mirada se deslizó una vez más hacia la puerta cerrada de la oficina de Nathaniel, antes de comenzar a hablar.***—Nat... no puedes hacer esto, estamos en la oficina —Elara trató de persuadirlo, su voz temblaba ligeramente, intentando mantener una compostura que claramente empezaba a resquebrajarse. Pero él estaba decidido a obtener su respuesta. Se inclinó hacia ella, bajando la cabeza hasta que sus alientos se mezclaron, sus ojos ardían con una intensidad que no podía disimular.—Si me dices lo que quiero, entonces te dejaré tranquila —dijo, su voz un susurro que llevaba un borde de urgencia.Elara se descontrolo ante su cercaní
INFORMES PERDIDOS. Elara, con paso apresurado y la respiración ligeramente agitada, cruzó el umbral de la empresa. Había llegado tarde, un hecho inusual para ella, especialmente en un día tan crucial. La noche anterior, había estado trabajando hasta tarde con Nathaniel en el nuevo proyecto. ―Buenos días ―saludo a los dos guardias de seguridad. No hubo respuesta, solo miradas. Algunas de los hombres eran intensas, demasiado directas, cargadas de una codicia que no podía descifrar. Las mujeres, por otro lado, susurraban entre sí, soltando risitas que perforaban el aire con una frialdad desconocida. Elara sintió un nudo en el estómago, pero su determinación era más fuerte que su confusión. «¿Qué pasa? Ay Elara no te distraigas y mejor sube rápido, aún tienes mucho que hacer» pensó, decidida a no dejar que el ambiente la afectara, caminó hacia el ascensor con la cabeza en alto, aunque su mente bullía con preguntas. Pero incluso Margarita, quien siempre tenía una palabra amable o un ge
TRAMPA A LA VISTA. Elara se apresuró a seguirlo a través del pasillo. ―Nathaniel, ―dijo determinada ―puedo hacer esta presentación. Él se giró lentamente, tratando mantenerse bajo control. La presentación de ese día era importante, la empresa necesitaba dinero. ― ¿Cómo, Elara? Los informes… ―respondió con frustración. ―Solo necesito que confíes en mí, ―insistió Elara, acercándose a él. ―Mantén a los inversionistas entretenidos por unos minutos. ¿Puedes hacerlo? Nathaniel la observó, su mirada evaluando las posibilidades, finalmente, asintió. ―Está bien, ―dijo con voz ronca. ―Confío en ti. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la sala de juntas. Tan pronto Nathaniel desapareció, Elara se giró hacia Margarita. ―Necesito tu ayuda. Margarita la miró con una mezcla de miedo y esperanza. ― ¿Cómo vas a hacer para tener los informes a tiempo? Elara le ofreció una sonrisa, no una de confianza, sino una de desafío. ―Todavía tengo mis notas y algunos esquemas, ―reveló, sacando un puñad
SUMIDA EN LA VERGÜENZA. Nathaniel cruzó sus brazos mientras tenía una ceja levantada en expectativa. Los inversionistas se inclinaron hacia delante, su interés mezclado con un escepticismo creciente. Megan tragó saliva, abrió la boca para hablar, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Megan de pie frente a la sala de juntas, con los ojos de todos los presentes fijos en ella. Abrió su portátil y lo encendió, pero su pantalla no mostraba más que el reflejo de su rostro pálido. Con un clic nervioso, intentó abrir algún documento que pudiera salvarla, pero la información que había allí era totalmente desconocida para ella. ―Como saben, ―dijo con una voz que intentaba proyectar confianza, ―nuestro proyecto es innovador y… um… transformará el mercado tal como lo conocemos. Hizo una pausa, esperando que las palabras genéricas llenaran el vacío de su conocimiento. Darius, se inclinó hacia delante. ― ¿Podría ser más específica, señorita? ¿Cuáles son las proyecciones de mer
POR LA PUERTA TRASERA. Nathaniel salió de la oficina furioso, cada paso resonaba con su enojo. Detrás de él, Elara corría, intentando alcanzarlo. ―Nathaniel, espera ―pidió Elara mientras su voz temblaba ligeramente. Él se detuvo y, sin voltearse, le ordenó con firmeza. ―Quédate en la oficina y espérame. ― ¿Qué vas a hacer? No es necesario, no puedes… ―Espérame en la oficina y no discutas. ―la interrumpió. Elara se quedó en silencio y luego asintió con la cabeza. Su deseo de seguirlo era fuerte, pero el miedo a su reacción la mantenía en su lugar. Cuando Nathaniel llegó al departamento de informática, la tensión en el aire era casi tangible. Thomas, al verlo, comenzó a temblar levemente. ―Je... jefe? ― ¿Quién? ―fue lo único que Nathaniel pudo decir con su voz cargada de ira. Thomas, pálido y temblando, apenas podía hablar. ―No... entiendo jefe, ¿quién qué? ―El maldito correo, ¿quién lo envió? ―demandó Nathaniel haciendo un esfuerzo para controlarse. ― ¿El correo...? No lo s
CONFRONTACIONES. CLUB OLIMPO. —¿Te vas de viaje con ella? —preguntó Daniel, dándole un sorbo a su whisky. —Sí, por negocios —respondió Nathaniel, sin mirarlo. Daniel alzó una ceja, su escepticismo pintado en una sonrisa sarcástica. —Sí, claro, trabajo. ¿Por qué mejor no admites que quieres irte con ella para estar solo? Además, es París, la ciudad del amor. Por primera vez, Nathaniel no se mostró enojado ante la insinuación de su amigo. En el fondo, sabía que había algo de verdad en sus palabras. No solo era un viaje de negocios; quería llevar a Elara consigo, quería mostrarle París, disfrutar de la ciudad a su lado, vivir un momento especial. Se rio de sí mismo al darse cuenta de cómo habían cambiado sus prioridades, imaginándose, paseando por el canal Saint-Martin con ella. —Necesito que me hagas un favor —dijo, desviando la conversación. —¿Otro? A ver qué desea, el amo —bromeó Daniel, con una sonrisa burlona. Nathaniel soltó una carcajada profunda y sincera. —No es mucho,
AVIÓN PRIVADO. Elara observó el pequeño aeródromo con el ceño fruncido, claramente desconcertada. ―Oye, ¿esto qué es? No parece el aeropuerto de siempre. Nathaniel se inclinó hacia ella y le regaló una de esas sonrisas que siempre le revolvían todo por dentro. ―Vamos a volar en privado esta vez. Elara levanto una ceja. ― ¿Privado? Eso suena... excesivo, ¿no cree? Nathaniel le hizo un guiño y luego le apretó la nariz. ―Es más cómodo y, además, sin ojos curiosos, ¿qué más podemos pedir? Ella lo miró, tratando de leer sus intenciones. Todo esto era nuevo, y aunque la sorpresa la había golpeado primero, la curiosidad empezaba a tomar su lugar. Nathaniel salió del coche y le dio la llave al encargado con una confianza que le decía que ya lo conocía. Y antes de que Elara pudiera siquiera tocar la manija de la puerta, él ya la estaba abriendo por ella. Le extendió la mano, no como un caballero de alta alcurnia, sino como alguien que conocía bien el significado de un gesto sencillo.