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7. MENUDO IMBÉCIL Y BIPOLAR

Tanto Erick cómo yo volteamos, encontrándonos con Sandra quien viene caminando hacia nosotros con una sonrisa, una que se esfumó de su rostro cuando el antes mencionado habló. 

— Jefe para ti —enarcó una ceja, serio—. Ya te lo he dicho. 

— Perdón —posa su mirada en el suelo, desilusionada por alguna razón—. Pero pensé que... 

— Que nada —le corta, grosero—. Así que mejor lárgate de mi vista antes de que te despida por inepta. 

— Erick seas tan duro —intervengo—. Ella sólo... 

— Tu cállate —espeta, sin mirarme si quiera—. No te metas. 

Y ahí gente. Ahí está devuelta el hombre grosero y malhumorado que es siempre. 

Una muestra más de que lo bueno dura poco y está no es la excepción. 

— ¡A mí no me hables así! —elevo la voz, molesta—. Y te informo que si lo haré, ella no merece que la trates así. 

El ojiverde me dio una mirada recelosa a la vez que un músculo de su mandíbula se tenso. Camino hacia mí y con más fuerza de la necesaria me tomó del brazo para llevarme con él a su despacho. 

— ¡Ya suéltame! —exijo una vez adentro de su despecho, y con un movimiento ágil me suelto de su agarre—. ¿Qué te sucede? 

— ¡Que sea primera y última vez que la defiendes! —rugió, ignorando mi pregunta. 

— ¿O si no qué? —arqueo una ceja, cruzando los brazos sobre mi pecho. 

— O te irá mucho peor que a ella —asegura—. Tampoco quiero que hables con ella. 

Suelto una sonora carcajada por lo antes dicho por el espécimen que me mira con el semblante inexpresivo. 

— ¿Te has drogado o qué? Tú no tienes derecho a prohibirme nada, no eres... 

— ¡Qué no lo harás y punto! —ordenó gritando, furioso aún. 

«Sueña que te haré caso, Collins» Pienso, pero no lo digo y optó por decir otra cosa para que me deje en paz: 

— ¡De acuerdo! 

— Bien. Ahora necesito que me dejes solo —pide rodeando su escritorio, y se sentó en su silla giratoria. 

— Con gusto —murmuro, dándome la vuelta. 

Una vez afuera camino a la sala donde me encuentro a Sandra quien en sus manos trae las flores que se me cayeron al suelo hace un momento. 

Al verme, de manera rápida pasó las yemas de sus dedos por debajo de sus ojos limpiando las lágrimas que recién noto le bajan por sus mejillas. 

— Tome señorita —dice acercando las flores hacia mí, pero niego con la cabeza. 

— Quédate con ellas. 

— Pero son suyas... 

— No las quiero —me encojo de hombros. 

No después de cómo ese imbécil me trató. 

— Si no las quieres, tíralas a la basura. 

— No... de acuerdo, me quedaré con ellas. 

— Vale —asiento—. ¿Estás bien? 

— Si, no se preocupe por mí —dice mirando al suelo. 

— Claro —digo con sarcasmo, hundiendo mi entrecejo. 

— Debo seguir con mi trabajo, con permiso —giró sobre su propio eje, y dándome la espalda dió unos cuantos pasos lejos de mí. 

— Espera —le pido, a lo que la castaña se detiene y da media vuelta para mirarme—. ¿Por qué Erick te trato así? —pregunto, curiosa. 

— No—no lo sé —tartamudea—. Él siempre ha sido así de grosero —se encogió de hombros, y antes que pueda decir algo más, añadió; — Con permiso. 

Sin más se marchó. 

Todo me parece un tanto extraño; primero esa efusividad de la castaña cuando vio a Erick, sus ojos tenían una chispa especial, toda su aura irradiaba una alegría inmensa que se convirtió en decepción después. Y de segundo está la actitud de Erick para con ella. 

En qué es grosero tiene razón, pero en los pocos días que llevo aquí no lo he visto hablarle mal a sus empleados cuando uno que otro le llaman por su nombre frente a él. 

Pero prefiero dejar el tema en el olvido —sólo por esta noche— e irme a mi habitación. 

Una vez entro en mi alcoba voy al cuarto de baño a darme una ducha con agua tibia, y mientras el agua recorre cada centímetro de mi cuerpo no puedo evitar que a mi mente vengan esos penetrantes ojos color esmeralda. 

No entiendo la razón por la cual él se comporta así conmigo. Primero se comporta como todo un patán, hoy cambia y comienza a tratarme de manera distinta ¿Y para qué? Para volver a tratarme como siempre al cabo de unas horas. 

Me confunde tanto a tal punto que quisiera tenerlo al frente y golpear su perfecto rostro. 

Menudo imbécil y bipolar. 

Un suspiro involuntario se escapa de mis labios y cierro mis ojos para seguir quitando el acondicionador que queda en mi cabello. 

Me sorprendo a mí misma evocando lo que sucedió la noche anterior en la habitación del ojiverde; cuando lo recuerdo encima de mí, debajo de mí, sus besos húmedos sobre cada rincón de mi piel, sus suaves caricias, sus palabras, sus embestidas... 

Abro los ojos de golpe y me encuentro a mí misma respirando de manera agitada, mi pecho sube y baja inconstante. Y es entonces que me doy cuenta de lo duro que están mis pezones. 

Suelto un suspiro, pasando mi dedo índice por encima de uno. 

No puedo creer que vaya a hacer esto. 

Me deslizo por la pared de la ducha y una vez me encuentro sentada en el suelo bajo una mano de manera lenta por mi abdomen hasta llegar a mi intimidad la cual está caliente y húmeda no por el agua que todavía cae sobre mi cuerpo. 

Me empiezo a acariciar en círculos, sin dejar de pensar en él, en sus ojos verdosos mirándome con deseo, en nosotros teniendo sexo en todas las posiciones habidas y por haber. 

Un pequeño gemido se escapa de mi boca y muerdo mi labio inferior. 

Demonios, ahora sí que necesito tenerlo frente a mí y no precisamente para golpearlo 

Su habitación está cerca de la tuya... 

... deberías ir. 

Niego con la cabeza para sacar aquel pensamiento de mi cabeza y suelto otro jadeo involuntario a la vez que arqueo la espalda cuando estallo en éxtasis. 

Apoyo la cabeza de la pared en la espera de que mi respiración se normalice y no puedo evitar sentirme asombrada por lo que acabo de hacer. 

Me he tocado pensando en él. 

Me pongo de pie, salgo de la ducha y seco mi cuerpo con una toalla limpia. 

Esa noche después de cenar en mi habitación caigo rendida en los brazos de Morfeo. 

— ¿Erick no está? 

— No —contesta la otra chica a la vez que barre el suelo cerca de la chimenea—. Hace una hora se fue a trabajar. 

— Ya. 

— ¿Va a desayunar? —está vez habla Claudia. 

— Sí. 

— Entonces ve con Sandra, ella te preparará la comida —me dice. 

Asiento con la cabeza, y junto con la castaña camino en dirección a la cocina. 

— Deme unos minutos y le haré algo delicioso —dice, sacando unas cuantas cosas de la nevera. 

Me limito a asentir una vez más y me siento en un taburete del mesón de en medio quedando frente a ella a esperar mientras saco mi celular y reviso mis redes sociales. 

— Buen provecho —dice al cabo de unos minutos, dejando un plato con tostadas, huevos y tocino frente a mí. 

— Gracias —sonrío, dejando a un lado el celular y comienzo a comer. 

— Por cierto, señorita... quería darle las gracias por defenderme anoche del joven Erick. 

— No tienes que agradecer, para eso estamos. 

— Claro. 

— Aunque no comprendo todavía porque se comportó así contigo — comento, y bebo del vaso con jugo de naranja que también dejó frente a mí. 

— Yo—yo tampoco —tartamudea, dándose la vuelta hacia el fregadero y se lavo las manos. 

Estrecho mis ojos en ella con desconfianza. 

Miente, algo me dice que es así. 

— Vamos, sé que mientes. Tú lo sabes. 

— Es—es en serio, no... No lo sé —dice todavía de espaldas y cerró el grifo para secar sus manos con un pañito de cocina. 

— Sandra puedes confiar en mí —le dejo saber—. No se lo diré a nadie. 

La escucho suspirar de forma ruidosa, después se dió la vuelta. 

— ¿Lo promete? 

— Lo prometo —repito, asintiendo. 

Ella se tomó un momento en el que se sienta en el taburete a mi lado y juega con sus dedos sobre su regazo, la mirada clavada en ellos. 

— Erick y yo hace un tiempo... 

— ¿Tuvieron algo? —la interrumpo, arqueando una ceja. 

— Sí —confiesa—. Pero no paso nada más allá de un par de noches juntos, usted me entiende. Y por muy estúpido que sé que es yo... me enamore de él, creí que él también de mí... 

— Pero te equivocaste —adivino. 

La castaña mueve la cabeza en un gesto afirmativo, sin mirarme. 

— Desde lo que pasó él ya no es el mismo, se niega a creer en el amor y... 

— ¿Desde lo que pasó? —repito, confusa. 

— No sabes lo de su prometida, ¿cierto? 

Sacudo la cabeza varias veces en forma de negación. 

— Ni siquiera sabía que tenía prometida. 

Sandra permaneció en silencio por unos segundos, debatiendo consigo misma si contarme o no. 

— Te contaré —dice, finalmente—. Pero nadie puede saber que te lo conté yo, mucho menos Erick. 

Muevo la cabeza en forma de aprobación. 

— De acuerdo. 

— Hace más de nueve meses Erick y su prometida, Camille tenían planeado casarse —comienza—. Ellos tenían todo listo y cuando llegó el día de la boda Erick la espero horas en la iglesia, pero ella nunca apareció. Eso lo destrozó, los primeros meses los paso deprimido, bebiendo a diestra y siniestra sin entender porque lo dejó plantado; luego él se dispuso a buscarla, necesitaba respuestas y el mes pasado se enteró que ella había escapado con un hombre después de robarle una fuerte cantidad de dinero a Erick, y en el avión donde viajaban se estrelló en una isla, nadie sobrevivió. 

— Guao —fue lo primero que me oí decir—. Eso sí que no me lo esperaba. 

— Lo sé, pero desde ese entonces Erick cambio su actitud con todos, se volvió alguien frío y malhumorado que sólo utiliza a las mujeres como lo hizo conmigo para no volver a salir lastimado. 

— Y conmigo —murmuro más para mí que para ella, sintiéndome de una u otra forma estúpida. 

— ¿Cómo dices? —hundió su entrecejo. 

— Eh, que ahora entiendo su actitud —contesto rápidamente. 

Sandra abrió los labios para decir algo más, pero cerró de golpe cuando la chica que antes estaba con ella y Claudia en la sala apareció. 

— Sandra, Claudia te necesita en el jardín. 

— Oh, claro —se levantó del taburete—. Con permiso señorita. 

— Adelante. 

Ella se marcha al igual que la otra chica. 

Desayuno en completo silencio, pensando en lo que acaba de decirme Sandra respecto al pasado de Erick y no puedo creerlo, me esperaba cualquier cosa menos esa. 

— ¿Quién te contó sobre ella? —su gesto cambio de manera drástica, ahora parece furioso, y los músculos de su cuerpo se tensaron al escuchar el nombre de su ex—prometida. 

Permanezco en silencio sin la intención de romper mi promesa mientras veo al espécimen de casi 1,90 cm dar grandes zancadas hacia mí. 

— ¡Responde! —me tomó de los brazos y me meneó de un lado a otro como si fuera una muñeca de trapo—. ¡¿Quién carajos te contó sobre ella?! 

— ¡Suéltame! —pongo mis manos contra su pecho y con toda la fuerza que puedo reunir lo empujo lejos de mí. 

— Fué Sandra, ¿verdad? —dice, de repente. 

Trago saliva con dificultad a la vez que niego con la cabeza. 

— No importa quién fue, eso es lo de menos —no quiero que ella tenga problemas con este mastodonte—. El hecho es que me has utilizado, ¿para eso quisiste que mi padre me entregara a ti? —ladeo la cabeza, mirándolo. 

Él permanece en silencio, sin quitar su mirada de la mía. 

— Y yo que creí que después de esa noche, de ayer tu... —suelto una risa que me resulta amarga, y niego con la cabeza—. Tú lo que quieres de mí, de todas es usarnos para ver si así te sacas de la cabeza a esa tal Camille. Eres despreciable. ¿Y sabes qué? ¡Te mereces lo que te hizo! 

— ¡Cállate! —gritó, apretando sus puños a sus costados en un intento de controlarse—. Jamás en tu asquerosa vida vuelvas a repetir su nombre. ¡¿Entendiste?! 

No le doy el gusto de asentir, sólo permanezco inmóvil frente a él a pesar de que sólo con ver su mirada verdosa puedo ver cuán molesto está. 

— Y eres tan ilusa, como todas. Si creíste que sólo porque pasé una noche contigo siento cosas por ti me das pena. Tú en mi vida no significas nada, eres una más del montón. 

— ¡Eres un maldito! —lo doy una bofetada con todas mis fuerzas. 

Él tambaleó un poco mientras llevó su mano a donde lo golpeé mirándome con la rabia chispeante en sus ojos. 

Sin ninguna intención de estar en este sitio ni un segundo más camino hacia la puerta principal echa una furia. 

— ¿Para dónde crees que vas? —me agarró del brazo, obligándome a voltear. 

— ¡No me toques! —le grito y bruscamente me suelto de su agarre—. ¡A donde voy no es tu problema! —sin más que decir me volteo y salgo de la casa. 

Las palabras de Erick se repiten una y otra y otra vez en mi cabeza mientras camino sin ningún rumbo por las calles casi solitarias de la zona donde resido. 

Tú en mi vida no significas nada, eres una más del montón. 

Tengo ganas de llorar, pero no de tristeza o algo parecido, sino de rabia porque él tiene razón en algo y es que soy una estúpida ilusa. 

¿Por qué no pude imaginarme que él sólo quería tener sexo conmigo y nada más? O sea, al principio cuando me llevó a su habitación estuvieron claras sus intenciones, pero después... después no sé. 

No debí haber tenido relaciones con él. 

Estúpida. Estúpida. Y mil veces estúpida. 

¿Habrá imaginado que ella era yo cuando estuvimos juntos? De sólo imaginar eso se me hace un nudo en el estómago. 

Aparto todos esos pensamientos cuando llego al parque y cuando tomo asiento en el mismo banco de la última vez que vine siento algo vibrar dentro de mi short de jeans. 

«Mi celular» Pienso y lo saco del bolsillo delantero de mi short de manera rápida, y al ver la persona que me llama tomo una bocanada de aire antes de contestar. 

— Hola mamá —saludo en cuanto contestó, y aunque ella no puede verme, sonrío de lado. Echaba de menos platicar con ella. 

— Hola cariño —dice del otro lado de la línea telefónica—. ¿Cómo has estado? Te extraño mucho. 

— Yo más mamá, y estoy bien. 

— ¿Segura? —cuestiona—. ¿En esa casa te tratan mal? Si es así, dímelo. Te juro que mataré a ese chico si es así... 

— Mamá nadie me está tratando mal, al contrario —en cierta parte digo la verdad. 

— Más les vale —suspira, aliviada—. Pero... ¿de verdad estás bien? 

Su instancia me hace poner los ojos en blanco. 

— Que sí, mujer. 

— Vale, te creo.

—Lucia, pásamela —la voz de papá al fondo es casi como un susurro. 

Aprieto mis ojos con fuerza.

No quiero hablar con él.

Sé que hago esto para salvarlo a él, pero si tan solo hubiera sabido administrar la empresa o hubiera buscado otra manera de hacer las cosas, no estuviera pasando por esto ahora. Y estuviera con ellos, siendo feliz.

—Mamá debo colgar —me apresuro a decir.

—Cariño, pero tu padre... 

— ¿Raquel? —habla una voz masculina a mis espaldas que reconozco de inmediato mientras escucjo por el celular que papá insiste en hablar conmigo. 

—Adiós, mamá. 

Cuelgo la llamada sin darle oportunidad de agregar algo más y giro mi torso hacia la persona que habló hace un instante, quien esta sonriéndome de forma amistosa  cuando lo miro.

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