Abro mis ojos y lo primero que siento es un dolor de cabeza que no concibo para nada normal. Lo segundo es un pinchazo en el brazo, por lo que dirijo la mirada a esa zona y veo una vía intravenosa incrustada en una de mis venas, lo tercero es una cabellera rubia recostada muy cerca de mi cadera cuyo dueño tiene secuestrada mi mano. Estoy en mi habitación y la oscuridad de afuera se deja ver a través de la ventana.

—Donn… —intento llamar su atención y mi voz sale ronca, lo que provoca un ataque de tos por lo reseca que la tengo, alterando así la tranquilidad del sueño de mi enfermero particular.

—¡Samantha! —Se levanta apresurado y en guardia, al ver que solo estamos los dos se relaja de manera visible—. Por fin despiertas, me tenías muy preocupado —dicho esto se abalanza hacia mí y me abraza comprimiéndome la caja torácica y una