•|3: El principio|•

Él prometió amarla, él prometió cuidarla y él prometió protegerla; sin importar si estuviera en la tierra o en el infierno, porque estando vivo o muerto, su promesa jamás se iba a romper.

Es fundamental que lo lean si quieren contexto del pasado. 

||••||

Aidan.

Gea ha sido mi hogar desde que nací, yo soy parte de los primeros seres humanos que habitaron la tierra, pero también de los primeros en convertirse en la criatura que soy. 

Después de la muerte de los Dioses, todo cambió. En especial por el hecho de que los humanos siguieron su vida, y en el proceso se convirtieron en criaturas despreciables. La avaricia era su mayor debilidad, su egoísmo crecía conforme los días pasaban. Sus ganas por querer ser como los dioses los llevaban a hacer actos atroces e imperdonables.

Me repugnaban, pero nunca hice nada contra ellos, y no porque no quisiera. Los dioses antes de morir nos obligaron a jurar no tocarlos, que mantuviéramos la paz entre ambos mundos, así que no me quedó de otra que hacer la última voluntad de los dioses y no romper la regla.

A medida que avanzaban los siglos fui perdiendo el interés de contar cuanto llevó en este mundo, a lo largo de mi vida me enamoré incontables veces, de distintas criaturas, no sabría decir cuantas con esa actitud, pero sé que fueron muchas.

Desgraciadamente, cuando llevas tantos tiempos entre distintos cuerpos y diversas personalidades, ya nada te sorprende y dejas de ver o estar con alguien. Cuanto más pasan los días todo parece monótono, aburrido y nada nuevo que ya no hayas visto.

O bueno, eso pensé hasta aquel día en que sus ojos cafés me miraron con miedo. Solo tenía trece años y tal vez suene muy enfermizo, pero desde entonces no pude despegar mis ojos de ella. No entendía cómo era tan hipnotizante y atrayente para mí, era como un imán, simplemente era imposible de ignorar.

—¡Aidan! —Los gritos de Bert, los ignoró por completo. Pongo toda mi atención en la rubia arrodillada frente a mí. Es la única que ha logrado despertar un pequeño interés en mí que había desaparecido hace más de un siglo. 

—¡¡Me importa una m****a si está vestido o no!! —La advertencia de Bert me tomó por sorpresa, pero actúo rápido quitó a la mujer frente a mí y acomodando mi pantalón antes de que Bert entrara a la habitación, con toda la intención de gritarle lo observó entrar con la boca entreabierta.

Cierro mi boca en cuanto noto a la mocosa que mi amigo tiene en sus brazos, quien seguro está sufriendo los efectos del lugar. 

—¿¡Quién carajos es esa niña!? —bramo una vez la coloca en una mesa y empieza a dar vueltas por la habitación buscando los ingredientes necesarios para salvarla. 

Este sitio fue creado por mí, principalmente con la función de cumplir cualquier fantasía que se pueda imaginar, el punto está impregnado con una sustancia que te hace sentir tanta excitación que con un roce puedes correrte. Pero este sitio es solo para criaturas con autorización, técnicamente cualquiera puede entrar, pero no cualquiera puede salir, puesto que el club tiene las llamas del tártaro corriendo por cada pared del sitio. 

Es por ellos que esa mocosa de cabellera rojiza está teniendo una muerte lenta y dolorosa. Normalmente, los humanos no tienen cómo encontrar esta parte por muchas razones, por lo que mi furia aumenta con cada segundo que Bert prepara la sustancia que la salvará. 

—¡Qué sé yo! —refuta antes de acercarse y hacerle tragar la sustancia amarillenta, poco a poco su piel y rostro comienza a tomar un tono más normal y los latidos de su corazón se normalizan. 

Frustrado maldigo una que otra vez, no entendía qué hacía una mocosa en mi lugar ni mucho menos sus intenciones. 

No me gustaba en absoluto. 

Sus palabras me dejan muchas dudas, pero más que eso un sentimiento extraño se instala en mi pecho al verla con más detalle. Sus ojos estaban clavados en el suelo, pero fácilmente podía ver sus facciones delicadas.

Me tomó desprevenido cuando sus ojos dejaron de ver el suelo para posarlos en mí. Por varios segundos contuve la respiración, sus ojos cafés me observaron con intensidad, un brillo curioso resaltan en ellos atrapándome por completo. 

¿Cómo una niña podía poseer tal mirada?

—Está bien, puedes irte. —Señaló la puerta, comenzó a creer que es hora de que se aleje lo más posible de mi. Tomó mi camisa y voy detrás de ella poco después, ya que abajo el ambiente es más pesado para cualquier niño. Ya es más de media noche, lo que significa que el ambiente es más lujurioso que de costumbre  —. Ven —Tomó su brazo con suavidad y la guió a la salida lo más rápido que puedo, sin protestar deja que la guíe fuera. 

—Gracias. —Me dice una vez está frente a la puerta. 

—Toma. —Le extiendo mi camisa. 

—A-a G-Gracias. —Balbuceó nerviosa. 

—Se te va a hacer tarde. —Le recuerdo, aún nerviosa, se apresura a colocarse la camisa que le queda gigante, antes de abrir la puerta y desaparecen de mi vista a los pocos minutos. 

Esperé unos diez minutos para salir también, no tardó mucho en encontrarla y seguirla a su hogar, el cual me sorprende al ver que vive en el palacio del rey. 

Creo que se ha vuelto más curioso todo. 

Los siguientes días la observó, a pesar de estar en lo más recóndito del palacio, logró aun así verla.

—¿Por qué espías a una niña? —La inquietud de Bert no me sorprende.

—Curiosidad. —Murmuró con la mirada puesta en el palacio. El pelinegro se posiciona molesto frente a mí mientras sus ojos negros me juzgan.

—¿Qué es lo que te da curiosidad? Es solo una mocosa humana. —Inquiere cruzándose de brazos.

—En eso te equivocas, ella no es humana. Al menos no en su totalidad. —Confieso.

—¿Eso qué quiere decir?

—Dedúcelo por ti mismo. El rey la tiene encerrada junto a sus hermanas desde su nacimiento. No permiten a nadie aparte de las criadas verlas, por lo que he visto las mantienes aprendiendo de comportamientos adecuados y sumisión. Y aparte, sus ojos. Tienen algo que jamás había visto antes —digo distraídamente recordando el brillo en sus ojos —. Si Arturo las tiene de esa forma, solo puede haber dos posibilidades…

—Las tiene como un arma o para una posible alianza. —Concluye. Le he dado vueltas al asunto y llegué a la conclusión de que lo segundo es lo más lógico, después de todo Arturo siempre ha querido tener una alianza. Y si quisiera tenerlas de arma, no las tendría de esa forma.

—He pensado más en lo segundo.

—Tiene más sentido. —En sus ojos puedo ver como despierta también la curiosidad de saber que planean y de que son capaces esas niñas —. Entonces, ¿crees que nos la den como ofrenda de paz?

—Sí. Supongo que para cada uno, puesto que son cinco. —Los ojos de Bert se abren entre sorpresa y hastío. 

—Qué puto asco. —Hace una mueca mirando a las jovencitas —. No sé tú, pero no quiero ser parte de ese juego. Tengo mis límites. —Niega, aun con la mueca, sonrió de lado.

—El rey va a esperar a que sean mayores de edad. —Aclaro imaginado sus pensamientos. Deja de ver el palacio para mirarme en confusión.

—Sigue siendo depravado de nuestra parte aceptar algo así. —Suelto a reír.

—¿Qué? Ahora eres moralista. Te recuerdo que desde que te conozco, no has sido el más sensato de los cinco. —Gira los ojos ignorando mi comentario.

—No lo pienso hacer.

—Necesitamos informar a los chicos. —declaró desviando el tema y asiente de acuerdo conmigo 

En el camino a la cabaña donde mayormente nos encontramos, pienso en cómo decirles mi plan. Al llegar percibo que ya están aquí los demás, nos adentramos a una sala donde solo se encuentra una mesa.

—¡Qué rápidos! —Habla Bert.

—Ya estábamos aquí. Pasábamos precisamente a buscarlos, no han hecho mucha presencia estos días. —Dice Celdric. 

—Sí, estábamos en medio de un descubrimiento. —Confiesa Bert. Los tres hombres lo miran con intriga.

—Se trata del rey Arturo. —Comienzo tomando asiento. Sus miradas ahora recaen en mí.

—Ahora que planea el imbécil. —El tono molesto de Liam no pasa desapercibido por los presentes.

—Con todo lo que he visto, deduzco que es una alianza. —Digo y ellos ríen con amargura. 

—¿Y qué puede ofrecer el rey, para que hagamos tal cosa? —inquieren.

Cuando estoy por decirlo, siento cómo todo se tambalea al mismo tiempo que se vuelve negro de un momento a otro. Segundos después la oscuridad es consumida por la intensidad de la luz que sale de la nada.

La luz del lugar es fuerte, tanto que tengo que entrecerrar los ojos hasta que estos se acostumbran a la luz y es justo en ese momento que me percató donde estoy.

El sitio es tan colorido como lo recuerdo, el aire tan puro como siglos atrás y el ambiente de paz se siente en todo el lugar. Gea se ve tal y como fue en su creación.

Mi mirada recorre todo el sitio, y como si supiera lo que busco me adentro al espeso bosque, el aire fresco golpeó mi rostro y la sensación que recuerdo bien me invade. 

—Aidan, que gusto verte de nuevo. — En medio del bosque la figura de una mujer se empieza a distinguir. —Veo que sigues igual que la última vez que te vi. 

La sonrisa radiante de la mujer me deslumbra en cuanto estoy frente a ella, sus ojos verdes, me evalúan minuciosamente. 

—También es un gusto verte, diosa Hécate. 

—No pensé que me recordarás. —Confiesa, la diosa Hécate muy pocas veces la llega a ver, pero su aura es difícil de olvidar.

—Jamás se me olvidaría el rostro de ningún dios pese a los años. —admito. —Puede decirme a qué debo el honor que esté aquí, que yo sepa aún no muero.

Le digo recordando que ella es la entrada al mundo de Hades.

—Tienes razón, aún falta mucho para tu muerte. — Sonríe un poco. —Si estás aquí, eso significa que ya conociste alguna de mis hijas. —Respondió, sin poder evitarlo, la duda se instaló en mi rostro.

—¿Hijas? —me da la espalda y comienza a caminar por el bosque, la sigo en silencio esperando su respuesta.

—Sí, las cinco niñas que tiene el rey Arturo. —Confiesa dejándome desconcertado. —Cómo sabrás todos mis hijos han muerto trágica e injustamente en manos de los humanos. Y en mi deseo por dejar una parte de mí en la tierra, las he creado. Pero yo no quiero que nada malo les pase Aidan. —Se gira de nuevo mirándome fijamente. —Es por eso que estás aquí, tú y tus hermanos son los últimos que quedan. Sé que ustedes sabrán cuidarlas bien. 

Al entender sus palabras, un montón de preguntas vienen a mí.

—Oh, yo…

—¡Aidan! —El grito de Liam me hace abrir los ojos e inhalo profundamente al sentir mi alma regresar a mi cuerpo. Observo todo para ubicarme, rápido me doy cuenta de que estoy de nuevo en la cabaña.

—Qué m****a te paso. —Los reclamos de Bert me hacen recordar lo que pasó.

—Tranquilos. —Tocó mi cabeza mientras me levanto de la silla. Los chicos me miran expectantes. Tomó un par de minutos acomodar mis pensamientos. 

—¿Y bien? —Preguntan impacientes. Suspiro antes de hablar. 

—La diosa Hécate quiso hablar conmigo. —Le dijo. Todos se sorprenden tras mi confección, puesto que desde que los dioses murieron no se han manifestado nunca.

—¿Y con qué fin?

—Las niñas. —Digo finalmente. Los tres hombres no entienden nada, pero Bert si lo hace. Les explicó lo que he visto estos últimos días desde que la joven entró al club y casi muere.

—Entonces no son humanas, son brujas —culmina Liam.

—Eso creo. 

—Pero lo importante, ¿qué haremos con el plan del rey? —Pregunta Klaus.

—Aceptaremos. —Sentenció. Sus miradas de incredulidad y enfado no se hacen esperar.

—¡QUÉ! Está loco o que. —El arrebato de Bert me tomó un poco por sorpresa.

—No vamos a hacer tal cosa, ¡Son niñas! —Continuó Liam. Pasó las manos por mi rostro irritado.

—Lo sé, pero el rey esperará a que sean mayores, además no les estoy diciendo que tiene que acostarse con ellas. —Los miro con seriedad. —Ellas son de los nuestros, no pertenecen al mundo de los humanos y lo saben, la diosa Hécate me pidió que las ayudáramos. Saben mejor que nadie lo que los humanos son capaces de hacer por su avaricia o su miedo por lo desconocido. Ellos han matado a todos y cada uno de sus hijos, Hécate solo quiere que cuidemos a sus hijas, no que las desposemos. —Aclaro mi punto. Sus expresiones se suavizan al saber que tengo razón.

—Solo hay que esperar y ver que hará Arturo, y tenerlas vigiladas. No dejaré que corra más sangre de los nuestros. —Sentenció antes de irme.

Los días se convierten en semanas, meses, hasta pasar un año. En la que ella no volvió a salir del palacio, y eso por alguna razón me tranquiliza. Tal vez era por el hecho de que estaba a salvo de cualquier peligro en ese palacio. 

Pero como era de esperarse con los días volvió a salir a escondidas en la noche. Debo admitir que pensé que iría de nuevo a espiarnos, pero desgraciadamente no fue así. 

Por meses dejé mi molestia de lado y no la seguí, tenía cosas más importantes que hacer que estar espiándola, pero eventualmente mi curiosidad por saber a dónde iba me ganó. 

No sé exactamente cuál fue la emoción que me dominó más, si la ira, el desconcierto o ambas. Tal vez la ira no lo sé, pero el ver como a la mocosa la besaban frente a mí no fue del todo de mi agrado. Pero el desconcierto era grande, no lograba entender qué hacía un purasangre vivo. 

Mis sentimientos por ella crecían sin medida cada día más, pasaban lo insano y enfermizo, ante cualquier ser moralista, aunque solos ese concepto los humanos lo ven de esa forma. Pará, mi no lo era, y no porque me quiera justificar, si no por el hecho de que pese sea mayor o no, siempre seré mayor que ella.  

Y eso a mis sentimientos y necesidad no le importa, porque a mi instinto solo le importa una cosa, y es que sea mía. 

*****

—El rey solicita una audiencia con usted mi señor. —Me informa Camille. Me toma por total sorpresa saber que ya es el día.

—¿Pará cuando?

—Hoy por la tarde. 

—Acepta, y gracias. Puedes retirarte. —Ella sin titubear hace lo que le digo, no sin antes darme una mirada interrogante. La ignoro totalmente y sigo en lo mío. Me sorprendo al saber que ya han pasado tres años desde la última vez que vi a Juliet. Desde aquel día no la he vuelto a ver más que nada por la ira que me da verla llorar.

La tarde cae dándome el aviso de que se me hace tarde, sin decirles nada a mis hermanos, salgo de mi casa y voy solo al palacio donde me reciben sospechosamente cordiales los empleados.  

—Acompáñeme señor. —Un anciano me guía hasta una sala donde se encuentra el rey. Sus ojos marrones me miran con cierto temor, una vez se percata de mi presencia.

—Señor Aidan. —Saluda.

—Arturo. 

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