Desde hace días estoy febril,Y mis ideas navegan en un mar extraño,Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,Dejo que mi corazón se haga más y más daño.El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Cartagena era uno de los que bebían.Tras dejar el vaso en la mesa, revisó el celular por centésima vez y como esperaba, encontró vacía la bandeja de notificaciones. No le importaba sin embargo que nadie le escribiese ni que nadie estuviese pendient
Un día más de sus improvisadas vacaciones, con su novia lejos, sus amigos chuchaqui y una dejadez preocupante, Emilio miraba el techo de su habitación, como un idiota. Releyó los mensajes que envió a su novia, suspiró y sonrió mientras se entristecía, en una ironía que solo podía ser causada por el amor naciente en su pecho. ¿Cuántos días habían transcurrido desde la última vez que vio a Julieta? Demasiados, por supuesto, y la soledad ya le cobraba factura.Ni siquiera se había cambiado de pijama. Ese día se encontraba solo en casa, debido a que su madre y hermanas salieron al centro de salud, por lo que el silencio era su fiel compañero y los pálidos rayos de sol le tocaban el rostro sin provocar calidez. La computadora mostraba una pantalla negra y si bien Emilio quiso acercarse, prenderla y distraerse viendo vídeos, estaba muy lejos.Los minutos pasaron y a punto estuvo de quedarse dormido cuando su celular vibró de repente, arrancándole un susto. Era un mensaje de Marco. “Tenemos
El celular vibraba, una, dos, tres veces.Los mensajes intercambiados por la joven pareja iban desde un lugar al otro, desde la Argelia hasta Carapungo, convirtiendo la lejura en la cercanía; convirtiendo la comunicación, mediante las maravillas tecnológicas, entre un hombre y una mujer que de otro modo no podrían haber hablado,en algo posible. Hace cincuenta años, el único modo hubiera sido con cartas y misivas, con mensajes que llegarían después de un mes; en la era de la tecnología, esa era relación se volvía posible.¿No te parece que ya deberíamos de “mimir”?El mensaje de Julieta hizo sonreír a Emilio, que se apresuró a contestar.La noche es joven, amada mía. Avísame cuando estés acostada y entonces… nuestro sábado."Nuestro sábado". Tras enviar la respuesta, Emilio se acomodó en el sillón viejo y desgastado que le servía como cama, mirando las luces nocturnas que se filtraban por la ventana y se perdían en el cielo. La cobija añeja que cubría su cuerpo apenas servía para palea
“Había una vez” escribió en su cuaderno, ansioso de que los demás terminasen el examen final. Miró de reojo como Julieta llenaba los espacios en blanco y después de revisar lo que había hecho una última vez, entregó la prueba y se retiró a su asiento. Ese día la chica vestía un saco gris claro y un jean azul oscuro, que para variar le resultaron atractivos. Él en su lugar vestía un jean negro y una chompa del mismo color. Nunca variaba su vestimenta, siempre en los rangos entre oscuro y más oscuro. En eso también contrastaba con la chica.Una mirada cruzaron cuando ella levantó el rostro. El segundo que duró fue casi una eternidad y estaba tan cargada de significado que una vez más, Emilio tuvo ganas de que todo terminase. Después del dichoso examen y de que las notas se diesen a los estudiantes, la clase de la profesora Rocío y la aventura allá en el norte terminaría. La aventura que comenzó con Marco en el sur y con Julieta robándole la mirada, eclipsaría finalmente.Sintió un ramal
Era un idiota. Ese era un hecho.Sus errores sumaban un largo listado y su modo de ser, a veces despreocupado y aveces preocupándose de más, le causó problemas que le jodieron mucho la existencia en el pasado. Apenas hace un par de años, cuando salía del colegio y la juventud era más visible en él, su mal carácter tan marcado le causo peleas e incovenientes con todas las personas de su alrededor. Se había equivocado, pero todos esos errores le enseñaron una lección, y esa lecciones no las olvidaría nunca.Era un idiota... quizás un idiota que se estaba corriendo poco a poco, pero aun seguía siéndolo. Claro que eso de ningún modo significaba que no tuviese sentimientos; por lo que ahora mismo, mientras la mujer que más quería en el mundo no tenía intenciones siquiera de mirarle, una pena enorme le afectaba el corazón y le afligía la existencia misma.¡No era perfecto! ¡Nunca pretendió serlo! ¡No podía!Él solo era un ser humano, tan sencilo que su sencillez podía confundirse con indif
Esa mañana, Julieta se levantó de mal humor.Saludó a su madre, comió el sencillo desayuno, se vistió y se miró al espejo esperando encontrar una sonrisa, pero no fue así. Se miró las facciones… y recordó que él le decía que tenía los “labios de durazno”. La primera vez que lo escuchó le pareció estúpido, pero ahora un ramalazo de ternura le llenó el pecho al recordarlo.Suspiró y terminó de alistarse. Salió de casa pensativa; se subió al bus con una expresión de pocos amigos. Miró por la ventana las calles y a las personas; nada fue capaz de cambiar su carácter. Aunque no era culpa, ni de su familia, ni de sus amigos ni del mundo, esa mañana, esa precisa mañana, se sentía molesta. ¿Por qué? Cabía preguntarse. ¿Por qué? Quisiera también saber ella. No lo supo, no lo sabría, no le interesaba descubrirlo. Tal vez, solo tal vez, se debía al hecho de que gracias a Emilio Cartagena, su “novio”, había obtenido una nota de cinco en una prueba importante. Una gota más al rebosante vaso de mol
—¿Has tomado?Emilio sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. —No, —respondió rápidamente—. ¿Por qué?—Porqué… no lo sé. Pero creo que has tomado.> dijo una voz en su mente. > respondió otra.—Tal vez lo hice por ti.—Esa no es excusa.—Es una razón.Ella se movió a su alrededor, como niebla que se desvanecía al paso del viento. Su cabello flotaba y sus labios parecían demasiado rojos, como cubiertos de sangre. Su presencia femenina parecía llenar el mundo, que parecía oscuro y desprovisto de más vida más que la de ambos. El cielo era azul, pero un azul enfermo, grisáceo, un indicativo de su estado mental en esos momentos.—Me gustaría saber si me extrañas o no —soltó él ante la ausencia de respuestas, o de una palabra siquiera—. Quise buscarte pero tu indiferencia… mata.—Si te arriesgas un poco más lo descubrirías. Quizás eso es lo que yo quiero.—Entonces deberías de intentarlo tú también.—Debería… pero somos distintos, muy d
Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz. Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos evitar que así sea, entonces la vida se encarga de recordarnos que ella es la dueña del tablero y nosotros sus peones. Todo habría continuado igual sino fuera por es