Esa mañana, Julieta se levantó de mal humor.Saludó a su madre, comió el sencillo desayuno, se vistió y se miró al espejo esperando encontrar una sonrisa, pero no fue así. Se miró las facciones… y recordó que él le decía que tenía los “labios de durazno”. La primera vez que lo escuchó le pareció estúpido, pero ahora un ramalazo de ternura le llenó el pecho al recordarlo.Suspiró y terminó de alistarse. Salió de casa pensativa; se subió al bus con una expresión de pocos amigos. Miró por la ventana las calles y a las personas; nada fue capaz de cambiar su carácter. Aunque no era culpa, ni de su familia, ni de sus amigos ni del mundo, esa mañana, esa precisa mañana, se sentía molesta. ¿Por qué? Cabía preguntarse. ¿Por qué? Quisiera también saber ella. No lo supo, no lo sabría, no le interesaba descubrirlo. Tal vez, solo tal vez, se debía al hecho de que gracias a Emilio Cartagena, su “novio”, había obtenido una nota de cinco en una prueba importante. Una gota más al rebosante vaso de mol
—¿Has tomado?Emilio sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. —No, —respondió rápidamente—. ¿Por qué?—Porqué… no lo sé. Pero creo que has tomado.> dijo una voz en su mente. > respondió otra.—Tal vez lo hice por ti.—Esa no es excusa.—Es una razón.Ella se movió a su alrededor, como niebla que se desvanecía al paso del viento. Su cabello flotaba y sus labios parecían demasiado rojos, como cubiertos de sangre. Su presencia femenina parecía llenar el mundo, que parecía oscuro y desprovisto de más vida más que la de ambos. El cielo era azul, pero un azul enfermo, grisáceo, un indicativo de su estado mental en esos momentos.—Me gustaría saber si me extrañas o no —soltó él ante la ausencia de respuestas, o de una palabra siquiera—. Quise buscarte pero tu indiferencia… mata.—Si te arriesgas un poco más lo descubrirías. Quizás eso es lo que yo quiero.—Entonces deberías de intentarlo tú también.—Debería… pero somos distintos, muy d
Tres semanas habían transcurrido desde que el curso de inglés comenzó.Emilio se acostumbró a su situación prontamente. No peleó, no discutió con el coordinador, no volvió a putear a Marco. Se resignó a concluir los dos niveles que faltaban y a escuchar las bromas sosas de sus compañeros y a contemplar, a ratos, a la belleza de los labios color durazno, de quién sabía su nombre, sus gustos y conocía su personalidad; todo gracias a las preguntas insidiosas que la teacher hacía a los estudiantes y que él, odioso, evitaba responder en la medida de lo posible. El muchacho evitó cuanto pudo cualquier contacto con la chica que tanta atracción le produjo esa primera vez. Luchó con su anhelo de conocer a alguien más, con el deseo de ser feliz. Sin embargo, a veces ciertas acciones y situaciones deben de suceder y aunque queramos evitar que así sea, entonces la vida se encarga de recordarnos que ella es la dueña del tablero y nosotros sus peones. Todo habría continuado igual sino fuera por es
— ¿¡No me dijiste huevón que habrían puras chicas!? —Gritó en medio del patio.Su amigo se encogió ante sus palabras. Mirándole confundido, se alejó algunos centímetros, cauteloso, analizando la situación.— ¿¡En qué chucha me viniste a meter?! ¡Gil! —Exclamó, aún más exaltado. Por fin, recobrando la compostura, Marco musitó algunas palabras tranquilizadoras. Un “aguanta chugcha”, bastó para quitarle casi todo el enojo. Al notar que estaba más calmado, por fin preguntó que sucedía.— ¡El curso pues tonto alegre! ¡El curso que me tocó!— ¿¡Qué le pasa al curso?! —Replicó su amigo, en el mismo tono.— ¡Que de los veinticuatro estudiantes, veinte son hombres!Marco le miró confundido, analizando sus palabras. Un segundo después, sonrió. Dos segundos después, comenzó a reír. Tres segundos después, sus carcajadas se escuchaban por todo el patio. — ¡No me digas qué…! —Habló, intentando controlarse—. Ay, no, no, ¡no puede ser! —Notando que muchos de los estudiantes a su alrededor le miraban,
—Espérame a que acabe de recoger mis cosas por lo menos. —Julieta no le miró, guardando un cuaderno en el que había anotado sus notas. Él ya la conocía, con esa fingida indiferencia que generaba expectación, por lo que le esperó y solo pudo sonreírle cuando cruzaban miradas. Estaba feliz, definitivamente feliz, y nada podría cambiar aquello. Por fin, ella se levantó y caminó mientras él la seguía.Bajaron las gradas, rápidos, y dudando un instante, Emilio se decidió a tomarle la mano. Ella no lo rechazó. Buena señal. Sus dedos se entrecruzaron, estableciendo su vínculo, y sus corazones, después de haber caminado durante algunos pasos, se sincronizaron en una sola melodía.Al llegar al patio principal, buscaron una grada donde sentarse, alejada de los demás. La cantidad de estudiantes no era la suficiente para provocar demasiado ruido, por lo que pudieron sentarse con tranquilidad, mirándose el uno al otro durante largo rato.— ¿Así que llamadas en la madrugada? —Julieta tomó la palabr
Desde hace días estoy febril,Y mis ideas navegan en un mar extraño,Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,Dejo que mi corazón se haga más y más daño.El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Cartagena era uno de los que bebían.Tras dejar el vaso en la mesa, revisó el celular por centésima vez y como esperaba, encontró vacía la bandeja de notificaciones. No le importaba sin embargo que nadie le escribiese ni que nadie estuviese pendient
En los seis meses me hallo a mí mismo,Habiendo comenzado una innombrable locura…Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran, Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura.>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde apenas y se dejaba escuchar por sobre el agua golpeando el tejado.Dejando la taza, se concentró en los siguientes
“En el mar, la vida es más sabrosa”. Así rezaba el viejo y popular dicho.Julieta hubiera considerado esto también, pero para su pesar, no conocía ni la playa, ni el mar, ni la inmensa masa de agua que a todos tanto les gustaba. Algún día, se repitió. Por el momento y por lo que a ella le concernía, la vida era más sabrosa en el campo, el extenso y tranquilo campo, hogar de sus abuelos y dueño de una paz que tranquilizaba su corazón.Perezosa, estiró los brazos y miró hacia el horizonte, un eterno y verde horizonte. El cielo era azul claro, y los campos de hierba se extendían por montes y laderas que existían desde los albores del tiempo. Las pocas casas tenían un estilo antiguo característico de esos lares, una sencillez que resultaba compleja y una belleza contrastante con las casas de la ciudad. Caminos de tierra con plantas y arbustos conectaban los lugares y las laderas hacían que el terreno resultase abrupto y accidentado. Los cultivos crecían en la tierra, y el ganado pastaba l